miércoles, 21 de mayo de 2008

Cuerpo y Sangre de Cristo - A-


LECTURA DEL LIBRO DEL DEUTERONOMIO 8, 2-3. 14b-16a

Moisés habló al pueblo y dijo: Recuerda el camino que el Señor, tu Dios, te ha hecho recorrer estos cuarenta años por el desierto; para afligirte, para ponerte a prueba y conocer tus intenciones: si guardas sus mandamientos o no. Él te afligió, haciéndote pasar hambre, y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no sólo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios. No te olvides del Señor, tu Dios, que te sacó de Egipto, de la esclavitud, que te hizo recorrer aquel desierto inmenso y terrible, con serpientes venenosas y alacranes, que en un lugar de sed, sin agua, hizo brotar para ti agua de la roca más dura; que te alimentó en el desierto con un maná que no conocían tus padres.
Palabra de Dios. R. Te alabamos Señor.


SALMO 147

R.- GLORIFICA AL SEÑOR, JERUSALÉN.


Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R.-
Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina. Él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. R.-
Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos. R.-

LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS CORINTIOS 10, 16-17
Hermanos:
El cáliz de bendición, que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque todos comemos del mismo pan.
Palabra de Dios. R. Te alabamos Señor.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 6, 51-58
En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”
Entonces Jesús les dijo: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no es como el maná que comieron sus padres y murieron; el que come de este pan vivirá para siempre.
Palabra de Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.

El alimento de la caridad

En el evangelio de hoy, Jesús se presenta como nuestro alimento y nos promete la plenitud de vida. La participación en el sacramento de la eucaristía lleva esta promesa inigualable: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. El que coma de este pan vivirá eternamente”.
No se trata de una consideración “piadosa”, sino de una realidad espiritual. Hay, en la comunión del manjar eucarístico una diferencia esencial con los otros alimentos. Y es que al comer, convertimos en sustancia propia lo que comemos. Pero, al comulgar el cuerpo y la sangre de Jesús, ocurre al revés: ¡nosotros nos convertimos en él! Y podemos exclamar con san Pablo: "Ya no vivo yo: es Cristo quien vive en mí”. No basta creer, hay que comer el pan de vida; no basta comer el pan eucarístico de "cualquier manera", hay que unirse conscientemente a Cristo, vivo y operante en la comunión.
Puesto que la comunión nos une de esa manera tan íntima a Cristo, exige la comunión fraterna con todos los hombres. No se puede comulgar a Jesús y "no soportar" a los hermanos. Al comulgar hay que buscar conscientemente no sólo la íntima unión con Jesús, sino también la común-unión con los hermanos. La Iglesia, en preparación a la comunión, nos hace rezar el Padrenuestro, para que "pidamos perdón como también nosotros perdonamos”, y para que pidamos el pan nuestro, el pan para todos. La comunión exige reconciliación y caridad. Los que comemos el cuerpo y la sangre de Jesús hemos de contribuir eficazmente a que los hambrientos de toda clase satisfagan su hambre de pan, de cultura, de compañía, de justicia, de amor, de comprensión, de derechos humanos.
La caridad es la necesaria exigencia de la espiritualidad eucarística. Revisemos de una manera especial en esta fiesta, cómo vivimos nuestra caridad, cuál es el grado de nuestra generosidad, de nuestro interés "efectivo" por aliviar las necesidades del prójimo. Si a la eucaristía le falta la caridad, queda corta.

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