viernes, 31 de agosto de 2018

Domingo XXII del tiempo Ordinario - B


LECTURA DEL LIBRO DEL DEUTERONOMIO 4, 1-2.6-8

Moisés habló al pueblo diciendo:
-- Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os mando cumplir. Así viviréis y entrareis a tomar posesión de la tierra que el Señor Dios de vuestros padres os va a dar. Estos mandatos son vuestra sabiduría y vuestra inteligencia a los ojos de los pueblos que, cuando tengan noticia de todos ellos, dirán: "Cierto que esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente." Y, en efecto, ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está el Señor Dios de nosotros siempre que lo invocamos? Y, ¿cuál es la gran nación, cuyos mandatos y decretos sean tan justos como toda esta Ley que hoy os doy? Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL. SALMO 14

R.- SEÑOR, ¿QUIÉN PUEDE HOSPEDARSE EN TU TIENDA?

El que procede honradamente
y practica la justicia,
el que tiene intenciones legales
y no calumnia con su lengua. R.-

El que no hace mal a su prójimo
ni difama al vecino,
el que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor. R.-

El que no retracta lo que juró
aun en daño propio,
el que no presta dinero a usura
ni acepta soborno contra el inocente.
El que así obra nunca fallará. R.-

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO 1, 17-18.21b.22-27

Mis queridos hermanos:
Todo beneficio y todo don perfecto viene de arriba, del Padre de los astros, en el cual no hay fases ni periodos de sombra. Por propia iniciativa, con la Palabra de la verdad, nos engendró, para que seamos como la primicia de sus criaturas. Aceptad dócilmente la Palabra que ha sido planteada y es capaz de salvarnos. Llevadla a la práctica y no os limitéis a escucharla engañándoos a vosotros mismos. La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre es ésta: visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo. Palabra de Dios

ALELUYA Sant. 1, 17-18

El Padre por propia iniciativa, nos engendró con la Palabra de la verdad, para que seamos como las primicias de sus criaturas.

+ LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 7,1-8,14-15.21-23
En aquel tiempo se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras (es decir, sin lavarse las manos). (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al volver de la plaza no comen si lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús:
-- ¿Por qué comen tus discípulos con mano impuras y no siguen tus discípulos la tradición de los mayores?
Él les contestó:
-- Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.” Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
En otra ocasión llamó Jesús a la gente y les dijo:
-- Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro del corazón del hombre salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro. Palabra del Señor

HOMILIA

Las lecturas de hoy nos hablan de la Ley de Dios y de los legalismos y anexos que se le habían ido haciendo a esa Ley divina a lo largo del tiempo, hasta que Jesús decide deslastrarla de todo lo que los hombres le habían ido agregando.

Dios entregó a Moisés su Ley para el cumplimiento estricto de todos: del viejo pueblo de Israel y del nuevo pueblo de Israel, que es hoy la Iglesia de Cristo.  Más aún, es una Ley tan sabia, tan prudente y tan necesaria que es indispensable seguirla, tanto para el bien personal y como para el bien de los grupos, pequeños o grandes, y hasta para el bien mundial.
Por eso, aparte de estar esa Ley escrita en las piedras que Dios entregó a Moisés en el Monte Sinaí, está también inscrita en el corazón de los seres humanos.  Y cuando nos apartamos de esa Ley, porque creemos encontrar la felicidad fuera de ella, nos hacemos daño a nosotros mismos y hacemos daño a los demás.
Y la Palabra de Dios, en la cual está contenida esa Ley, ha sido sembrada en nosotros para nuestra salvación, como nos lo recuerda el Apóstol Santiago en la Segunda Lectura (St. 1, 17-18.21-22.27): “ha sido sembrada en ustedes y es capaz de salvarlos”.   Es por ello que nos recomienda ponerla en práctica y no simplemente escucharla y hablar de ella.
Moisés, quien había recibido las instrucciones directamente de Dios, había instruido al pueblo así: “No añadirán nada ni quitarán nada a lo que les mando”.
Pero sucedió que, a lo largo del tiempo, se fueron anexando a la Ley una serie de detalles minuciosos prácticamente imposibles de cumplir, además de interpretaciones legalistas y absurdas que hacían perder de vista el verdadero espíritu de la Ley.
Por todo esto Cristo tuvo que aclarar bien lo que era la Ley y lo que eran los anexos y legalismos.  Y tuvo que ser sumamente severo contra los Fariseos, que regían la vida religiosa de los judíos, y contra los Escribas, que eran los que fungían de intérpretes de la Ley. (cfr. Mt. 23, 1-34 y Lc. 11, 37-47)
Tal es el caso que nos narra San Marcos en el Evangelio de hoy (Mc. 7, 1-8.14-15.21-23):  en una ocasión los discípulos de Jesús no cumplieron las normas de purificación de manos y recipientes, según se exigía de acuerdo a estos anexos y legalismos.
Y, ante el reclamo de unos Escribas y Fariseos, el Señor les responde algo bien fuerte: “¡Qué bien profetizó de ustedes Isaías! ¡hipócritas!  cuando escribió:  Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de Mí ... Ustedes dejan de un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.
A juzgar por la respuesta de Jesús, definitivamente se habían agregado cosas humanas a la Ley divina.  No habían cumplido lo que Moisés, por orden de Dios, había instruido:  no quitar ni agregar nada a la Ley.  Y por eso habían puesto cargas tan pesadas que ni ellos mismos cumplían.  Y cada vez que le reclamaban a Jesús el incumplimiento de estas cargas absurdas, con gran severidad les iba tumbando todos los legalismos y anexos que habían ido agregando a la Ley de Dios.
En otra oportunidad fue Jesús mismo quien se sentó a la mesa, precisamente casa de un Fariseo, sin la rigurosa purificación exigida.  Al anfitrión reclamarle, Jesús no se midió en su respuesta, ni siquiera por ser el invitado: “Eso son ustedes, fariseos.  Purifican el exterior de copas y platos, pero el interior de ustedes está lleno de rapiñas y perversidades.  ¡Estúpidos! ... Según ustedes, basta dar limosna sin reformar lo interior y todo está limpio” (Lc. 11, 37-41).   Ver también Mt. 23, 1-37.
Por eso Jesús les insiste en este Evangelio que lo importante no es lo exterior sino lo interior.  Lo importante no son los detalles que se habían inventado, sino el corazón del hombre.  Es hipocresía lavarse muy bien las manos y tener el corazón lleno de vicios y malos deseos.  Es hipocresía aparentar por fuera y estar podrido por dentro.  Lo que hay que purificar es el interior, lo que el ser humano lleva por dentro:  en su pensamiento, en sus deseos.  Los pecados brotan del interior, no del exterior...
Por eso, para corregir el legalismo absurdo, dice Jesús: “Escúchenme todos y entiéndanme.  Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro, porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad.  Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”.  Son todas cosas que nos ensucian y que debemos expulsar de nuestro interior para no estar manchados.
Nosotros tal vez no tengamos legalismos agregados, pero sí podríamos revisar nuestro interior a ver si tenemos cosas de esas que nos ensucian.  Y entonces limpiarnos con el arrepentimiento y la confesión.
La Segunda Lectura de la Carta del Apóstol Santiago (Stgo. 1, 17-18; 21-22.27) nos recuerda la importancia de “aceptar dócilmente la palabra que ha sido sembrada” en nosotros, y que no basta escucharla, sino que hay que ponerla en práctica, sobre todo en obras de justicia, caridad y santidad: “visitar a huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y guardarse de este mundo corrompido”.

martes, 21 de agosto de 2018

Domingo XXI del Tiempo Ordinario - B


Lectura del libro de Josué 24, 1-2a. 15-17. 18b

En aquellos días, Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo:
—«Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor».
El pueblo respondió:
—«¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!». Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 33, 2-3. 16-17. 18-19. 20-21. 22-23 (R.: 9a)

R. Gustad y ved qué bueno es el Señor

Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor;
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.

Los ojos del Señor miran a los justos,
sus oídos escuchan sus gritos;
pero el Señor se enfrenta con los malhechores,
para borrar de la tierra su memoria. R.

Cuando uno grita, el Señor lo escucha
y lo libra de sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados,
salva a los abatidos. R.

Aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor;
él cuida de todos sus huesos,
y ni uno solo se quebrará. R.

La maldad da muerte al malvado,
y los que odian al justo serán castigados.
El Señor redime a sus siervos,
no será castigado quien se acoge a él. R.


Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 5, 21-32

Hermanos:
Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano.
Las mujeres, que se sometan a sus maridos como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia; él, que es el salvador del cuerpo. Pues como la Iglesia se somete a Cristo, así también las mujeres a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a su Iglesia.
Él se entregó a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son.
Amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su cuerpo.
«Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne».
Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.
Palabra de Dios.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 60-69

En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron:
—«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».
Adivinando Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
—«¿Esto os hace vacilar?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, algunos de vosotros no creen».
Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo:
—«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.
Entonces Jesús les dijo a los Doce:
—«¿También vosotros queréis marcharos?».
Simón Pedro le contestó:
—«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».
Palabra del Señor.

Reflexión

Jesús atrajo a multitudes. Repartir alimentos, curar enfermedades, predicar un mensaje de bendición de parte de un Dios cercano y amoroso, invitar a unas relaciones más honestas y fraternas... son hechos y mensajes positivos y amables que aseguran una gran audiencia.

Pero hay aspectos del mensaje de Jesús que no parecen tan atractivos. Sus lecciones éticas sobre el perdón y el amor a los enemigos, la disposición a vender los bienes y a perderlo todo para ganar la vida, la exigencia de amarlo a él más que a los padres o a los hijos.

Finalmente, su pretensión de ser Hijo de Dios y de comunicarnos la gracia eterna por medio de gestos tan simples como un baño de agua, una unción con aceite o una imposición de manos parece excesiva. Y esto llega al colmo cuando se identifica con el pan y el vino de la Eucaristía.

Si queremos ser serios, al final hay que optar. ¿Sigo a Jesús o no le acepto? No puedo quedarme a medias tintas, porque no hablo de un sistema de ideas sino de una persona. Pedro nos muestra el camino: sólo Jesús tiene palabras de vida eterna.

viernes, 10 de agosto de 2018

Domingo XIX del Tiempo Ordinario - B


Lectura del primer libro de los Reyes 19, 4-8

En aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte:
—«¡Basta, Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!».
Se echó bajo la remata y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo:
—«¡Levántate, come!».
Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo:
—«¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas».
Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 9a)

R. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R.

Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Yo consulté al Señor, y me respondió,
me libró de todas mis ansias. R.

Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará.
Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha
y lo salva de sus angustias. R.

El ángel del Señor acampa
en torno a sus fieles y los protege.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él. R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios 4, 30—5, 2

Hermanos:
No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios con que él os ha marcado para el día de la liberación final.
Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo.
Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor.
Palabra de Dios.

+ Lectura del santo evangelio según san Juan 6, 41-51

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían:
—«No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?».
Jesús tomó la palabra y les dijo:
—«No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado.
Y yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios".
Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.
No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera.
Yo soy el pan de vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».
Palabra del Señor.

 Homilía

Después del milagro de la multiplicación de los panes y los peces, hubo personas que comenzaron a buscar a Jesús con más interés y a hacerle preguntas importantes sobre lo que Dios quería de ellos, pero siempre requerían de un signo ¡cómo si no fueran suficientes los milagros que iba realizando por donde pasaba!
En una de esas conversaciones con Jesús se refirieron al maná que comieron sus antepasados en el desierto.  Jesús les habló de otro “pan”, muy superior al maná, porque quien lo comiera no moriría.  Ellos le pidieron a Jesús que les diera de ese pan “que baja del cielo y da vida al mundo” (Jn. 6, 24-35).   Llegó a un punto el diálogo en que Jesús les dijo que El mismo era ese “pan”: “Yo soy el Pan de Vida que ha bajado del Cielo”.
Pero ... ¡gran escándalo!  El Evangelio de hoy (Jn. 6, 41-51) nos trae las murmuraciones que hicieron los que oyeron a Jesús hablar de ese “pan”: “¿No es este Jesús, el hijo de José?  ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre?  ¿Cómo es que nos dice ahora que ha bajado del Cielo?”
Tenían que escandalizarse, porque no tenían fe, mucho menos la confianza que viene con la fe.  No confiaron en la palabra de Jesús y enseguida se pusieron a revisar de dónde había venido.  Y, guiados por sus propios razonamientos, concluyeron que Jesús no podía haber venido del Cielo.
A veces nosotros también confiamos más en nuestros razonamientos que en las cosas “imposibles”, que sólo se entienden y se aceptan en fe.  Como la Eucaristía, ese “Pan” bajado del Cielo.
A simple vista es una oblea de harina de trigo.  Pero esa hostia consagrada es ¡nada menos! que Jesucristo, con todo su ser de hombre y todo su ser de Dios.  Y es nuestro alimento, un alimento “especial”.

Pero para creer hace falta la fe.  Cierto que la fe es un regalo que Dios nos da, pero -como todo regalo- hay que recibirlo y usarlo.  La fe hay que ejercitarla.  ¿Cómo?  Creyendo las cosas que sabemos que Dios nos ha revelado, como que al comulgar recibimos a Jesús.  ¿Lo vemos?  No.  Pero lo creemos.  Eso es la fe.
Ese alimento que es Cristo en la Eucaristía es un alimento “especial” porque nos da Vida Eterna.  Bien le dice Jesús a sus interlocutores: “Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo murieron.  Este es el Pan que ha bajado del Cielo, para que, quien lo coma, no muera ... Y el que coma de este Pan vivirá para siempre”.
Gran regalo que nos ha dejado el Señor:  se entrega El mismo para ser alimento de nuestra vida espiritual, y para ser alimento para la Vida Eterna.
Así fue para el Profeta Elías, recibió un alimento que le dio fuerza para resistir una larga travesía hasta el monte santo de Dios, el Monte Horeb, a pesar de que antes de comerlo se encontraba sin fuerzas, casi muriendo.
Nos cuenta la Primera Lectura de hoy (1 R 19, 4-8) que Elías estaba moribundo en el desierto.  Pero Dios envió un Ángel que lo despertó para darle comida.  Y “con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”.
Ese alimento divino que restauró las fuerzas de Elías para realizar esa travesía por el desierto hasta llegar al monte de Dios, recuerda el alimento eucarístico que nos da a nosotros fuerza para realizar el viaje hacia la eternidad, viaje que -por cierto- ya hemos comenzado todos los que vivimos en esta tierra.
En el Antiguo Testamento hay varias prefiguraciones del Pan Eucarístico, entre ellas las más conocida tal vez sea la del maná.  Pero este pasaje en la vida del Profeta Elías también nos recuerda la Eucaristía.
Pero, adicionalmente, esta circunstancia en la vida del gran Profeta Elías puede aplicarse a aquéllos que se sienten muy fuertes, física y/o espiritualmente, y piensan que nunca van a estar debilitados o que nunca deben sentirse débiles o reconocerse débiles.
Las insuficiencias físicas y los abatimientos espirituales son experiencias muy útiles para sentir nuestra debilidad, debilidad que es característica de los seres humanos, pero que suele ser tan rechazada, disimulada o escondida.
Al sabernos y reconocernos débiles, insuficientes, Dios puede mostrarse en nosotros.  Bien lo dice San Pablo, en una de sus citas memorables:  “Por eso me alegro cuando me tocan enfermedades, persecuciones y angustias:  ¡todo por Cristo!  Cuando me siento débil, entonces soy fuerte (2 Cor. 12, 10).
Y es también San Pablo quien en la Segunda Lectura de hoy (Ef. 4,30-5,2) nos recuerda que debemos vivir “amando como Cristo que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y víctima”.  Se entregó por nosotros en la cruz y se entrega a nosotros en cada Eucaristía, memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección.
Si El nos ama así ¡cómo no retribuir en “algo” ese amor!  amándolo a El, primero que todo y amándonos entre nosotros como El nos enseña a amarnos, no sólo evitando las maldades de que nos habla San Pablo en esta Segunda Lectura, sino también dando la vida.
Y dar la vida no significa llegar a morir por los demás, como Cristo, aunque se han dado y se siguen dando casos de martirios genuinos.  Dar la vida significa, también, pensar primero en procurar el bien de los demás y luego en el propio ... Y puede ser que hasta se llegue a olvidar el bien propio.  ¿Imposible?  Muchos lo han hecho.  Algunos aún lo hacen.  No es imposible.
Recordemos, pues, que la fuente de donde recibimos las gracias para poder actuar como Cristo, en entrega de amor a Dios y a los demás, está en la Eucaristía, que es –como hemos dicho- el alimento para nuestro viaje a la eternidad.
Pero somos testigos de cómo -lamentablemente- en nuestros días sucede como en tiempos de Jesús.
¿Quiénes creen realmente que es Dios mismo presente en esa oblea de harina de trigo?  ¿Cuántos son los que creen en este “Sacramento de nuestra Fe”?  O … ¿cuántos son los que en verdad lo aprovechan debidamente, los que lo reciben dignamente?
Veamos bien:  para que la Sagrada Comunión o Eucaristía nos aproveche como está previsto por Dios, es cierto que es indispensable la fe en este increíble misterio.  Esta es una disposición de nuestro entendimiento:  creer lo que, en apariencia, no es lo que verdaderamente es.
Pero también hacen falta otras disposiciones de nuestra voluntad.  Se requiere someter nuestra voluntad a la Voluntad de Dios.  Es decir, debemos hacer Su Voluntad, pues con esto lo estamos amando, y al amarlo, El, mora en nosotros.
“Quien permanece en el Amor, en Dios permanece, y Dios en él” (1 Jn. 4, 16).
Si alguien me ama guardará mis palabras y mi Padre lo amará y vendremos a él para hacer nuestra morada en él” (Jn. 14, 23)
Mira que estoy a la puerta y llamo.  Si alguien escucha mi voz y me abre, entraré a su casa a comer.  Yo con él y él conmigo” (Ap. 3, 20).
Y cuando el alma se entrega de veras a Dios y a Su Voluntad, Cristo en la Comunión realiza cosas maravillosas, pues es Dios mismo, Quien viene al alma con su Divinidad, su Amor, su fortaleza, todas sus riquezas, para ser su luz, su camino, su verdad, su sabiduría, su redención.
Imaginemos qué no puede hacer el mismo Dios en un alma que se deja hacer de El.  ¿A cuánto puede llegar esa acción de Dios en el alma?  Si en el Comunión el alma se une a Cristo, El va transformando poco a poco al alma en El.
Porque la Eucaristía es un alimento muy “especial”, pues no funciona como los demás alimentos.  Cuando ingerimos los demás alimentos, éstos son asimilados por nuestro organismo y pasan a formar parte de nuestro cuerpo y de nuestra sangre.  Cuando recibimos a Cristo en la Eucaristía, es al revés:  nosotros nos asimilamos a El.  Es un alimento que nos va transformando en El.
Los Padres de la Iglesia han hecho notar esta diferencia que hay entre el alimento material que mantiene la vida del cuerpo y el alimento espiritual que es el Pan Eucarístico.
Nos unimos a El y nos hacemos con El un solo cuerpo y una sola carne” (San Juan Crisóstomo).
“No hace otra cosa la participación del Cuerpo y la Sangre de Cristo sino trocarnos en aquello mismo que tomamos” (San León Magno).
Más categórico aun es San Agustín, quien pone estas palabras en boca de Cristo: “Yo soy el pan para los fuertes.  Ten fe y cómeme.  Pero no me cambiarás en ti, sino que tú serás transformado en Mí”.
Pero no puede ser otro que Santo Tomás de Aquino quien dé una explicación aún más detallada y precisa de cómo funciona este Sacramento: “Quien asimila el manjar corporal, lo transforma en sí; esa transformación repara las pérdidas del organismo y le da el desarrollo conveniente.  No así en el alimento eucarístico, que, en vez de transformarse en el que lo toma, transforma en Sí al que lo recibe.  De ahí que el efecto propio de ese Sacramento sea transformar de tal modo al hombre en Cristo, que pueda con toda verdad decir: ‘Vivo yo, mas no yo, sino que vive Cristo en mí’ (Gal. 2, 20)”
Esto quiere decir que cuando Cristo viene a nosotros en la Comunión –y lo recibimos con las disposiciones convenientes- vamos cambiando, pareciéndonos cada vez más a Cristo.  Así, nuestra manera de pensar, de sentir, de actuar se va asemejando cada vez más a la de Cristo.
Si no sucede así, no hay “comunión”.  Recibimos a Cristo con nuestra boca.  Pero eso no basta, pues tenemos que unirnos a El en el pensamiento, en el sentir, en la voluntad, con nuestro cuerpo, con nuestra alma (entendimiento y voluntad) y con nuestro corazón.
Así, nuestra vida humana podrá participar de su vida divina, de manera que sea El y no nuestro “yo” el principio que guíe nuestra existencia y nos conduzca por la travesía que nos lleva a la Vida Eterna.
“El Cuerpo y la Sangre de nuestro Señor Jesucristo guarde nuestras almas para la Vida Eterna”, dice el Sacerdote antes de tomar el Pan y el Vino consagrados y de repartirlo a los comulgantes.
Bien claro pone esto la Liturgia de la Iglesia en la oración después de la Comunión el Domingo 24 del Tiempo Ordinario: 
“La gracia de esta comunión, Señor, penetre en nuestro cuerpo y en nuestro espíritu, para que sea su fuerza, no nuestro sentimiento, quien mueva nuestra vida”.
Sólo así podrá ser Cristo Quien viva en nosotros y no nosotros mismos, según la expresión de San Pablo a los Gálatas (cf.  Gal. 2, 20).
Así, la presencia divina de Jesús, recibido en la Comunión Eucarística puede impregnar nuestro ser tan íntimamente, que podemos llegar a ser cada vez más semejantes a Cristo.

sábado, 4 de agosto de 2018

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario - B

Lectura del libro del Exodo.

En aquellos días toda la comunidad de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto, diciendo: "Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud". Entonces dijo el Señor a Moisés: "Voy a hacer que llueva pan del cielo. Que el pueblo salga a recoger cada día lo que necesita, pues quiero probar si guarda mi ley o no. He oído las murmuraciones de los hijos de Israel. Diles de parte mía: 'Por la tarde comerán carne y por la mañana se hartarán de pan, para que sepan que Yo soy el Señor, su Dios' ". Aquella misma tarde, una bandada de codornices cubrió el campamento. A la mañana siguiente había en torno a él una capa de rocío que, al evaporarse, dejó el suelo cubierto con una especie de polvo blanco semejante a la escarcha. Al ver eso, los israelitas se dijeron unos a otros: "¿Qué es esto?", pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: "Este es pan que el Señor les da por alimento". 
Palabra de Dios. 

Salmo responsorial (77)

R. El Señor les dio pan del cielo. 
L. Cuánto  hemos escuchado y conocemos del poder del Señor y de su gloria, cuanto nos han narrado nuestros padres, nuestro hijos lo oirán de nuestra boca. /R.
L.
 A las nubes mandó desde lo alto que abrieran las compuertas de los cielos; hizo llover maná sobre su pueblo, trigo celeste envió como alimento ./R.
L. Así el hombre comió pan de los ángeles; Dios le dio de comer en abundancia y luego los condujo hasta la tierra y el monte que su diestra conquistara. /R.

Lectura de la Carta del apóstol San Pablo a los Efesios.
Hermanos: 

Declaro y doy testimonio en el Señor, de que no deben ustedes vivir como los paganos, que proceden conforme a lo vano de sus criterios. Esto no es lo que ustedes han aprendido de Cristo: han oído hablar de El y en El han sido adoctrinados, conforme a la verdad de Jesús. El les ha enseñado a abandonar su antiguo modo de vivir, ese viejo yo, corrompido con deseos de placer. Dejen que el Espíritu renueve su mente y revístanse del nuevo yo, creado a imagen de Dios, en la justicia y en la santidad de la verdad. Palabra de Dios. 

Aclamación antes del Evangelio (Mateo 4, 4) 
R. Aleluya, aleluya.-No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios. R. Aleluya.

Lectura del santo Evangelio según San Juan

En aquel tiempo, cuando la gente vio que en aquella parte del lago no estaban Jesús ni sus discípulos, se embarcaron y fueron a Cafarnaúm para buscar a Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste acá?" Jesús les contestó: "Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto señales milagrosas, sino por haber comido de aquel pan hasta saciarse. No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a Éste, el Padre lo ha marcado con su sello". Ellos le dijeron: "¿Qué necesitamos para llevar a cabo las obras de Dios?" Respondió Jesús: "La obra de Dios consiste en que crean en Aquel a quien El ha enviado". Entonces la gente le preguntó a Jesús: "¿Qué señal vas a realizar Tú, para que la veamos y podamos creerte? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo". Jesús les respondió: "Yo les aseguro: No fue Moisés quien les dio pan del cielo; es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que baja del cielo y da la vida al mundo". Entonces le dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan" Jesús les contestó: "Yo soy el pan de la vida. El que viene a Mí no tendrá hambre y el que cree en Mí nunca tendrá sed". 

Palabra del Señor. 


PAN Y PAN
Hemos oído hablar del maná en el desierto. Dios se lo anunció a los israelitas a través de Moisés:  “Por la tarde comerán carne y por la mañana se hartarán de pan, para que sepan que Yo soy el Señor, su Dios”. (Ex. 16, 2-4 y 12-15).
Imaginemos la escena:  en la tarde se llenaba el campamento de codornices y todas las mañanas amanecía el suelo cubierto de una especie de capa como de nieve que servía de pan.  Dios les daba el alimento material necesario para subsistir en la travesía por el desierto.
Esa atención amorosa de Dios -en aquel momento y en la actualidad- es lo que se denomina en Teología la “Divina Providencia”.  Significa que Dios nos da, no sólo el alimento, sino todo lo que verdaderamente necesitamos.  Puede que a veces, la cosa se ponga más difícil, pero Dios conoce todas nuestras necesidades mejor que nosotros mismos y verdaderamente se ocupa de ellas.
Pero podríamos preguntarnos ¿por qué, entonces, existe hambre en algunas partes del mundo? ¿Por qué ha habido y hay gobiernos opresores que no se ocupan del bien de sus pueblos?
El problema es que para ejercer su “Divina Providencia” Dios desea que los seres humanos colaboremos libremente en la realización de sus planes.  Y en esto fallamos mucho:  unos, porque causan los males, y otros, por no tratar de aliviarlos y remediarlos.
San Agustín nos enseña que siendo Dios infinitamente bueno y todopoderoso, no permitiría los males si no es porque es tan todopoderoso que puede sacar un bien del mal.
Si miramos hacia atrás, podremos observar bienes que nos han venido de aparentes males.   O en el futuro podremos ver bienes que van a venir a raíz algún mal que estemos padeciendo.
El problema es que como la perspectiva de Dios es de eternidad, no logramos captarla bien.  Por eso es que debemos ponernos anteojos de eternidad, para poder medio vislumbrar qué es lo que Dios está pretendiendo hacer.
¿Y cuál es esa perspectiva divina?  Dios hace y maneja todo con miras a nuestra salvación eterna.   Por eso a veces nos cuesta ver cuáles son los caminos de su “Divina Providencia”.
La “Divina Providencia” es un misterio, cuya comprensión plena la tendremos cuando pasemos a la eternidad.  Será entonces cuandopodremos entender de verdad cómo fue que Dios condujo a la humanidad, inclusive a través de hambrunas, opresiones, dificultades de todo tipo, etc. hasta su fin último que es nuestra salvación eterna.
Dios verdaderamente se ocupa –como rezamos en el Padre Nuestro- de “nuestro pan de cada día” (Mt. 6, 11).  Pero ese alimento diario que Dios nos proporciona, no es sólo el pan material, sino también -muy especialmente- el pan espiritual.  Los hebreos se alimentaron del maná en el desierto.  Era un pan que bajaba del cielo, pero era un pan material.
Ahora bien, nosotros tenemos un “Pan” mucho más especial que “ha bajado del Cielo y da la Vida al mundo” (Jn. 6, 24-35).  Ese Pan espiritual es Jesucristo mismo, Quien nos enseñó a pedir “nuestro pan de cada día”.  El es ese Pan Vivo que bajó del Cielo para traernos Vida Eterna.
Hay que estar pendientes del alimento material, sobre todo en estos tiempos tan difíciles.  El pan material es necesario para la vida del cuerpo, pero el Pan Espiritual es indispensable para la vida del alma.  Dios nos provee ambos.
“Yo soy el Pan de la Vida”, nos dice el Señor.  “Quien viene a Mí, no tendrá hambre y el que crea en Mí nunca tendrá sed”.

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