miércoles, 21 de mayo de 2008

Domingo II del tiempo Ordinario - A -

ÉSTE ES EL CORDERO DE DIOS
La imagen del cordero como víctima expiatoria era familiar al judío contemporáneo de Jesús. Más aún cuando oía hablar del “cordero de Dios”, es¬pontáneamente recordaba del “cordero pascual”. En el capítulo 12 del Éxodo, se describe su origen, el rito que ordena celebrar Yahvé cuando decide liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto: De¬bían inmolar un cordero por familia y comerlo al anochecer, marcando con su sangre el dintel de la puerta. La sangre del cordero pasó a ser el recuerdo perenne de esa intervención milagrosa de Dios. Sin duda, cuando el Bautista presentó a Jesús bajo la metáfora de “Cordero de Dios”, todos entendieron claramente: en Jesús, de alguna manera, se iba a reproducir aquella interven¬ción salvadora de Dios que el cordero pascual evocaba.
La primera comunidad cristiana -testigo de la inmolación de Jesús en la cruz- adoptó inmediatamente esta imagen que contiene otras reminiscencias bíblicas. En efecto, Isaías dedica varios pasajes de su libro a describir las ca¬racterísticas y los sufrimientos del “Siervo del Señor”. Se trata de un inocente que carga sobre sí las culpas de todo el pueblo. De él llega a decir: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría la boca (Is 53,7). Cristo, por su inmolación en la cruz, es el cordero pascual de la nueva Alianza. Es el Siervo del Señor que anunció Isaías.
¿Cómo reproducir en nuestro tiempo esta imagen bíblica? Quienes seguimos a Jesús necesitamos incorporar a nuestro proyecto de vida el perfil de Jesús. Imitando al Maestro, debemos también “quitar el pecado del mundo". No sólo nuestros pecados individuales, sino, sobre todo, la situación de pecado global que aflige a la humanidad: esa pretensión suicida de construir la sociedad, la convivencia humana, la propia vida al margen de Dios. Estamos llamados a “desactivar” el pecado del mundo a partir de los pecados que anidan en nuestro propio corazón, ya construir un mundo más humano.

Lectura del libro de Isaías 49,3.5-6
El Señor me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, en quien me gloriaré» y ahora habla el Señor, aquel que desde el vientre me formó como siervo suyo, para que le trajese a Jacob, para que le reuniese a Israel -tanto me honró el Señor, y mi Dios fue mi fuerza-: «No basta que seas mi siervo y restablezcas las tribus dé Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el último extremo de la tierra».
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.

Salmo (39)
R. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

- Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. / R.
- Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio, entonces yo digo: «Aquí estoy». / R.
- Como está escrito en mi libro: «Para hacer tu voluntad». Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. / R.
- He proclamado tu salvación ante la gran asamblea; no he cerrado los labios; Señor, tú lo sabes. / R.

Comienzo de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 1,1-3
Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por designio de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios que está en Corinto, a los consagrados por Cristo Jesús y llamados a formar su pueblo santo, junto a todos aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor de ellos y nuestro. Gracia y paz a ustedes de parte de Dios, nuestro. Padre, y del Señor Jesucristo. Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.

Lectura del santo evangelio según san Juan 1,29-34
En aquel tiempo, Juan vio a Jesús que se acercaba a él y exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería yo cuando dije: "Detrás de mí viene uno que es superior a mí, porque existía antes que yo". Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que el pueblo de Israel lo conozca». Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero' el que me envió a bautizar con agua me dijo: "Aquél sobre quien' veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ése es el que ha de bautizar con Espíritu Santo". Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que él es el Hijo de Dios». Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.

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