viernes, 29 de septiembre de 2017

Los Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel

Miles y miles le servían
Lectura de la profecía de Daniel. 7,9-10.13-14

MIRÉ y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó. Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él.
Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Seguí mirando.
Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.
Su poder es un poder eterno, no cesará. Su reino no acabará.

Palabra de Dios.


o bien

Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón

Lectura del libro del Apocalipsis12, 7-12a

HUBO un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón, y el dragón combatió, él y sus ángeles. Y no prevaleció y no quedó lugar para ellos en el cielo.
Y fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el que engaña al mundo entero; fue precipitado a la tierra y sus ángeles fueron precipitados con él.
Y oí una gran voz en el cielo que decía:
«Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.
Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio que habían dado, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por eso, estén alegres, cielos, y los que habitan en ellos».
Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 137, 1-2a. 2b-3. 4-5. 7c-8 (R/.: 1c)

R/.   Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
        
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;

delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario.   R/.
                
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.   R/.
                
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,

porque la gloria del Señor es grande.   R/.

Aleluya                                                                   Sal 102, 21

R/.   Aleluya, aleluya, aleluya.
V/.   Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
        servidores que cumplís sus deseos.   R/.


Verán a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre

✠ Lectura del santo Evangelio según san Juan.1,47-51

En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
«Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
Natanael le contesta:
«¿De qué me conoces?».
Jesús le responde:
«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».
Natanael respondió:
«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Jesús le contestó:
«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió:
«En verdad, en verdad les digo: verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Palabra del Señor.

Comentario
Lo de los ángeles está muy de moda actualmente. Forman parte de esa religiosidad difusa, de esa espiritualidad que se expande por nuestro mundo invitando a las personas a vivir todo desde su interioridad y que cree en una especie de energía que invade el universo y con la que nos conectamos cuando hacemos silencio. Es como recargar el depósito del coche. Después de eso, vamos por la vida sintiendo aquí y allá esa fuerza positiva que nos anima a seguir haciendo lo mismo que hacíamos y a asumir lo negativo de nuestras vidas.
Pero esa espiritualidad tiene poco que ver con el Evangelio. El Evangelio no va de energías ni de lucecitas en la oscuridad. No va de imágenes acarameladas de angelitos en tonos pastel. Va de un hombre que salió a los caminos y se enfrentó a las autoridades de su tiempo. Va de un hombre que tomó la vida por los cuernos, que fue sincero consigo mismo, que no temió al qué dirán, que arriesgo por todo por aquello que para él era el centro de su vida: su profunda experiencia de Dios y su Reino.
El Dios de Jesús no tenía ningún parecido con una aspirina que calma nuestros dolores. Ni siquiera su objetivo era darnos la paz. El Reino es de los arriesgados, dijo. Y el Abbá de Jesús es el Dios liberador de todas las opresiones. Su voluntad es transformar este mundo para que todos sus hijos e hijas puedan vivir en libertad y justicia. Por eso Jesús entregó su vida. Por eso nos invita a nosotros a entregarla.
Los ángeles no son lucecitas ni energías positivas. Los ángeles no son comparsas inmóviles de la corte celestial –¡como si a Dios le hiciese falta una corte de aduladores!–. Los ángeles son una forma de hablar de la voluntad de Dios que no se queda en el cielo sino que baja a la tierra. Porque Dios no habita en esa nube difusa de espiritualidad y paz interior sino en el barro de esta tierra, en sus luchas y en sus compromisos por extender la fraternidad y el reino.  Ahí podemos comenzar a hablar de los ángeles.

jueves, 21 de septiembre de 2017

La Virgen de las Mercedes - 24 de setiembre

Fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes

Lecturas del día

Yo estoy contigo para salvarte

Lectura del profeta Jeremías 30,8-11a

Aquel día —oráculo del Señor de los Ejércitos— romperé el yugo de tu cuello, pueblo mío, y haré saltar tus correas; ya no servirán a extranjeros, sino que servirán al Señor su Dios, y a David su rey, que le suscitaré. Y tú no temas, siervo mío Jacob, —oráculo del Señor— no te asustes, Israel; porque yo mismo té salvaré del país lejano, a tu descendencia del país del destierro.
Descansará Jacob, sin turbación, reposará, sin alarmas. Porque yo estoy contigo —oráculo del Señor— para salvarte.
Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL 125

R/. He visto la cautividad de mis hijos e hijas 
y les he roto las cadenas.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares. R.

Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros,
y estamos alegres. R.

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Négueb.
Los que sembraban con lágrimas,
cosechan entre cantares. R.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas. R.

Ustedes han sido llamados para vivir en libertad

Lectura de la carta de San Pablo a los Gálatas 5, 1-2; 13-25
Hermanos:
Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud. Yo mismo, Pablo, les digo: si ustedes se hacen circuncidar, Cristo no les servirá de nada.
Ustedes, hermanos, han sido llamados para vivir en libertad, pero procuren que esta libertad no sea un pretexto para satisfacer los deseos carnales» háganse más bien servidores los unos de los otros, por medio del amor. Porque toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente, tengan cuidado porque terminarán destruyéndose los unos a los otros. Yo los exhorto a que se dejen conducir por el Espíritu de Dios, y así no serán arrastrados por los deseos de la carne. Porque la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos luchan entre sí, y por eso, ustedes no pueden hacer todo el bien que quieren. Pero si están animados por el Espíritu, ya no están sometidos a la Ley.
Se sabe muy bien cuáles son las obras de la carne: fornicación, impureza y libertinaje, idolatría y superstición, enemistades y peleas, rivalidades y violencias, ambiciones y discordias, sectarismos, disensiones envidias, ebriedades y orgías, y todos los excesos de esta naturaleza. Les vuelvo a repetir que los que hacen estas cosas no poseerán el Reino de Dios.
Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está demás, porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él.
Palabra de Dios

ALELUYA
¡Tú eres la puerta del Rey altísimo, trono resplandeciente del que es Luz! Pueblos redimidos, aplaudan, por María se nos ha devuelto la libertad, aleluya.

Hagan lo que él diga

+ Lectura del santo Evangelio según san Juan 2, 1-11

En aquel tiempo, había una boda en Cana de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino y la madre de Jesús le dijo:
—-«No les queda vino.»
Jesús le contestó:
—«Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora.»
Su madre dijo a los sirvientes:
—-“Hagan lo que él diga.”
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo:
—«Llenen las tinajas de agua.» .
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó:
—«Saquen ahora, y llévenselo al mayordomo.»
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), entonces llamó al novio y le dijo:
—«Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora»
Así, en Cana de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.
PALABRA DEL SEÑOR

ORACIÓN SOBRE LAS OFRENDAS
Mira, Señor, las ofrendas que te presentamos,
anunciando la muerte y la resurrección de tu Hijo;
concédenos que cada vez que celebramos estos misterios
aumente nuestra paz y libertad. PJNS

ORACIÓN DESPUÉS DE LA COMUNIÓN
Habiendo participado, Señor de los dones de tu mesa,
te pedimos que los que hemos celebrado esta fiesta
en honor de María, madre de cautivos,
nos veamos siempre libres de la esclavitud y de todo mal.

Fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes

La Santísima Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco en 1218, recomendándole que fundara una comunidad religiosa que se dedicara a auxiliar a los cautivos que eran llevados a sitios lejanos. Esta advocación mariana nace en España y se difunde por el resto del mundo.
San Pedro Nolasco, inspirado por la Santísima Virgen, funda una Orden dedicada a la merced, que significa obras de misericordia. Su misión era la misericordia para con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes.
Muchos de los miembros de la Orden canjeaban sus vidas por la de presos y esclavos. Fue apoyado por el rey Jaime, el Conquistador, y aconsejado por San Raimundo de Peñafort.
San Pedro Nolasco y sus frailes, muy devotos de la Virgen María, la tomaron como Patrona y guía. Su espiritualidad es fundamentada en Jesús, el Liberador de la humanidad y en la Santísima Virgen, la Madre liberadora e ideal de la persona libre.
Los mercedarios querían ser caballeros de la Virgen María al servicio de su obra redentora. Por eso la honran como Madre de la Merced, o Virgen Redentora.
En 1272, tras la muerte del Fundador, los frailes toman oficialmente el nombre de La Orden de Santa María de la Merced, de la Redención de los cautivos, pero son mas conocidos como mercedarios.
El Padre Antonio Quexal en 1406, siendo General de la Merced, dice: "María es fundamento y cabeza de nuestra Orden".
Esta Comunidad religiosa se ha dedicado por siglos a ayudar a los prisioneros y ha tenido Mártires y Santos. Sus religiosos rescataron muchísimos cautivos que estaban presos en manos de los feroces sarracenos.
El Padre Gaver en 1400, relata cómo La Virgen llama a San Pedro Nolasco y le revela su deseo de ser Liberadora a través de una Orden dedicada a la liberación.
Nolasco le pide ayuda a Dios y en signo de la misericordia divina, le responde La Virgen María diciéndole que funde una Orden Liberadora.
Desde el año 1259, los Padres Mercedarios empiezan a difundir la devoción a Nuestra Señora de la Merced o de las Mercedes, la cual se extiende por el mundo.
Los mercedarios llegan al continente americano y pronto la devoción a la Virgen de la Merced se propaga ampliamente. En República Dominicana, Perú, Argentina y muchos otros países, la Virgen de la Merced es muy conocida y amada.
En España: En los últimos siglos de la Edad Media, los árabes tenían en su poder el sur, el levante español y sus vidas en vilo. Los turcos y sarracenos habían infestado el Mediterráneo y atacaban a los barcos que desembarcaban en las costas, llevándose cautivos a muchos.
Un alma caritativa, suscitada por Dios, a favor de los cautivos, fue San Pedro Nolasco, de Barcelona, llamado el Cónsul de la Libertad. Se preguntaba cómo poner remedio a tan triste situación y le rogaba insistentemente a la Virgen Maria.
Pronto empezó a actuar en la compra y rescate de cautivos, vendiendo cuanto tenía. La noche del primero de agosto de 1218, Nolasco, estando en oración, se le apareció la Virgen Maria, le animó en sus intentos y le transmitió el mandato de fundar la Orden Religiosa de la Merced para la redención de cautivos.
Pocos días después, Nolasco cumplía el mandato. Los mercedarios se comprometían con un cuarto voto: liberar a otros más cébiles en la fe, quedando como rehenes si fuera necesario.
De este modo, a través de los miembros de la Nueva Orden, la Virgen María, Madre y Corredentora, Medianera de todas las gracias, aliviaría a sus hijos cautivos y a todos los que suspiraban a Ella, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. A todos darìa la merced de su favor.
La Virgen María tendrá desde ahora la Advocación de la Merced, o más bello todavía, en plural: Nuestra Señora de las Mercedes, indicando así la abundancia incontable de sus gracias. ¡Hermosa advocación y hermoso nombre el de Mercedes!
Nuestra Señora de las Mercedes concedería a sus hijos la merced de la liberación. Alfonso X, el Sabio, decía que "sacar a los hombres de cautivo, es cosa que place mucho a Dios, porque es obra de la Merced".
Bajo la protección de Nuestra Señora de la Merced, los frailes mercedarios realizaron una labor ingente, como ingentes fueron los sufrimientos de San Pedro Nolasco, San Ramón Nonato y San Pedro Armengol. Y no faltaron Mártires como San Serapio, San Pedro Pascual y otros muchos.
El culto a Nuestra Señora de la Merced se extendió muy pronto por Cataluña y por toda España, por Francia y por Italia a partir del siglo XIII. En el año 1265, aparecieron las primera monjas mercedarias.
Los mercedarios estuvieron entre los primeros misioneros de América. En la Española o República Dominicana, por ejemplo, misionó Fray Gabriel Téllez, Tirso de Molina.
Barcelona se gloría de haber sido escogida por Nuestra Señora de la Merced como lugar de su aparición y la tiene por Celestial Patrona. ''¡Princesa de Barcelona, protegiu nostra ciutat!"
En el Museo de Valencia hay un cuadro de Vicente López, en el que varias figuras vuelven su rostro hacia la Virgen de la Merced, como implorándole, mientras la Virgen abre sus brazos y extiende su manto, cubriéndolos a todos con amor, reflejando así su título de Santa María de la Merced.
En Argentina: Tucumán fue fundada por don Diego de Villarreal en 1565, pero el día de Nuestra Señora de las Mercedes, en1685, fue trasladada al sitio actual.
El Cabildo, en 1687, nombró a Nuestra Señora de las Mercedes como Patrona y Abogada de la ciudad, por los muchos favores que la Virgen dispensó a los tucumanos.
La victoria argentina en la Batalla de Tucumán del 24 de septiembre de 1812, es acreditada a Nuestra Señora de las Mercedes. En ella se decidió la suerte de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Los españoles eran unos tres mil y los argentinos apenas mil ochocientos. Belgrano, el general argentino, puso su confianza en Dios y en Nuestra Señora de las Mercedes, a quien eligió por Patrona de su Ejército.
En la mañana del 24 de septiembre de 1812, día del combate, el general Belgrano estuvo orando largo rato ante el altar de la Virgen. El ejército argentino obtuvo la victoria.
En el parte que transmitió al Gobierno, Belgrano hizo resaltar que la victoria se obtuvo el día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección se habían puesto las tropas.
El parte dice textualmente: "La patria puede gloriarse de la completa victoria que han tenido sus armas el día 24 del corriente, día de Nuestra Señora de las Mercedes, bajo cuya protección nos pusimos ".
El general Belgrano dejó en manos de la imagen de la Virgen su bastón de mando. La entrega se efectuó durante una solemne procesión con todo el ejército, que terminó en el Campo de las Carreras, donde se había librado la batalla.
Belgrano se dirigió hacia las andas en que era conducida la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, y le entregó el bastón que llevaba, poniéndolo en las manos de la Virgen y proclamándola como Generala del Ejército.
Al tener conocimiento de estos actos de devoción, las religiosas de Buenos Aires remitieron a Belgrano cuatro mil escapularios de Nuestra Señora de la Merced, para que los distribuyeran a las tropas.
El batallón de Tucumán se congregó antes de partir rumbo a Salta frente al atrio del Templo de la Merced, donde se le entregaron los escapularios. Tanto los jefes como oficiales y tropas, los colocaron sobre sus uniformes.
El 20 de febrero de 1813, los argentinos que buscaban su independencia, se enfrentaron nuevamente con los españoles en Salta.
Antes de entrar en combate, Belgrano recordó a sus tropas el poder y valimiento de María Santísima, y les exhortó a poner en Ella su confianza. Formuló también el voto de ofrendarle los trofeos de la victoria, si por su intercesión la obtenía.
Con la ayuda de la Madre de Dios, vencieron nuevamente a los españoles y de las cinco banderas que cayeron en poder de Belgrano, una la destinó a Nuestra Señora de las Mercedes de Tucumán, dos a la Virgen de Luján y dos a la Catedral de Buenos Aires.
A partir del año 1812, el culto a Nuestra Señora de las Mercedes adquiere una gran solemnidad y popularidad.
En 1813, el Cabildo de Tucumán pide al gobierno eclesiástico la declaración del Vicepatronato de Nuestra Señora de las Mercedes, "que se venera en la Iglesia de su religión", y ordena de su parte que los poderes públicos celebren anualmente su fiesta el 24 de septiembre.
La Autoridad Eclesiástica, por decreto especial, declara el 4 de septiembre de 1813, festivo en homenaje a Nuestra Señora de las Mercedes, el 24 de septiembre.
Después del 31 de agosto de 1843, es declarada oficialmente Vicepatrona, jurando su día por festivo, disponiendo se celebre cada año una Misa solemne con asistencia del Magistrado, y sacando por la tarde la imagen de la Santísima Virgen en procesión, como prueba de gratitud por los beneficios dispensados.
Al cumplirse el centenario de la batalla y victoria de Tucumán, la imagen de Nuestra Señora de las Mercedes fue coronada solemnemente en nombre del Papa San Pio X, en 1912.
El 22 de junio de 1943, el Presidente de la República, General Pedro P. Ramirez, por decreto aprobado el día anterior con sus ministros, dispuso por el artículo primero:
"Quedan reconocidas con el grado de Generala del Ejército Argentino, la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora de las Mercedes y la Santísima Virgen María, bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen".
Los artículos 2,3 y 5, se refieren a la imposición de la banda y faja, que corresponde a los generales de la nación. El gobierno Argentino proclama así, solemnemente ante el mundo, su religiosidad.
En 1945, el Gobierno Nacional designó a Nuestra Señora de las Mercedes Patrona Principal de la Aeronáutica Militar.
En Santa Fe, la imagen se venera en el Templo del Milagro, en Paraná se venera en la Catedral, en Córdoba en la Iglesia de los Padres Mercedarios, y así en muchos otros lugares.
Oración a Nuestra Señora de la Merced:
Generala del Ejército Argentino, a ti recurrimos, oh Virgen Generala de nuestros Ejércitos, para implorar tu maternal protección sobre esta Patria Argentina.
Te recordamos, que aquí se alzó el altar donde se glorificó a Jesús Eucarístico ante el mundo entero, que nuestra bandera se izó en la presencia augusta de tu divino Hijo y que los colores nacionales cruzan sobre tu pecho cual blasón de Generala del Ejército Argentino.
Por todo esto, te pedimos que protejas a nuestra Patria erigida según los designios divinos, y que del uno al otro confín, sepan los pueblos honrarla.
Que al postrarnos ante tu imagen de Virgen Generala, resuene esta unánime aclamación: ¡Tú eres la gloria de nuestra Patria! ¡Tú eres la honra de nuestro pueblo! ¡Tú, la Generala de nuestro Ejército!
En República Dominicana: Una de las imágenes de gran devoción en Santo Domingo y la más antigua, es la de Nuestra Señora de las Mercedes.
En marzo de 1495, Cristóbal Colón, acompañado por unos cuantos españoles, tuvo que enfrentar a un crecido número de indios acaudillados por un cacique. Levantaron una trinchera y junto a ella, colocaron una gran cruz de madera.
Los indios lograron desalojar a los españoles, quienes de inmediato se replegaron a un cerro. Mientras tanto, los indígenas prendieron fuego a la cruz y con hachas intentaban destruirla sin poder lograrlo.
Ante la agresividad de los indios, Colón y la mayoría de la tropa decidieron retirarse del lugar. Sin embargo, el mercedario Fray Juan Infante, confesor de Colón, que llevaba consigo una imagen de Nuestra Señora de las Mercedes, exhortó a los españoles a seguir combatiendo, y les prometió la victoria en nombre de la Virgen.
Al día siguiente, las fuerzas de Colón obtuvieron una increíble victoria frente a los indígenas, quienes se dispersaron por los montes. Luego de este suceso, se construyó un Santuario a Nuestra Señora de las Mercedes, en la misma cumbre del cerro donde Colón colocó la milagrosa cruz.
En Perú: La devoción a Nuestra Señora de las Mercedes en este país, se remonta a los tiempos de la fundación de Lima. Consta que los Padres Mercedarios que llegaron al Perú junto con los conquistadores, habían edificado ya su primitiva iglesia conventual hacia 1535, templo que sirvió como la primera parroquia de Lima hasta la construcción de la Iglesia Mayor en 1540.
Los Mercedarios no sólo evangelizaron a la región, sino que fueron gestores del desarrollo de la ciudad, al edificar los hermosos templos que hoy se conservan como valioso patrimonio histórico, cultural y religioso.
Junto con estos frailes, llegó su Celestial Patrona, la Virgen de la Merced, Advocación Mariana del siglo XIII.
Esta Orden de la Merced, aprobada en 1235 como Orden militar por el Papa Gregorio IX, logró liberar a miles de cristianos prisioneros, convirtiéndose posteriormente en una, dedicada a las misiones, la enseñanza y a las labores en el campo social.
Los frailes mercedarios tomaron su hábito de las vestiduras que llevaba la Virgen en la aparición al fundador de la Orden.
La imagen de la Virgen de la Merced viste totalmente de blanco. Sobre su larga túnica lleva un escapulario en el que está impreso a la altura del pecho, el escudo de la Orden. Un manto blanco cubre sus hombros y su larga cabellera aparece velada por una fina mantilla de encajes.
En unas imágenes, se la representa de pie, y en otras, sentada. Unas veces se muestra con el Niño en los brazos, y otras, los tiene extendidos, mostrando un cetro real en la mano derecha y en la otra, unas cadenas abiertas, símbolo de liberación.
Esta es la apariencia de la hermosa imagen que se venera en la Basílica de la Merced, en la capital limeña, que fue entronizada a comienzos del siglo XVII, y que ha sido considerada como Patrona de la capital.
Fue proclamada en 1730 "Patrona de los Campos del Perú", "Patrona de las Armas de la República" en 1823, y al cumplirse el primer centenario de la independencia de la nación, la imagen fue solemnemente coronada, recibiendo el título de "Gran Mariscala del Perú" el día 24 de septiembre de 1921, Solemnidad de Nuestra Señora de la Merced.
Desde entonces, ha sido declarada fiesta nacional, ocasión en que cada año el ejército le rinde honores a su alta jerarquía militar de "Mariscala".
La imagen porta numerosas condecoraciones otorgadas por la República del Perú, sus gobernantes e instituciones nacionales.
En 1970, el Cabildo de Lima le otorgó las "Llaves de la ciudad", y en 1971, el Presidente de la República le impuso la Gran Cruz Peruana al Mérito Naval, gestos que demuestran el cariño y la devoción del Perú a esta Advocación, considerada por muchos, como su Patrona Nacional.

martes, 12 de septiembre de 2017

Domingo XXIV - A


Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados

LECTURA DEL LIBRO DEL ECLESIÁSTICO 27, 30-28, 7
Rencor e ira también son detestables, el pecador lo posee. El vengativo sufrirá la venganza del Señor, que llevará cuenta exacta de sus pecados.
Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados te serán perdonados.
Si un ser humano alimenta la ira contra otro, ¿cómo puede esperar la curación del Señor?
Si no se compadece de su semejante, ¿cómo pide perdón por sus propios pecados?
Si él, simple mortal, guarda rencor, ¿quién perdonará sus pecados?
Piensa en tu final, y deja de odiar, acuérdate de la corrupción y de la muerte y sé fiel a los mandamientos.
Acuérdate de los mandamientos, y no guardes rencor a tu prójimo; acuérdate de la alianza del Altísimo y pasa por alto la ofensa.
                                                                 Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL  Sal. 102, 1-2. 3-4. 9-10. 11-12

R. EL SEÑOR ES COMPASIVO Y MISERICORDIOSO, LENTO A LA IRA Y RICO EN CLEMENCIA.

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mí ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus  enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa,
y te colma de gracia y de ternura. R.

No está siempre acusando
ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,
se levanta su bondad sobre los que lo temen;
como dista el oriente del ocaso,
así aleja de nosotros nuestros delitos. R.

En la vida y en la muerte somos del Señor

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 14, 7-9

Hermanos:
Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; así que, ya vivamos ya muramos, somos del Señor.
Pues para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de muertos y vivos.
                                                                    Palabra de Dios.

ALELUYA Jn 13, 34
Les doy un mandamiento nuevo --dice el Señor--, que se amen unos a otros, como yo los he amado.

No te digo que le perdones hasta siete veces,
sino hasta setenta veces siete

+ LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 18, 21-35

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así.
El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo."
Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo:
"Págame lo que me debes".
El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo:
"Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré."
Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
"¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?"
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con ustedes mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».

                                                                Palabra del Señor.

Homilía

1. El verbo "perdonar"

1.1 Las lecturas de hoy se centran en el tema del perdón. Una realidad que todos necesitamos pero que no todos nos sentimos capaces de otorgar a los demás. Seguimos, pues, en este día la enseñanza del verbo perdonar.
1.2 "Hagamos de cuenta que no ha pasado nada". Para muchos, esta es la fórmula de absolución propia para otorgar el perdón que se nos pide. Pero, ¿dice ella realmente lo que pretende? ¿Es humanamente posible prescindir de lo que realmente pasó y nadie puede negar que pasó? ¿Es esa la imagen que debemos tener del perdón divino?
1.3 Es verdad lo que dice Ezequiel: "Si digo al malvado: vas a morir, y él se aparta del pecado y practica el derecho y la justicia […] ninguno de los pecados que cometió se le recordará más" (Ez 33,14.16). Pero, ¿es que todo perdonar supone olvidar? La pregunta es difícil de responder.
1.4 Si uno dice con el refrán "yo perdono pero no olvido", normalmente eso significa que uno conserva a la manera de un arma el recuerdo de los defectos o errores ajenos, para poder sacarlos cuando sea necesario. Un ejemplo típico es el del jefe que sabe cuándo recordar a su empleado cuántas veces ha llegado tarde, aunque cada una de esas veces le dijo sonriendo: "No se preocupe, don Pablo, a todos nos pasa…". En este caso no había perdón, o mejor: sólo lo había de labios para fuera. Pero el dolor y el orgullo herido estaban ahí intactos.
1.5 Por otro lado, si uno dice que "todo perdonar es olvidar", ¿es creíble que una persona llegue de veras a perdonarse a sí misma? Si estaré perdonado sólo cuando olvide, ¿cómo perdonarme lo que yo sé bien que sí hice. Por eso parece más sensato separar netamente los verbos "perdonar" y "olvidar", sabiendo que alguna relación tienen, pero que no son siempre compañeros.

2. Lo propio del perdón

2.1 En efecto, lo propio del perdón no es negar el pasado, sino superarlo, transformarlo, redimensionarlo, reconducirlo, recrearlo. Dios cuando nos perdona no padece amnesia, sino que da —regala— un desenlace distinto a lo que parecía perdido.
2.2 Hay un principio básico que hace posible el perdón: los actos humanos anteriores cobran sentido de los posteriores. Así por ejemplo, mil amabilidades para luego pedir un favor, no se llaman "mil amabilidades", sino "un favor"; pero lo contrario también es cierto, porque hay veces en que ningún ensayo de la orquesta suena tan bien como la presentación final: ésta, en ese sentido, justifica los intentos e incluso los errores que la han precedido. Se trata solamente de ejemplos, pero nos ayudan a ver.
2.3 El perdón, pues, no es prescindir de lo que pasó, sino hacer realmente posible que pasen cosas buenas y nuevas, sobre una base probablemente vieja y mala. No es simplemente que no se vuelva a repetir el mal, sino que se haga posible un bien que, si no hubiera habido ese mal, tal vez nunca se hubiera dado. Como se ve, lo más cercano al perdón es la creación y perdonar es ser ministro de una creación nueva. Pensemos en la samaritana perdonada y convertida de que nos habla el capítulo 4 del Evangelio según San Juan. El perdón que ella recibe la hacen testigo y apóstol de una noticia de gracia que ella no hubiera podido decir si no hubiera sido perdonada.

3. Pautas para poder perdonar

3.1 De acuerdo con todo ello, es posible ofrecer algunas pautas que nos ayuden a perdonar.
3.2 Partamos de un discernimiento: ¿qué clase de cosas son las que sana el tiempo? Hay personas que simplemente "sepultan" sus heridas, con la única consecuencia de que éstas se enconan e infectan y vuelven a salir a luz en peor estado. Otras personas, en cambio, piensan una y otra vez sus dolores, como recocinándolos, o como si quisieran beber y brindar un potaje de amargura. Por eso la pregunta: ¿qué clase de cosas sana el tiempo?
3.3 Podemos decir que han de darse tres condiciones para que el tiempo ayude a sanar una herida emocional: (a) Radical conciencia del poder inmenso del amor de Dios, como paciencia y providencia, como ternura y firmeza, como sabiduría y misericordia; (b) Inmensa claridad sobre los propios límites y sobre el hecho de que todos estamos hechos del mismo barro; (c) Profundo deseo de bendición, luz y sanación para todos los implicados en cada uno de los acontecimientos, de modo que aparezca y se realice toda y sola la voluntad de Dios.
3.4 Sobre esta base, perdonar significa: (a) Abrir los ojos ante los ojos de Cristo; secar las lágrimas y contemplar con una misma mirada el dolor y el amor de su Cruz; (b) Pedir el bien, anhelar la pascua, buscar y amar la luz; (c) Absolver —no en nuestro nombre sino en el nombre de Cristo—, y de inmediato pedir a Dios que dé sus bienes al que nos ha ofendido.

3.5 Feliz quien recibe perdón. Cien veces feliz quien aprende a perdonar.

lunes, 11 de septiembre de 2017

La Impresión de las llagas a N.S.P. san Francisco de Asís - 17 de setiembre

Nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Gálatas 6, 14-18
Hermanos:
Dios me libre de gloriarme sino es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.
Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino criatura nueva.
La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre Israel.
En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo está con su espíritu, hermanos.
Amén.
Palabra de Dios

Salmo responsorial Sal 15, 1-2ª. 5. 7-8.11

R. El Señor es el lote de mi heredad

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
Yo digo al Señor: “tú eres mi bien”.
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa. R.

Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor:
con él a mi derecha, no vacilaré. R.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.

Aleluya Gal 2,19-20

Aleluya, aleluya..
Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo vive en mí.
Aleluya

El que pierda su vida por mi causa, la salvará

+ Lectura del santo evangelio según san Lucas  9,23-26

En aquel tiempo, dirigiéndose a todos dijo Jesús: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si se pierde o se perjudica así mismo? Quien se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con su gloria, con la del Padre y la de los ángeles santos.
                                                            Palabra del Señor


CONSIDERACIÓN III

Aparición del serafín e impresión de las llagas a San Francisco

En cuanto a la tercera consideración, que es la de la aparición del serafín y de la impresión de las llagas, se ha de considerar que, estando próxima la fiesta de la cruz de septiembre (1), fue una noche el hermano León, a la hora acostumbrada, para rezar los maitines con San Francisco. Lo mismo que otras veces, dijo desde el extremo de la pasarela: Domine, labia mea aperies, y San Francisco no respondió. El hermano León no se volvió atrás, como San Francisco se lo tenía ordenado, sino que, con buena y santa intención, pasó y entró suavemente en su celda; no encontrándolo, pensó que estaría en oración en algún lugar del bosque. Salió fuera, y fue buscando sigilosamente por el bosque a la luz de la luna. Por fin oyó la voz de San Francisco, y, acercándose, lo halló arrodillado, con el rostro y las manos levantadas hacia el cielo, mientras decía lleno de fervor de espíritu:
-- ¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío? Y ¿quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?
Y repetía siempre las mismas palabras, sin decir otra cosa. El hermano León, fuertemente sorprendido de lo que veía, levantó los ojos y miró hacia el cielo; y, mientras estaba mirando, vio bajar del cielo un haz de luz bellísima y deslumbrante, que vino a posarse sobre la cabeza de San Francisco; y oyó que de la llama luminosa salía una voz que hablaba con San Francisco; pero el hermano León no entendía lo que hablaba. Al ver esto, y reputándose indigno de estar tan cerca de aquel santo sitio donde tenía lugar la aparición y temiendo, por otra parte, ofender a San Francisco o estorbarle en su consolación si se daba cuenta, se fue retirando poco a poco sin hacer ruido, y desde lejos esperó hasta ver el final. Y, mirando con atención, vio cómo San Francisco extendía por tres veces las manos hacia la llama; finalmente, al cabo de un buen rato, vio cómo la llama volvía al cielo.
Marchóse entonces, seguro y alegre por lo que había visto, y se encaminó a su celda. Como iba descuidado, San Francisco oyó el ruido que producían sus pies en las hojas del suelo, y le mandó que le esperase y no se moviese. El hermano León obedeció y se estuvo quieto esperándole; tan sobrecogido de miedo, que, como él lo refirió después a los compañeros, en aquel momento hubiera preferido que lo tragara la tierra antes que esperar a San Francisco, por pensar que estaría incomodado contra él; porque ponía sumo cuidado en no ofender a tan buen padre, no fuera que, por su culpa, San Francisco le privase de su compañía. Cuando estuvo cerca San Francisco, le preguntó:
-- ¿Quién eres tú?
-- Yo soy el hermano León, Padre mío -respondió temblando de pies a cabeza.
-- Y ¿por qué has venido aquí, hermano ovejuela? -prosiguió San Francisco-. ¿No te tengo dicho que no andes observándome? Te mando, por santa obediencia, que me digas si has visto u oído algo.
El hermano León respondió:
-- Padre, yo te he oído hablar y decir varias veces: «¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío?» y «¿Quién soy yo, gusano vilísimo e inútil siervo tuyo?»
Cayendo entonces de rodillas el hermano León a los pies de San Francisco, se reconoció culpable de desobediencia contra la orden recibida y le pidió perdón con muchas lágrimas. Y en seguida le rogó devotamente que le explicara aquellas palabras que él había oído y le dijera las otras que no había entendido.
Entonces, San Francisco, en vista de que Dios había revelado o concedido al humilde hermano León, por su sencillez y candor, ver algunas cosas, condescendió en manifestarle y explicarle lo que pedía, y le habló así:
-- Has de saber, hermano ovejuela de Jesucristo, que, cuando yo decía las palabras que tú escuchaste, mi alma era iluminada con dos luces: una me daba la noticia y el conocimiento del Creador, la otra me daba el conocimiento de mí mismo. Cuando yo decía: «¿Quién eres tú, dulcísimo Dios mío?», me hallaba invadido por una luz de contemplación, en la cual yo veía el abismo de la infinita bondad, sabiduría y omnipotencia de Dios. Y cuando yo decía: «¿Quién soy yo», etc.?, la otra luz de contemplación me hacía ver el fondo deplorable de mi vileza y miseria. Por eso decía: «¿Quién eres tú, Señor de infinita bondad, sabiduría y omnipotencia, que te dignas visitarme a mí, que soy un gusano vil y abominable?» En aquella llama que viste estaba Dios, que me hablaba bajo aquella forma, como había hablado antiguamente a Moisés. Y, entre otras cosas que me dijo, me pidió que le ofreciese tres dones; yo le respondí: «Señor mío, yo soy todo tuyo. Tú sabes bien que no tengo otra cosa que el hábito, la cuerda y los calzones, y aun estas tres cosas son tuyas; ¿qué es lo que puedo, pues, ofrecer o dar a tu majestad?» Entonces Dios me dijo: «Busca en tu seno y ofréceme lo que encuentres». Busqué, y hallé una bola de oro, y se la ofrecí a Dios; hice lo mismo por tres veces, pues Dios me lo mandó tres veces; y después me arrodillé tres veces, bendiciendo y dando gracias a Dios, que me había dado alguna cosa que ofrecerle. En seguida se me dio a entender que aquellos tres dones significaban la santa obediencia, la altísima pobreza y la resplandeciente castidad, que Dios, por gracia suya, me ha concedido observar tan perfectamente, que nada me reprende la conciencia. Y así como tú me veías meter la mano en el seno y ofrecer a Dios estas tres virtudes, significadas por aquellas tres bolas de oro que me había puesto Dios en el seno, así me ha dado Dios tal virtud en el alma, que no ceso de alabarle y glorificarle con el corazón y con la boca por todos los bienes y todas las gracias que me ha concedido. Estas son las palabras que has oído y aquel elevar las manos por tres veces que has visto. Pero guárdate bien, hermano ovejuela, de seguir espiándome; vuélvete a tu celda con la bendición de Dios. Y ten buen cuidado de mí, porque, dentro de pocos días, Dios va a realizar cosas tan grandes y maravillosas sobre esta montaña, que todo el mundo se admirará; cosas nuevas que Él nunca ha hecho con creatura alguna en este mundo.
Dicho esto, se hizo traer el libro de los evangelios, pues Dios le había sugerido interiormente que, al abrir por tres veces el libro de los evangelios, le sería mostrado lo que Dios quería obrar en él. Traído el libro, San Francisco se postró en oración; cuando hubo orado, se hizo abrir tres veces el libro, por mano del hermano León, en el nombre de la Santísima Trinidad; y plugo a la divina voluntad que las tres veces se le pusiese delante la pasión de Cristo. Con ello se le dio a entender que como había seguido a Cristo en los actos de la vida, así le debía seguir y conformarse a él en las aflicciones y dolores de la pasión antes de dejar esta vida (2).
A partir de aquel momento comenzó San Francisco a gustar y sentir con mayor abundancia la dulzura de la divina contemplación y de las visitas divinas. Entre éstas tuvo una que fue como la preparación inmediata a la impresión de las llagas, y fue de este modo: El día que precede a la fiesta de la Cruz de septiembre, hallándose San Francisco en oración recogido en su celda, se le apareció el ángel de Dios y le dijo de parte de Dios:
-- Vengo a confortarte y a avisarte que te prepares y dispongas con humildad y paciencia para recibir lo que Dios quiera hacer en ti.
Respondió San Francisco:
-- Estoy preparado para soportar pacientemente todo lo que mi Señor quiera de mí.
Dicho esto, el ángel desapareció.
Llegó el día siguiente, o sea, el de la fiesta de la Cruz (3), y San Francisco muy de mañana, antes de amanecer, se postró en oración delante de la puerta de su celda, con el rostro vuelto hacia el oriente; y oraba de este modo:
-- Señor mío Jesucristo, dos gracias te pido me concedas antes de mi muerte: la primera, que yo experimente en vida, en el alma y en el cuerpo, aquel dolor que tú, dulce Jesús, soportaste en la hora de tu acerbísima pasión; la segunda, que yo experimente en mi corazón, en la medida posible, aquel amor sin medida en que tú, Hijo de Dios, ardías cuando te ofreciste a sufrir tantos padecimientos por nosotros pecadores.
Y, permaneciendo por largo tiempo en esta plegaria, entendió que Dios le escucharía y que, en cuanto es posible a una pura creatura, le sería concedido en breve experimentar dichas cosas.
Animado con esta promesa, comenzó San Francisco a contemplar con gran devoción la pasión de Cristo y su infinita caridad. Y crecía tanto en él el fervor de la devoción, que se transformaba totalmente en Jesús por el amor y por la compasión. Estando así inflamado en esta contemplación, aquella misma mañana vio bajar del cielo un serafín con seis alas de fuego resplandecientes. El serafín se acercó a San Francisco en raudo vuelo tan próximo, que él podía observarlo bien: vio claramente que presentaba la imagen de un hombre crucificado y que las alas estaban dispuestas de tal manera, que dos de ellas se extendían sobre la cabeza, dos se desplegaban para volar y las otras dos cubrían todo el cuerpo.
Ante tal visión, San Francisco quedó fuertemente turbado, al mismo tiempo que lleno de alegría, mezclada de dolor y de admiración. Sentía grandísima alegría ante el gracioso aspecto de Cristo, que se le aparecía con tanta familiaridad y que le miraba tan amorosamente; pero, por otro lado, al verlo clavado en la cruz, experimentaba desmedido dolor de compasión. Luego, no cabía de admiración ante una visión tan estupenda e insólita, pues sabía muy bien que la debilidad de la pasión no dice bien con la inmortalidad de un espíritu seráfico. Absorto en esta admiración, le reveló el que se le aparecía que, por disposición divina, le era mostrada la visión en aquella forma para que entendiese que no por martirio corporal, sino por incendio espiritual, había de quedar él totalmente transformado en expresa semejanza de Cristo crucificado (4).
Durante esta admirable aparición parecía que todo el monte Alverna estuviera ardiendo entre llamas resplandecientes, que iluminaban todos los montes y los valles del contorno como si el sol brillara sobre la tierra. Así, los pastores que velaban en aquella comarca, al ver el monte en llamas y semejante resplandor en torno, tuvieron muchísimo miedo, como ellos lo refirieron después a los hermanos, y afirmaban que aquella llama había permanecido sobre el monte Alverna una hora o más. Asimismo, al resplandor de esa luz, que penetraba por las ventanas de las casas de la comarca, algunos arrieros que iban a la Romaña se levantaron, creyendo que ya había salido el sol, ensillaron y cargaron sus bestias, y, cuando ya iban de camino, vieron que desaparecía dicha luz y nacía el sol natural.
En esa aparición seráfica, Cristo, que era quien se aparecía, habló a San Francisco de ciertas cosas secretas y sublimes, que San Francisco jamás quiso manifestar a nadie en vida, pero después de su muerte las reveló, como se verá más adelante. Y las palabras fueron éstas:
-- ¿Sabes tú -dijo Cristo- lo que yo he hecho? Te he hecho el don de las llagas, que son las señales de mi pasión, para que tú seas mi portaestandarte (5). Y así como yo el día de mi muerte bajé al limbo y saqué de él a todas las almas que encontré allí en virtud de estas mis llagas, de la misma manera te concedo que cada año, el día de tu muerte, vayas al purgatorio y saques de él, por la virtud de tus llagas, a todas las almas que encuentres allí de tus tres Ordenes, o sea, de los menores, de las monjas y de los continentes (6), y también las de otros que hayan sido muy devotos tuyos, y las lleves a la gloria del paraíso, a fin de que seas conforme a mí en la muerte como lo has sido en la vida.
Cuando desapareció esta visión admirable, después de largo espacio de tiempo y de secreto coloquio, dejó en el corazón de San Francisco un ardor desbordante y una llama de amor divino, y en su carne, la maravillosa imagen y huella de la pasión de Cristo. Porque al punto comenzaron a aparecer en las manos y en los pies de San Francisco las señales de los clavos, de la misma manera que él las había visto en el cuerpo de Jesús crucificado, que se le apareció bajo la figura de un serafín. Sus manos y sus pies aparecían, en efecto, clavados en la mitad con clavos, cuyas cabezas, sobresaliendo de la piel, se hallaban en las palmas de las manos y en los empeines de los pies, y cuyas puntas asomaban en el dorso de las manos y en las plantas de los pies, retorcidas y remachadas de tal forma, que por debajo del remache, que sobresalía todo de la carne, se hubiera podido introducir fácilmente el dedo de la mano, como en un anillo. Las cabezas de los clavos eran redondas y negras.
Asimismo, en el costado derecho aparecía una herida de lanza, sin cicatrizar, roja y ensangrentada, que más tarde echaba con frecuencia sangre del santo pecho de San Francisco, ensangrentándole la túnica y los calzones. Lo advirtieron los compañeros antes de saberlo de él mismo, observando cómo no descubría las manos ni los pies y que no podía asentar en tierra las plantas de los pies, y cuando, al lavarle la túnica y los calzones, los hallaban ensangrentados; llegaron, pues, a convencerse de que en las manos, en los pies y en el costado llevaba claramente impresa la imagen y la semejanza de Cristo crucificado.
Y por mucho que él anduviera cuidadoso de ocultar y disimular esas llagas gloriosas, tan patentemente impresas en su carne, viendo, por otra parte, que con dificultad podía encubrirlas a los compañeros sus familiares, mas temiendo publicar los secretos de Dios, estuvo muy perplejo sobre si debía manifestar o no la visión seráfica y la impresión de las llagas. Por fin, acosado por la conciencia, llamó junto a sí a algunos hermanos de más confianza, les propuso la duda en términos generales, sin mencionar el hecho, y les pidió su consejo. Entre ellos había uno de gran santidad, de nombre hermano Iluminado (7); éste, verdaderamente iluminado por Dios, sospechando que San Francisco debía de haber visto cosas maravillosas, le respondió:
-- Hermano Francisco, debes saber que, si Dios te muestra alguna vez sus sagrados secretos, no es para ti sólo, sino también para los demás; tienes, pues, motivo para temer que, si tienes oculto lo que Dios te ha manifestado para utilidad de los demás, te hagas merecedor de reprensión.
Entonces, San Francisco, movido por estas palabras, les refirió, con grandísima repugnancia, la sobredicha visión punto por punto, añadiendo que Cristo durante la aparición le había dicho ciertas cosas que él no manifestaría jamás mientras viviera (8).
Si bien aquellas llagas santísimas, por haberle sido impresas por Cristo, eran causa de grandísima alegría para su corazón, con todo le producían dolores intolerables en su carne y en los sentidos corporales. Por ello, forzado de la necesidad, escogió al hermano León, el más sencillo y el más puro de todos, para confiarle su secreto; a él le dejaba ver y tocar sus santas llagas y vendárselas con lienzos para calmar el dolor y recoger la sangre que brotaba y corría de ellas. Cuando estaba enfermo, se dejaba cambiar con frecuencia las vendas, aun cada día, excepto desde la tarde del jueves hasta la mañana del sábado, porque no quería que le fuese mitigado con ningún remedio humano ni medicina el dolor de la pasión de Cristo que llevaba en su cuerpo durante todo ese tiempo en que nuestro Señor Jesucristo había sido, por nosotros, preso, crucificado, muerto y sepultado. Sucedió alguna vez que, cuando el hermano León le cambiaba la venda de la llaga del costado, San Francisco, por la violencia del dolor al despegarse el lienzo ensangrentado, puso la mano en el pecho del hermano León; al contacto de aquellas manos sagradas, el hermano León sintió tal dulzura, que faltó poco para que cayera en tierra desvanecido.
Finalmente, por lo que hace a esta tercera consideración, cuando terminó San Francisco la cuaresma de San Miguel Arcángel, se dispuso, por divina inspiración, a regresar a Santa María de los Ángeles. Llamó, pues, a los hermanos Maseo y Ángel y, después de muchas palabras y santas enseñanzas, les recomendó aquel monte santo con todo el encarecimiento que pudo, diciéndoles que le convenía volver, juntamente con el hermano León, a Santa María de los Ángeles. Dicho esto, se despidió de ellos, los bendijo en nombre de Jesucristo crucificado y, condescendiendo con sus ruegos, les tendió sus santísimas manos, adornadas de las gloriosas llagas, para que las vieran, tocaran y besaran. Dejándolos así consolados, se despidió de ellos y emprendió el descenso de la montaña santa (9).

                                                                  En alabanza de Cristo. Amén.

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