miércoles, 21 de mayo de 2008

Domingo V de Cuaresma - A-

LÁZARO, ¡VEN AFUERA!
Jesús se definió diciendo: «Yo soy la vida». Por eso san Pablo expresó: «Para mí, la vida es Cristo» (Flp 1,21). Declaración que hace eco del evangelio de hoy: «Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás». La resurrección de Lázaro anticipa nuestro propio destino: «el que resucitó a Cristo Jesús también dará vida a sus cuerpos mortales, por medio del mismo espíritu que habita en ustedes».
Tres casos de resucitados han conservado los evangelios: el de la hija de Jairo, que acababa de morir; del hijo de la viuda de Naín, que ya era conducido al sepulcro, y de Lázaro, que ya llevaba cuatro días sepultado. Y en los tres casos, Jesús se revela como Señor de la vida y de la muerte; y como verdadero hombre, que consuela a un padre en Cafarnaún, que enjuga las lágrimas de una madre, y llora él mismo ante el dolor de sus amigas. En Betania, Jesús ha dado valor divino a nuestras lágrimas. Al ver a Jesús, los presentes comentaban: ¡Cómo lo amaba! Y estaban en lo cierto. Así era Jesús de sensible y afectuoso.
En la resurrección de Lázaro, la suprema aspiración de todo ser humano que es la vida tiene satisfacción, pues el mismo Jesús dirá que «él ha venido para que tengamos la vida y la tengamos en abundancia» (Jn 10,10). Pero en un mundo que tanto ensalza la salud, la belleza corporal, el cultivo del cuerpo, el bienestar, el placer, hacen falta verdaderas razones para existir, algo que sustente la alegría de vivir y libre del riesgo de morir de aburrimiento y de falta de sentido. Lázaro somos todos y esperamos recuperar la vida.
Jesús, el verdadero médico de las almas, nos dice: No temas. ¡Ven afuera! Deja el sepulcro de la desilusión y el pesimismo, del remordimiento y la desesperanza. De tu vida puede resucitar una persona nueva, rebosante de ilusión, de alegría y de vida. «¿Crees esto?», preguntó Jesús a la hermana de Lázaro. Que esta pregunta de Jesús resuene en lo más íntimo del corazón. ¿Crees que Yo soy la resurrección y la vida? ¿Crees que en mí se encuentra la misericordia y la vida en abundancia? Mira, estoy delante de ti como estuve frente a la tumba de Lázaro. Te suplico. ¡Ven afuera!, porque te amo. Tú eres valioso para mí. ¡Ven afuera! A vivir una vida nueva.

Lectura de la profecía de Ezequiel 37,12-14
Así dice el Señor: «Yo mismo abriré los sepulcros de ustedes, y los haré salir de ellos, pueblo mío, y los llevaré de nuevo a la tierra de Israel. Y, cuando abra sus sepulcros y los saque de ellos, pueblo mío, sabrán que yo soy el Señor. Les infundiré mi espíritu, y vivirán; los estableceré en su propia tierra y sabrán que yo, el Señor, lo digo y lo hago». Dice el Señor. Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.

Salmo (129)
R. Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.

- Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. R.
- Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto. R.
- Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. R.
- Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos. R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,8-11
Hermanos: Los que viven sujetos a la carne pueden agradar a Dios. Pero ustedes no están sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo esté muerto a causa del pecado, el espíritu vive por la fuerza salvadora de Dios. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús dará nueva vida a sus cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en ustedes.
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.

Lectura del santo evangelio según san Juan 11,1-45
R. Gloria a ti, Señor.
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En aquel tiempo, había un hombre enfermo que se llamaba Lázaro, natural de. Betania, el pueblo de María y de su hermana Marta. María era la que ungió al Señor con perfume y le secó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro. Las hermanas mandaron a Jesús este mensaje: «Señor, tu amigo está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.» Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro, cuando se enteró que éste se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». Los discípulos le replicaron: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?» Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de estemundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz». Dicho esto añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se salvará». Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les dijo claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de que no hayamos estado allí, para que crean. Y ahora vamos a su casa». Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y muramos con él». Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá», Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama». Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en el pueblo, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano». Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban, se conmovió profundamente y se estremeció. Después preguntó: «¿Dónde lo han enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo». Y Jesús lloró. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?» Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cueva tapada con una piedra. Dijo Jesús: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la piedra. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado», Y dicho esto, gritó con, voz potente: «Lázaro, sal afuera». El muerto salió, con los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo y déjenlo ir». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.

Lecturas de la Semana
LUNES 10 Dn 13, 1-9.15-17.19-30.33-62; Sal 22; Jn 8,1-11
MARTES 11 Nm 21,4-9; Sal 101; Jn 8,21-30
MIÉRCOLES 12 Dn 3,14-20.91-92.95; Sal: Dn 3; Jn 8,31-42
JUEVES 13 Gn 17,3-9; Sal 104; Jn 8,51-59
VIERNES 14 Jr 20, 10-13; Sal 17; Jn 10,31-42
SABADO 15 San José, esposo de la Virgen Mª, Solemnidad. 2S 7, 4-5a.12-14a.16; Sal 88; Rm 4,13. 16-18.22; Mt 1,16.18-21.24a.

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