martes, 24 de octubre de 2017

Todos los Santos. 1 de noviembre

Éstos vienen de la gran tribulación: han blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero

Lectura del libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-14

Yo, Juan, vi a otro ángel que subía del oriente llevando el sello del Dios vivo. Gritó con voz potente a los cuatro ángeles encargados de dañar a la tierra y al mar, diciéndoles:
—«No dañen a la tierra ni al mar ni a los árboles hasta que marquemos en la frente a los siervos de nuestro Dios».
Oí también el número de los marcados, ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel.
Después de esto apareció en la visión una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente:
—«¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».
Y todos los ángeles que estaban alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes cayeron rostro a tierra ante el trono, y rindieron homenaje a Dios, diciendo:
—«Amén.
La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén».
Y uno de los ancianos me dijo:
—«Ésos que están vestidos con vestiduras blancas ¿quiénes son y de dónde han venido?».
Yo le respondí:
—«Señor mío, tú lo sabrás».
Él me respondió.
—«Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero». Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 23

R. Éste es el grupo que viene a tu presencia, Señor.

Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes:
él la fundó sobre los mares,
él la afianzó sobre los ríos. R.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?
El hombre de manos inocentes
y puro corazón,
que no confía en los ídolos. R.
Ése recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.
Éste es el grupo que busca al Señor,
que viene a tu presencia, Dios de Jacob. R.

Ahora somos hijos de Dios y cuando él se manifieste, seremos semejantes a él

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 3, 1-3

Queridos hermanos:
Miren qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!
El mundo no nos conoce porque no le conoció a él.
Queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es.
Todo el que tiene esperanza en él se purifica a sí mismo, como él es puro.
Palabra de Dios.

Dichosos los limpios de corazón, 
porque ellos verán a Dios

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 1-12a

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
—«Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los que lloran, porque ellos serán consolados.
Dichosos los sufridos, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos ustedes cuando les insulten y les persigan y les calumnien de cualquier modo por mi causa. Estén alegres y contentos, porque su recompensa será grande en el cielo».

Palabra del Señor.

Homilía del papa Francisco en la Misa de Todos los Santos

Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. Recordamos así, no sólo a aquellos que han sido proclamados santos a lo largo de la historia, sino también a tantos hermanos nuestros que han vivido su vida cristiana en la plenitud de la fe y del amor, en medio de una existencia sencilla y oculta. Seguramente, entre ellos hay muchos de nuestros familiares, amigos y conocidos.
Celebramos, por tanto, la fiesta de la santidad. Esa santidad que, tal vez, no se manifiesta en grandes obras o en sucesos extraordinarios, sino la que sabe vivir fielmente y día a día las exigencias del bautismo. Una santidad hecha de amor a Dios y a los hermanos. Amor fiel hasta el olvido de sí mismo y la entrega total a los demás, como la vida de esas madres y esos padres, que se sacrifican por sus familias sabiendo renunciar gustosamente, aunque no sea siempre fácil, a tantas cosas, a tantos proyectos o planes personales.
Pero si hay algo que caracteriza a los santos es que son realmente felices. Han encontrado el secreto de esa felicidad auténtica, que anida en el fondo del alma y que tiene su fuente en el amor de Dios. Por eso, a los santos se les llama bienaventurados. Las bienaventuranzas son su camino, su meta, su patria. Las bienaventuranzas son el camino de vida que el Señor nos enseña, para que sigamos sus huellas. En el Evangelio de hoy, hemos escuchado cómo Jesús las proclamó ante una gran muchedumbre en un monte junto al lago de Galilea.
Las bienaventuranzas son el perfil de Cristo y, por tanto, lo son del cristiano. Entre todas ellas, quisiera destacar una: «Bienaventurados los mansos». Jesús dice de sí mismo: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29). Este es su retrato espiritual y nos descubre la riqueza de su amor. La mansedumbre es un modo de ser y de vivir que nos acerca a Jesús y nos hace estar unidos entre nosotros; logra que dejemos de lado todo aquello que nos divide y enfrenta, y se busquen modos siempre nuevos para avanzar en el camino de la unidad, como hicieron hijos e hijas de esta tierra, entre ellos santa María Elisabeth Hesselblad, recientemente canonizada, y santa Brígida, Brigitta Vadstena, copatrona de Europa. Ellas rezaron y trabajaron para estrechar lazos de unidad y comunión entre los cristianos. Un signo muy elocuente es el que sea aquí, en su País, caracterizado por la convivencia entre poblaciones muy diversas, donde estemos conmemorando conjuntamente el quinto centenario de la Reforma. Los santos logran cambios gracias a la mansedumbre del corazón. Con ella comprendemos la grandeza de Dios y lo adoramos con sinceridad; y además es la actitud del que no tiene nada que perder, porque su única riqueza es Dios.
Las bienaventuranzas son de alguna manera el carné de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús. Estamos llamados a ser bienaventurados, seguidores de Jesús, afrontando los dolores y angustias de nuestra época con el espíritu y el amor de Jesús. Así, podríamos señalar nuevas situaciones para vivirlas con el espíritu renovado y siempre actual: Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón; bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía; bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran; bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común; bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros; bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos... Todos ellos son portadores de la misericordia y ternura de Dios, y recibirán ciertamente de él la recompensa merecida.

Queridos hermanos y hermanas, la llamada a la santidad es para todos y hay que recibirla del Señor con espíritu de fe. Los santos nos alientan con su vida e intercesión ante Dios, y nosotros nos necesitamos unos a otros para hacernos santos. Juntos pidamos la gracia de acoger con alegría esta llamada y trabajar unidos para llevarla a plenitud. A nuestra Madre del cielo, Reina de todos los Santos, le encomendamos nuestras intenciones y el diálogo en busca de la plena comunión de todos los cristianos, para que seamos bendecidos en nuestros esfuerzos y alcancemos la santidad en la unidad.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Domingo XXIX del Tiempo Ordinario - A

Llevó de la mano a Ciro para doblegar ante él las naciones

Lectura del libro de Isaías 45, 1. 4-6

Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano:
«Doblegaré ante él las naciones,
desceñiré las cinturas de los reyes,
abriré ante él las puertas,
los batientes no se le cerrarán.
Por mi siervo Jacob,
por mi escogido Israel,
te llamé por tu nombre, te di un título,
aunque no me conocías.
Yo soy el Señor y no hay otro;
fuera de mí, no hay dios.
Te pongo la insignia,
aunque no me conoces,
para que sepan de Oriente a Occidente
que no hay otro fuera de mí.
Yo soy el Señor, y no hay otro».
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 95

R. Aclamen la gloria y el poder del Señor.

Canten al Señor un cántico nuevo,
canten al Señor, toda la tierra.
Cuenten a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R.

Porque es grande el Señor, y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo. R.

Familias de los pueblos, aclamen al Señor,
aclamen la gloria y el poder del Señor,
aclamen la gloria del nombre del Señor,
entren en sus atrios trayéndole ofrendas. R.

Póstrense ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda;
digan a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente». R.

Recordamos su fe, su amor y su esperanza 

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 1-5b

Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A ustedes, gracia y paz.
Siempre damos gracias a Dios por todos ustedes y les tenemos presentes en nuestras oraciones.
Ante Dios, nuestro Padre, recordemos sin cesar la actividad de su fe, el esfuerzo de su amor y el aguante de su esperanza en Jesucristo, nuestro Señor.
Bien sabemos, hermanos amados en Dios, que él les ha elegido y que, cuando se proclamó el Evangelio entre ustedes, no hubo sólo palabras, sino además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda.
Palabra de Dios.

Páguenle al César lo que es del César 
y a Dios lo que es de Dios

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 22, 15-21

En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron:
—«Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?».
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús:
—«Hipócritas, ¿por qué me tientan? Enséñeme la moneda del impuesto».
Le presentaron un denario.
Él les preguntó:
—«¿De quién son esta cara y esta inscripción?».
Le respondieron:
—«Del César».
Entonces les replicó:
—«Pues páguenle al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».

Palabra del Señor.

Pagamos muchos impuestos

      En la sociedad pagamos impuestos y tasas. Muchos. Muchas veces. Pero, abramos los ojos a la realidad, los más altos impuestos no son los que pagamos al Estado para que construya mejores carreteras, atienda las escuelas y la salud pública, financie nuestra seguridad, ayude a los más necesitados y tantas otras cosas necesarias que sólo el Estado puede y debe hacer. Hay muchos otros impuestos que no pagamos en dinero pero que son también muy importantes. ¿Cuántas veces por respetos humanos no nos atrevemos a decir lo que de verdad pensamos? Y preferimos callarnos, guardar silencio. Ahí pagamos un impuesto muy alto, vendemos nuestra propia autenticidad, nuestra libertad, nuestra dignidad. Todo con tal de que los demás nos sigan aceptando, todo para adaptarnos a ellos.
      Pagar el impuesto al César no era sólo darle la moneda. Era hacerse siervo del César, obediente a sus normas. Era ser su esclavo. Por eso Jesús pregunta con ironía de quién es el rostro que figura en la moneda. Si es del César es que hay que devolvérselo al César. Pero al César hay que darle sólo el dinero no la vida ni el honor ni la libertad. Todo eso pertenece a Dios y nada más que a Dios. La vida, el honor y la libertad son los dones que Dios ha puesto en nuestras manos. Es nuestra responsabilidad devolvérselos a Dios acrecentados, cuidados y llevados a su plenitud. Ése es el impuesto que nos ha preparado Dios: que llevemos nuestra vida y nuestra libertad a su plenitud.
      Hoy el Evangelio nos plantea una cuestión básica: ¿a quién servimos? ¿A quién pagamos los impuestos más valiosos? Y sigo sin referirme a los que pagamos al Estado. Esos son necesarios. Esos los pagamos con dinero. Lo malo son los impuestos que pagamos a lo qué dirán los demás de nosotros o al egoísmo. Esos los pagamos con nuestra libertad, renunciando a ella. Al final terminamos siendo esclavos de esos señores. Y renunciamos a los mejores bienes que Dios nos ha dado: la libertad y la vida.
      Jesús nos pide que no nos olvidemos de dar a Dios lo que es de Dios. La vida que vivimos, la vida de nuestros hermanos, la libertad a que estamos llamados, todos esos son los dones de Dios. Le pertenecen. Y al final, cuando llegue el último momento, se los tendremos que devolver, acrecentados, llevados a plenitud. Mi vida y la de mis hermanos y hermanas. Mi libertad y la de mis hermanos y hermanas.

Para la reflexión

¿Me siento libre para actuar como creo que debo actuar? ¿O me dejo llevar por lo que hacen los demás? ¿Cómo cuido de la vida y libertad de mis hermanos y hermanas? ¿De mi familia? ¿Reconozco a Dios como mi señor? ¿Soy esclavo de otros señores? ¿De cuáles?

domingo, 8 de octubre de 2017

Domingo XXVII del Tiempo Ordinario - A

La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel

Lectura del profeta Isaías 5,1-7

Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña. Mi amigo tenía una viña en fértil collado. La entrecavó, la descantó, y plantó buenas cepas; construyó en medio una atalaya y cavó un lagar. Y esperó que diese uvas, pero dio agrazones. Pues ahora, habitantes de Jerusalén, hombres de Judá, por favor, sean jueces entre mí y mi viña. ¿Qué más cabía hacer por mi viña que yo no lo haya hecho? ¿Por qué, esperando que diera uvas, dio agrazones? Pues ahora les diré a ustedes lo que voy a hacer con mi viña: quitar su valla para que sirva de pasto, derruir su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
La viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel; son los hombres de Judá su plantel preferido. Esperó de ellos derecho, y ahí tienen: asesinatos; esperó justicia, y ahí tienen: lamentos.
Palabra de Dios

Salmo responsorial Sal. 79

R. La viña del Señor es la casa de Israel

Sacaste una vid de Egipto,
expulsaste a los gentiles, y la trasplantaste. 
Extendió sus sarmientos hasta el mar, 
y sus brotes hasta el Gran Río. R.

¿Por qué has derribado su cerca 
para que la saqueen los viandantes, 
la pisoteen los jabalíes 
y se la coman las alimañas? R.

Dios de los ejércitos, vuélvete: 
mira desde el cielo, fíjate, 
ven a visitar tu viña, 
la cepa que tu diestra plantó, 
y que tú hiciste vigorosa. R.

No nos alejaremos de ti: 
danos vida, para que invoquemos tu nombre. 
Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos, 
que brille tu rostro y nos salve. R.

Pongan esto por obra y el Dios de la paz estará con ustedes

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 4,6-9

Hermanos: Nada les preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, sus peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Finalmente, hermanos, todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable, todo lo que es virtud o mérito, téngalo en cuenta. Y lo que aprendieron, recibieron, oyeron y vieron en mí, póngalo por obra. Y el Dios de la paz estará con ustedes. Palabra de Dios

Arrendará la viña a otros labradores

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 21, 33 - 43

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo: "Escuchen otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero: vengan, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?" Le contestaron: "Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos." Y Jesús les dice: "¿No han leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente"? Por eso les digo que se les quitará a ustedes el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos." Palabra del Señor.

Homilía

La viña y los viñadores es el título de la reflexión homilética para el domingo 27 del tiempo ordinario, A, (8-10-2017), por el sacerdote y teólogo José-Román Flecha Andrés
“Voy a cantar en nombre de mi amigo un canto de amor a su viña” (Is 5,1). Ese poema de Isaías sobre la viña del amigo ha cautivado muchas veces nuestra fantasía. Hemos imaginado el viñedo y el cercado, el lagar y la atalaya, desde la que el guarda vigilaba aquella propiedad en la que el amigo había plantado cepas escogidas.
El dueño esperaba que le diera las uvas más sabrosas. Pero al tiempo de la vendimia solo encontró agrazones. Con aquellas uvas agrias nunca podría tener un buen vino. El profeta explica que la viña representa la casa y el pueblo de Israel. El Señor esperaba encontrar justicia y sólo encontró maldad.
Ante esa historia de infidelidad, sólo cabe rezar con el salmo 79: “Señor, vuélvete: mira desde el cielo, fíjate; ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa”. Escuchando la exhortación de san Pablo, deseamos tener en cuenta todo lo que es verdadero, noble, justo, puro, amable y laudable: todo lo que es virtud (Flp 4,6-9).
DECEPCIÓN Y TRAICIÓN
Por tercer domingo consecutivo el evangelio nos presenta otra parábola que utiliza la imagen de la viña (Mt 21,33-43). También en esta ocasión se dirige a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo. El Maestro comienza evocando literalmente el canto de Isaías a la viña del amigo. Pero pronto introduce su propia versión.
  • En el poema de Isaías la decepción del dueño venía motivada por la frustración de sus esperanzas. Había preparado su viña, pero no encontró las buenas uvas que esperaba. Israel no había respondido a la elección de que había sido objeto.
  • En la parábola que expone Jesús, ya no es la viña la que produce malos frutos. Es que los labradores encargados de cuidarla se niegan a entregar los frutos a su amo. Y no solo eso, sino que injurian y matan a los criados que el dueño de la viña les ha enviado.
  • Más aún. El dueño envía a su propio hijo para recabar de los labradores los frutos que le corresponden. Pero los labradores, sabiendo que es el heredero, lo sacan violentamente de la viña y lo matan con la intención de hacerse con la propiedad.
EL RELATO Y SU SENTIDO
La lección de esta parábola está clara. Dios ha enviado profetas a su pueblo, pero han sido maltratados. Ahora envía a su hijo y también él será condenado a muerte.
  • “Cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?” Esa es la pregunta que Jesús dirige a los responsables de su pueblo. Con ella les ofrece una buena oportunidad para que recuerden la historia pasada de su pueblo. Y también para que reflexionen sobre su propia responsabilidad en el rechazo del Mesías.
  • “Arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a su tiempo”. Esa es la respuesta de los oyentes. Parece que ellos siguen pensando solamente en el relato sin pensar en su sentido. No quieren comprender que el Maestro trata de evocar un pasado que se va a convertir de nuevo en una escandalosa realidad.
– Padre nuestro, también a nosotros has confiado la tarea de cultivar tu viña y entregarte fielmente los frutos que te corresponden. También nosotros despreciamos a los mensajeros que nos envías e ignoramos el mensaje y la vida de tu Hijo. Perdona nuestra infidelidad. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.
José-Román Flecha Andrés

martes, 3 de octubre de 2017

San Francisco de Asís - 4 de Octubre

Francisco, como sol refulgente sobre el templo real

Lectura del libro del Eclesiástico 50,1-3. 7.

Este es aquel que en su tiempo se reparó el templo, en sus días se afianzó el santuario.
En su tiempo cavaron la cisterna y un pozo de agua abundante.
Protegió a su pueblo del saqueo y fortificó a la ciudad para el asedio.
Qué majestuoso cuando salía de la tienda asomando detrás de las cortinas; como estrella luciente entre nubes, como luna llena en día de fiesta, como sol refulgente sobre el templo real, así brilló él en el templo de Dios. 
Palabra de Dios

Salmo responsorial Cfr. Sal. 15,1-2a. 5. 7-8. 11.

R. El Señor es el lote de mi heredad.
Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
El Señor es el lote de mi heredad y mi copa. R.

Bendeciré al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye internamente.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. R.

Me enseñarás el sendero de la vida;
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. R.

En la cruz el mundo está crucificado para mí
y yo para el mundo

Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Gálatas 6, 14-18.
Hermanos:
Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo.
Pues lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino criatura nueva.
La paz y la misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también sobre Israel.
En adelante, que nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
La gracia de nuestro Señor Jesucristo está con su espíritu, hermanos. Amén. 
Palabra de Dios.

SECUENCIA
Ya estás, Francisco, clavado
sobre la cruz redentora.
Triunfas del mundo y la carne
y es de Cristo tu victoria.

El ideal de tu vida
un mundo nuevo jalona,
y el árbol del evangelio
florece con nuevas rosas.

Una cuerda a tu cintura
ciñe tu pureza. Y brotan
las flores por donde pisas
con tus plantas milagrosas.

La pobreza fue tu dama,
la que era de Cristo esposa.
Viuda del primer marido,
de nuevo tú la desposas.

Y en arras cinco rubíes
tu cuerpo llagado adornan.
Cinco ventanas abiertas
por las que el alma se asoma.

La cruz fue el árbol de vida
que te cobijó a su sombra.
Bajo sus ramas abiertas
tus hijos trabajan y oran.

Padre bueno, Padre santo,
de esta familia que implora
tu espíritu, que da vida,
tus virtudes, que dan gloria.

A los que llevan tu nombre
dales proseguir tu obra.
La semilla aquí sembrada
dará en el cielo sus rosas.

Aleluya
Aleluya, aleluya.
Francisco, pobre y humilde, entra rico en el cielo y es honrado con himnos celestes.
Aleluya.

Has escondido estas cosas a los sabios y las has revelado a la gente sencilla

+ Lectura del santo Evangelio según San Mateo 11, 25-30.
En aquel tiempo, Jesús exclamó:
-Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré.

Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán su descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera. 
Palabra del Señor.


HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Plaza de San Francisco, Asís
Viernes 4 de octubre de 2013

«Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
Paz y bien a todos. Con este saludo franciscano os agradezco el haber venido aquí, a esta plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.
Como tantos peregrinos, también yo he venido para dar gracias al Padre por todo lo que ha querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el evangelio: Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó a despojarse de una vida cómoda y superficial, para abrazar «la señora pobreza» y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los cielos. Esta elección de san Francisco representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de una misma moneda.
¿Cuál es el testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras –esto es fácil– sino con la vida?
1. La primera cosa que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es asimilarse a él.
¿Dónde inicia el camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz. Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San Damián, rezando delante del crucifijo, que hoy también yo veneraré. En aquel crucifijo Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las heridas de las manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida. Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso; paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere, más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». De aquí comienza todo: es la experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo pecadores. Por eso Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga 6,14).
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
2. En el evangelio hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).
Ésta es la segunda cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera paz, aquella que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20,19.20).
La paz franciscana no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos… Tampoco esto es franciscano, tampoco esto es franciscano, sino una idea que algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los otros como yo os he amado (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo se puede llevar con mansedumbre y humildad de corazón.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.
3. Francisco inicia el Cántico así: «Altísimo, omnipotente y buen Señor… Alabado seas… con todas las criaturas» (FF, 1820). El amor por toda la creación, por su armonía. El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y como Él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla; ayudarla a crecer, a ser más hermosa y más parecida a lo que Dios ha creado. Y sobre todo san Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la creación, en el puesto en el que Dios – el Creador – lo ha querido, sin ser instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue hombre de armonía, un hombre de paz. Desde esta Ciudad de la paz, repito con la fuerza y mansedumbre del amor: respetemos la creación, no seamos instrumentos de destrucción. Respetemos todo ser humano: que cesen los conflictos armados que ensangrientan la tierra, que callen las armas y en todas partes el odio ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión. Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el terrorismo o la guerra, en Tierra Santa, tan amada por san Francisco, en Siria, en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.
Nos dirigimos a ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios para nuestro mundo el don de la armonía, la paz y el respeto por la creación.
(...) Recemos (...) para que cada uno trabaje siempre para el bien común, mirando más lo que une que lo que divide.
Hago mía la oración de san Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues, Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia, que no te acuerdes de nuestras ingratitudes, sino ten presente la inagotable clemencia que has manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que de veras te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos de los siglos. Amén» (Espejo de perfección, 124: FF, 1824).

  CELEBRAMOS LA NAVIDAD EN NUESTRA INSTITUCIÓN EDUCATIVA   I.                      DATOS INFORMATIVOS:   1.1. INSTITUCION EDUCATI...