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Cuando iba a entrar
Pedro, salió Cornelio a su encuentro y se echó a sus pies a modo de homenaje,
pero Pedro lo alzó, diciendo: «Levántate, que soy un hombre como tú.»
Pedro tomó la palabra y
dijo: «Está claro que Dios no hace distinciones; acepta al que lo teme y
practica la justicia, sea de la nación que sea.»
Todavía estaba hablando
Pedro, cuando cayó el Espíritu Santo sobre todos los que escuchaban sus
palabras. Al oírlos hablar en lenguas extrañas y proclamar la grandeza de Dios,
los creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que
el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles.
Pedro añadió: «¿Se puede
negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que
nosotros?»
Y mandó bautizarlos en el
nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos. Palabra de Dios
Salmo 97,1.2-3ab.3cd-4
R/. El Señor revela a las naciones su salvación
Cantad al Señor un
cántico nuevo,
porque ha hecho
maravillas;
su diestra le ha
dado la victoria,
su santo brazo. R/.
El Señor da a
conocer su victoria,
revela a las
naciones su justicia:
se acordó de su
misericordia y su fidelidad
en favor de la
casa de Israel. R/.
Los confines de la
tierra han contemplado
la victoria de
nuestro Dios.
Aclama al Señor,
tierra entera,
gritad, vitoread,
tocad. R/.
Lectura
de la primera carta del apóstol san Juan (4,7-10):
Amémonos unos a otros, ya
que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios.
Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó
el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para
que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima
de propiciación por nuestros pecados. Palabra
de Dios
Lectura
del santo evangelio según san Juan (15,9-17):
En aquel tiempo, dijo
Jesús a sus discípulos: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo;
permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor;
lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su
amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra
alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros
como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus
amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo
amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No sois
vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he
destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure. De modo que lo
que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a
otros.»
Palabra
del Señor
El amor que se adelanta a nuestro amor
El Evangelio de hoy va al centro de la
vida cristiana. Nos habla del mandamiento, del único mandamiento: “que se amen
unos a otros como yo los he amado”. Pero, ¿puede ser el amor un mandamiento,
una ley, una orden? ¿Nos pueden ordenar que amemos? En realidad, el amor es
algo que brota de adentro de la persona pero no de una orden recibida de otro.
En el ejército se dan órdenes y se obedecen. En el trabajo sucede lo mismo.
Pero nadie nos puede ordenar lo que tenemos que sentir hacia los que nos rodean.
Eso es algo diferente.
Jesús sabe que es algo diferente. Jesús ha
experimentado el amor de Dios. Es más, ha experimentado que Dios es amor. Su
presencia en nuestro mundo es signo concreto, real, de ese amor de Dios por
cada uno de nosotros. Ese amor es el que nos da la vida. El amor de Dios es el
que creó este mundo y el que lo mantiene en su existencia, a pesar de lo mal
que lo tratamos y que nos tratamos unos a otros. Ahí está la razón por la que Jesús
habla del “mandamiento del amor”. Porque Dios nos ha amado primero. Porque
somos criaturas de su amor. El amor, como dice la segunda lectura, no es algo
que nace de nosotros sino que nace en Dios. Él es el origen del amor, de esa
corriente vital sin la que no podemos vivir.
No hay forma de ponerle fronteras a ese
amor que viene de Dios. Para Dios no hay judíos ni paganos. Ésa es la sorpresa
que se llevan los judíos en la lectura de los Hechos de los Apóstoles. Dios va
más allá de las normas, de las tradiciones. Su amor es más fuerte que cualquier
ley humana. Dios se regala y se da a todos.
Las lecturas de hoy nos hablan del
mandamiento del amor. Pero en realidad nos invitan a fijarnos en el amor con el
que Dios nos ama y nos cuida. Sólo de esa experiencia brotará nuestro propio
amor, nuestra capacidad de amar y regalar vida a los que nos rodean. Es algo
parecido a intentar convencer a alguien de que no ir a Misa los domingos es
pecado. Es mucho mejor invitarle a venir a nuestra comunidad, hacerle que
disfrute en la celebración de la Eucaristía con los cantos, con la fraternidad,
con el encuentro con Jesús. Es posible que vuelva. Pero si le amenazamos con el
pecado, es muy fácil que no vuelva. Con el amor sucede algo parecido. Nadie va
a amar bajo la amenaza de una multa si no lo hace. Pero es muy fácil que ame si
se ha experimentado amado y reconocido por los que le rodean. Hoy está en
nuestras manos hacer conocer a los que viven con nosotros el amor con el que
Dios les ama. No otra cosa significa en la práctica ser cristianos.
Para la reflexión
¿Sé que Dios me ama? ¿Cómo? ¿Por qué?
¿Qué signos concretos y prácticos tengo de ese amor de Dios? ¿Será posible que
el amor que recibo de los que me rodean sea el mejor signo del amor de Dios?
¿Cómo transmito ese amor de Dios a los que están a mi alrededor?