lunes, 25 de junio de 2018

Domingo XIII del Tiempo Ordinario Ciclo B

Lectura del libro de la Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24

Dios no hizo la muerte

ni goza destruyendo los vivientes.

Todo lo creó para que existiera;

las criaturas del mundo son saludables:

no hay en ellas veneno de muerte,

ni el Abismo impera en la tierra.
Porque la justicia es inmortal.

Dios creó al hombre para la inmortalidad

y lo hizo imagen de su propio ser;

pero la muerte entró en el mundo

por la envidia del Diablo;

y sus seguidores tienen que sufrirla.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial: Salmo 29, 2 y 4. 5-6. 11 y 12a y 13b (R.: 2a)

R. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.
Te alabaré, Señor, porque me has librado

y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. R. 

Canten al Señor, fieles suyos,

den gracias a su Nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. R. 

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;

Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre. R. 


Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 8, 7. 9. 13-15

Hermanos:
Ya que tienen abundancia de todo: en la fe, en la palabra, en el conocimiento, en el empeño y en el cariño que nos tienen, tengan también abundancia de esta generosidad.
Porque ya saben lo generoso que fue nuestro Señor Jesucristo: siendo rico, se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza.
Pues no se trata de aliviar a otros, pasando ustedes estrecheces; se trata de lograr la igualdad. En el momento actual, su abundancia remedia la falta que ellos tienen; y un día, la abundancia de ellos remediará su falta; así habrá igualdad.
Es lo que dice la Escritura: «Al que recogía mucho no le sobraba; y al que recogía poco no le faltaba».
Palabra de Dios.

2 cruz
Lectura del santo evangelio según san Marcos 5, 21-43

En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo en barca a la otra orilla, se le reunió mucha gente a su alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la sinagoga, que se llamaba Jairo, y, al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insistencia:
—«Mi niña está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que se cure y viva».
Jesús se fue con él, acompañado de mucha gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de sangre desde hacía doce años. Muchos médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos, y se había gastado en eso toda su fortuna; pero, en vez de mejorar, se había puesto peor. Oyó hablar de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el manto, pensando que con sólo tocarle el vestido curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de sus hemorragias, y notó que su cuerpo estaba curado. Jesús, notando que había salido fuerza de él, se volvió en seguida, en medio de la gente, preguntando:
—«¿Quién me ha tocado el manto?».
Los discípulos le contestaron:
—«Ves como te apretuja la gente y preguntas "¿Quién me ha tocado?"».
Él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se acercó asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó a los pies y le confesó todo. Él le dijo:
—«Hija, tu fe te ha curado. Vete en paz y con salud».
Todavía estaba hablando, cuando llegaron de casa del jefe de la sinagoga para decirle:
—«Tu hija se ha muerto. ¿Para qué molestar más al maestro?».
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le dijo al jefe de la sinagoga:
—«No temas; basta que tengas fe».
No permitió que lo acompañara nadie, más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró el alboroto de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:
—«¿Qué estrépito y qué lloros son éstos? La niña no está muerta, está dormida».
Se reían de él. Pero él los echó fuera a todos y, con el padre y la madre de la niña y sus acompañantes, entró donde estaba la niña, la cogió de la mano y dijo:
—«Talitha qumi» (que significa: «Contigo hablo, niña, levántate»).
La niña se puso en pie inmediatamente y echó a andar; tenía doce años. Y se quedaron viendo visiones.
Les insistió en que nadie se enterase; y les dijo que dieran de comer a la niña.
 Palabra del Señor.

Homilía


Muchas curaciones y unas cuantas revivificaciones realizó Jesús entre sus milagros. El Evangelio de hoy nos trae una curación y una revivificación conectadas entre sí.  Se trata de la hijita de Jairo, que muere mientras el Señor se retrasa en la curación de la hemorroísa (Mc. 5, 21-43).
Sucedió que al llegar Jesús con los Apóstoles a Cafarnaún, al bajar de la barca se le acercó mucha gente.  Entre la muchedumbre estaba el jefe de la sinagoga, llamado Jairo, quien le pide muy preocupado: “Mi hijita está muy grave.  Ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva”.  Mientras comenzó su camino junto con Jairo, el gentío seguía a Jesús y muchos lo tocaban y lo estrujaban.
Entre éstos una mujer que desde hacía 12 años sufría un flujo de sangre tan grave que había gastado todo su dinero en médicos y medicinas, pero iba de mal en peor.  Ella, llena de fe y esperanza en el único que podía curarla, se metió en medio de la multitud, pensando que si al menos lograba tocar el manto de Jesús, quedaría curada.  Corrió un riesgo esta mujer, pues según los conceptos judíos era “impura” y contaminaba a cualquiera que tocara, por lo cual no debía mezclarse con el gentío, mucho menos tocar a Jesús.  Por ello toca el manto, “pensando que con sólo tocar el vestido se curaría”.   ¡Así sería de fuerte su fe!
Ella no sabía realmente quién era Jesús, pero tenía fe que la curaría.  Todas estas consideraciones explican la tardanza de la mujer para salir adelante e identificarse ante Jesús, que pedía saber quién le había tocado el manto.
En efecto, nos cuenta el Evangelio que el Señor sintió que un poder milagroso había salido de El, por lo que preguntó -como si no lo supiera- quién le había tocado el manto.  Se detuvo hasta que logró que la mujer se identificara.  Y al tenerla postrada frente a El, le reconoce la fortaleza de su fe cuando le dice:  “Tu fe te ha salvado”.
Notemos que el Señor no le dice que su fe la había “sanado”, sino que la había “salvado”.  Y es así, porque toda sanación física en que reconocemos la intervención divina -y en todas interviene Dios, aunque no nos demos cuenta- no sólo sana, sino que salva.  La sanación física no es lo más importante: es como una añadidura a la salvación.  Si no hay cambio interior del alma, por la fe y la confianza en Dios, de poco o nada sirve la sanación física para el bienestar espiritual.
En cuanto a las curaciones, otra cosa importante de revisar son las muchas maneras cómo Dios sana.  Unas veces puede sanar en forma directa y milagrosa, como este caso de la hemorroísa: con sólo tocarlo.  Otras veces usa medios materiales, como el caso del ciego, cuando tomó tierra la mezcló con saliva e hizo un barro que untó en los ojos del ciego.  Otras veces no usa ningún medio, sino su palabra o su deseo.  Unas veces sana de lejos, como al criado del Centurión.   Unas veces sana enseguida, otras veces progresivamente, como el caso de los 10 leprosos, que se dieron cuenta que iban sanando mientras iban por el camino a presentarse a las autoridades.
Lo importante es saber que en toda sanación interviene Dios, aunque ni médicos ni pacientes lo consideren, es así: Dios sana directa o indirectamente.  Toda sanación es un milagro en que Dios permanece anónimo... si no nos queremos dar cuenta de su intervención.
Y cuando no hay sanación física, debemos saber que también Dios está interviniendo. Y hay que tener cuidado, porque las actitudes equivocadas que tengamos ante enfermedades -propias o de personas cercanas- pueden ser motivo de muchos males espirituales, debido a las actitudes de rebeldía y de rechazo con que tengamos ante ellas.  Pero, aceptadas en Dios;  es decir: aceptando la voluntad de Dios, aceptando lo que El tenga dispuesto en su infinita Sabiduría, las enfermedades pueden ser causa de muchos bienes espirituales.  Tal es el caso de un San Ignacio de Loyola, por ejemplo, quien se convirtió -y llegó a ser el Santo que es- mientras estaba convaleciente de una herida de guerra en su pierna.
Volviendo al Evangelio: a todas éstas, ¡cómo estaría Jairo de impaciente por el retraso!  Y, en efecto, en el mismo momento en que la hemorroísa está postrada ante Jesús, avisan que ya su hijita había muerto.  Por cierto, la niña tenía 12 años de edad, el mismo tiempo que tenía la mujer con hemorragias.  Jesús, entonces, prosigue el camino hacia la casa de Jairo, pero discretamente, con Pedro, Santiago y Juan. Notemos que Jesús trataba esconder los milagros más impresionantes.  Con esto evitaba el ser considerado como candidato a un mesianismo político y temporal, muy distinto de su mesianismo divino y eterno.
Al llegar a la casa, aplaca a todo el mundo y declara que la niña no está muerta, sino que duerme.  Saca a todos fuera, y sólo delante de los tres discípulos y de los padres de la niña, la hizo volver del sueño de la muerte.
         Para el Señor la muerte es como un sueño.  Para El es tan fácil levantar a alguien de un sueño, como lo será, el levantarnos a todos de la muerte.
Y de ese “sueño” nos despertará cuando vuelva para realizar la resurrección de todos los muertos.  Esta niña volvió a la vida terrena, a la misma vida que tenía antes de morir.  Todas las revivificaciones realizadas por el Señor -la del Lázaro, la del hijo de la viuda de Naím y ésta- son ciertamente milagros muy grandes.  Pero mayor milagro será cuando a todos nosotros nos haga volver a una vida gloriosa, cuando nos resucite en el último día.  Y será en forma instantánea, en “un abrir y cerrar de ojos”  (1 Cor. 15, 51-52).
Volveremos a vivir, pero no como estos tres del Evangelio, que volvieron a la misma vida que tenían antes.  Cuando el Señor nos resucite en la otra vida, volveremos a vivir, pero en una nueva condición: con cuerpos incorruptibles, que ya no se enfermarán, ni sufrirán, ni envejecerán, sino que serán cuerpos gloriosos similares al de Jesús después de su resurrección.   Más importante aún, nuestros cuerpos resucitados serán ya inmortales: ya no volverán a morir.
En la Primera Lectura (Sb. 1, 13-16; 2, 23-24), se nos explica el origen de la muerte. La condición en que Dios creó a los primeros seres humanos, nuestros progenitores, era de inmortalidad y de total sanidad: no había ni enfermedades, ni muerte.  Pero, nos dice esta lectura del Libro de la Sabiduría, que la muerte entró al mundo debido al pecado y a “la envidia del diablo”.
Sin embargo, sabemos que solamente experimentarán la muerte eterna quienes estén alineados con el diablo, pues resucitarán para la condenación y estarán separados de Dios para siempre.  Pero quienes estén alineados con Dios, ciertamente tendrán que pasar por la muerte física, que no es más que la separación de alma del cuerpo –y eso por un tiempo.  Pero después de la resurrección, vivirán para siempre (cfr. Jn. 5, 28-29; Hb. 9, 27). Y vivirán en un gozo y una felicidad tales, que nadie ha logrado describir aún.  (cfr. 2 Cor 12, 4)
La Segunda Lectura (2 Cor. 8, 7.9.13-15)  nos habla de solidaridad.  San Pablo organiza una colecta en favor de los cristianos de Jerusalén que se encontraban pasando penurias debido a la malas cosechas en el año anterior, “año sabático”, en que los judíos no sembraban, pues debían dejar descansar la tierra.
San Pablo recuerda a los que tienen más, que su abundancia remediará las carencias de los que tienen menos.  Y que los que no tienen en algún momento ayudarán a los que ahora tienen.  Sin duda esto puede ser interpretado como aquel adagio popular: “hoy por ti, mañana por mí”.  Pero también se trata de que el compartir bienes materiales con los que poco tienen, enriquece con gracias espirituales a los que sí los tienen.  Es así como el ejercicio de la solidaridad enriquece espiritualmente al que da, porque de esa manera “guarda tesoros para el cielo” (Mt. 6, 19-21).
Y para estimular a los Corintios y a nosotros a ser generosos, San Pablo nos recuerda cómo Cristo, “siendo rico, se hizo pobre por ustedes, para que ustedes se hicieran ricos con su pobreza”.
Sin duda se refiere San Pablo, no sólo a la condición de pobreza material de Jesús, sino también a lo que en otra oportunidad comunicó en su carta a los Filipenses (Flp. 2, 5-8): que Cristo, a pesar de su condición divina nunca hizo alarde de ser Dios y se rebajó (se hizo pobre) hasta pasar por un hombre cualquiera y llegó a rebajarse hasta la muerte y una muerte de cruz, la más humillante muerte que podía haber para alguien en su época.
Esa “pobreza” de Cristo, ese rebajarse hasta parecer ser un cualquiera, esa “pobreza” por la que murió, nos ha hecho a nosotros “ricos”, muy ricos,  en gracias espirituales.  Porque por la redención que obró con su muerte en cruz nos hizo herederos de una riqueza infinita, que no se acaba nunca y que dura para siempre: la Vida Eterna.

sábado, 16 de junio de 2018

Domingo XI del Tiempo Ordinario - B


Ensalzo los árboles humildes




LECTURA DEL PROFETA EZEQUIEL 17, 22-24

Esto dice el Señor Dios:
«También yo había escogido una rama de la cima del alto cedro y la había plantado; de las más altas y jóvenes ramas arrancaré una tierna y la plantaré en la cumbre de un monte elevado; la plantaré en una montaña alta de Israel, echará brotes y dará fruto.
Se hará un cedro magnífico.
Aves de todas clases anidarán en él, anidarán al abrigo de sus ramas.
Y reconocerán todos los árboles del campo que yo soy el Señor, que humillo al árbol elevado y exalto al humilde, hago secarse el árbol verde y florecer el árbol seco.
Yo, el Señor, lo he dicho y lo haré». Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 91, 2-3. 13-14. 15-16

R. ES BUENO DARLE GRACIAS, SEÑOR.

Es bueno dar gracias al Señor
y tocar para tu nombre, oh  Altísimo,
proclamar por la mañana tu  misericordia
y de noche tu fidelidad. R.

El justo crecerá como una  palmera,
se alzará como un cedro del  Líbano;
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de  nuestro Dios. R.

En la vejez seguirá dando  fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es  justo,
mi Roca, n quien no existe la  maldad. R.


En destierro o en patria, nos esforzamos en agradar al Señor

Lectura de la SEGUNDA CARTA DEL APOSTOL SAN PABLO A LOS CORINTOS  5, 6-10
Hermanos:
Siempre llenos de buen ánimo y sabiendo que, mientras habitamos en el cuerpo, estamos desterrados lejos del Señor, caminamos en fe y no en visión. Pero estamos de buen ánimo y preferimos ser desterrados del cuerpo y vivir junto al Señor.
Por lo cual, en destierro o en patria, nos esforzamos en agradarlo. Porque todos tenemos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir cada cual por lo que haya hecho mientras tenía este cuerpo, sea el bien o el mal. Palabra de Dios

ALELUYA
La semilla es la palabra de Dios, y el sembrador es Cristo; todo el que lo encuentra vive para siempre.

Era la semilla más pequeña, pero se hace más alta 
que las demás hortalizas 

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 4, 26-34
En aquel tiempo, Jesús decía al gentío:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
Dijo también:
«¿Con qué compararemos el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden anidar a su sombra».
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos les explicaba todo en privado. 
Palabra del Señor.

Homilía

Las lecturas de este domingo nos hablan de agricultura, de cómo la planta comienza por la semilla, hecho que conocemos aún aquéllos que no nos ocupamos de las labores de la tierra.
        
         En el Evangelio (Mc 4, 26-34) para explicarnos lo que es el Reino de Dios, Jesús nos plantea dos parábolas sobre las plantas y las semillas.

En la primera parábola nos destaca que la semilla hace su trabajo sola, que quien la planta,  se acuesta a dormir y de la noche a la mañana, la semilla ha germinado y la planta va creciendo sola, sin que éste sepa cómo sucede este crecimiento.
Jesús nos está recordando que la germinación y el crecimiento de las plantas suceden secretamente en lo profundo de la tierra, sin que nos demos cuenta.
¿Qué nos quiere decir el Señor con esta comparación?  Jesús ha usado esta imagen de la semilla germinando para dar a entender que el Reino de Dios crece de manera escondida, como la semilla escondida bajo la tierra.  Nadie se da mucha cuenta, pero eso tan pequeñito como la semilla tiene una vitalidad y una fuerza de expansión inigualable.
Efectivamente, el Reino de Dios va creciendo en las personas que se hacen terreno fértil para el crecimiento de la semilla.  Y a veces ni nos damos cuenta, igual como le sucede al labrador que sembró, sólo se da cuenta cuando ve el brote que sale de la tierra.
Hacernos terreno fértil significa dejar que Dios penetre en nuestra alma para que El, haga germinar su Gracia dentro de nosotros.  Así, la semilla del Reino va germinando y creciendo secretamente dentro de cada uno.
Venga a nosotros tu Reino, rezamos en el Padre Nuestro.  ¿Cómo viene ese Reino?  Con la siguiente frase del mismo Padre Nuestro: Hágase tu Voluntad.  El Reino va creciendo en nosotros, secretamente, pero con la fuerza vital de la semilla, cuando buscamos y hacemos la Voluntad de Dios en nuestra vida, tratando de que aquí en la tierra se cumpla la voluntad divina como ya se cumple en el Cielo:  Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el Cielo.
Y ese crecimiento del Reino de Dios es obra del Mismo que hace crecer la planta, haciendo que primero la semilla se abra, luego vaya formando su raíz debajo de la tierra, para luego dar paso a las ramas, las hojas y el fruto.
Observar cómo crece la planta nos recuerda también que los frutos de santidad, de buenas obras, de logros que podamos tener en nuestra vida espiritual, no son nuestros…aunque podamos erróneamente pensar que somos nosotros mismos los que auto-crecemos en santidad.
Si imaginamos a la semilla germinando dentro de la tierra… ¿se creerá que es ella la que se hace crecer a si misma?  ¿Podemos creer los seres humanos que nuestro crecimiento físico desde que estamos en el vientre materno hasta la edad adulta lo hacemos nosotros mismos?
Pues igual resulta en la vida espiritual.  Ese crecimiento es obra de Dios.  No nos podemos envanecer pensando que, si alguna mejora espiritual tenemos, la debemos a nuestro esfuerzo.  Aunque tengamos que esforzarnos,  debemos tener en cuenta que todo es obra de Dios –como en la semilla.
Cierto que tenemos que disponernos a que El haga su labor de germinación y de crecimiento de nuestra vida espiritual, pero el resultado es de Dios.  ¿No nos damos cuenta que hasta la capacidad de disponernos y de esforzarnos nos viene de Dios?
Otra cosa: si observamos el crecimiento de una planta desde su estado de semilla, veremos que este proceso se sucede bien lentamente.  ¿Qué más nos quiere decir el Señor con esta comparación?
Esta parábola es también un llamado a la paciencia. No podemos decepcionarnos o impacientarnos en nuestro crecimiento espiritual.  El Señor lo va haciendo, y nos va podando dónde y cuándo El considere que es necesario, pero El sabe hacerlo a su ritmo, que es el que más nos conviene.
Hay que perseverar en el esfuerzo hasta el final –es la gracia de la perseverancia final- pero confiando en Dios, no en uno mismo, porque sólo El puede hacer eficaces nuestros esfuerzos y nuestras acciones.
El Reino de Dios no crece aquí en la tierra como un relámpago.  Cuando sea el fin, sí que será como un relámpago.  Jesús mismo lo dijo: “Como el relámpago brilla en un punto del cielo y resplandece hasta el otro, así sucederá con el Hijo del Hombre cuando llegue su día”. (Lc. 17, 24)
Pero mientras el Reino de Dios va creciendo en la tierra, no lo hace de manera espectacular, ni abrupta.  Dios tiene su ritmo.  Y para seguirlo necesitamos tener paciencia porque el momento de Dios se hace esperar.
La segunda parábola es también sobre una semilla y una planta.  En ésta Jesús designa la semilla de la planta de mostaza.  El granito de esa semilla es pequeñito, pero la planta crece más que otras hortalizas, porque es un arbusto, en donde hasta hacen nido los pájaros.
Lo del grano y el árbol de mostaza pareciera más bien referido a la Iglesia.  ¿Quién hubiera pensado que aquel grupo pequeño de 12 hombres podía resultar en lo que es la Iglesia Católica hoy?
Sólo Dios mismo podía hacer germinar esa semilla desde aquel  pequeño núcleo que comenzó hace 2000 años en Palestina y se expandió por el mundo entero.
¿Quién fue el artífice de ese crecimiento?  El mismo Dios.  Los seres humanos ponemos un granito de arena y El hace el resto.  No fue la elocuencia de los Apóstoles, ni su inteligencia, lo que hizo germinar la Iglesia.  Ellos fueron terrenos fértiles para que el Espíritu Santo hiciera su trabajo de expansión de la Iglesia a todos los rincones de la tierra.
¿Cómo pudieron conquistar un imperio tan poderoso como el Imperio Romano?  ¿Cómo pudieron convencer a los paganos de ir dejando el culto a los ídolos que el poderío romano imponía?  ¿Cómo creció la Iglesia a pesar de la cantidad de cristianos muertos por el martirio?
La expansión de la Iglesia ante la opresión y la persecución de los romanos es una muestra de cómo Dios la hacía germinar igual que al árbol de mostaza.  Y cómo también hacía que en la Iglesia pudieran ir anidando todos los que han querido formar parte de ella.
Hoy también la Iglesia parece acosada desde muchos ángulos.  Dios también es atacado y negado.  Sigue habiendo ídolos y culto a los ídolos.  Los nuevos ateos nos atacan y acusan a los creyentes de ser lunáticos y tontos.
Pero las parábolas de este Domingo nos recuerdan que Dios sigue estando al mando.  Que, aunque parezca que estamos perdiendo la partida, sabemos Quién gana y, si hacemos la Voluntad de Dios,  de que ganamos, ganamos.
Igual sucedió en Israel durante el Antiguo Testamento.  Es lo que nos dice la Primera Lectura (Ez 17, 22-24).  En este caso nos habla el Señor a través del Profeta Ezequiel, no de una semilla, sino de la siembra de una rama, la rama de un cedro.  Y dice que lo plantará en la montaña más alta de Israel y allí también anidarán aves.
Es lo mismo que luego recuerda Jesús con su parábola sobre el grano de mostaza: allí anidarán los pájaros.  Ezequiel pre-anuncia el Reino de Cristo que es la Iglesia; Cristo la describe de manera similar.
También Ezequiel nos dice: “Y todos los árboles silvestres sabrán que Yo soy el Señor, que humilla los árboles altos y ensalza los árboles humildes, que seca los árboles lozanos y hace florecer los árboles secos”. ¿No recuerda esto las palabras del Magnificat: derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos?
¿A qué nos llaman el Magnificat y la profecía de Ezequiel?  A la humildad:  los que se creen grandes serán derribados, pero los humildes –los que se saben pequeños- serán ensalzados y florecerán.  ¡Y Dios tiene sus maneras de derribar y de humillar y de hacer saber que El es el Señor!
La Segunda Lectura de San Pablo (2ª Co 5,6-10) nos habla del final: Todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo, para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho en esta vida.  Las lecturas sobre las semillas también nos hablan del final, cuando mencionan el momento de la siega.
Notemos que se nos habla de dos opciones: de premio o castigo según lo que hayamos hecho en esta vida.  No se nos habla sólo de premio, como muchos hoy en día tienden a pensar.  Muchos dicen: “es que Dios es infinitamente Misericordioso”.
Y eso es cierto.  Pero Dios no es infinitamente alcahueta, para permitir que nos portemos de manera contraria a sus designios y a su Voluntad.  Eso no es lo que rezamos en el Padre Nuestro.
Dios es Justo y es Misericordioso.  De hecho, según Santo Tomás de Aquino, su Justicia viene primero y su Misericordia es una extensión de su Justicia.  Dios es Misericordioso para hacer crecer nuestra semilla de santidad dándonos todas las gracias que necesitamos.  Y es Justo para actuar en consonancia con nuestro comportamiento.
Debemos esforzarnos por lograr el premio a la perseverancia final, pues la otra opción es el castigo.  Y el castigo existe.  Dios es infinitamente Misericordioso, por eso nos da todas las gracias para que la semilla que fue sembrada en nuestro Bautismo crezca como un árbol frondoso de santidad.  Pero para crecer hay que permitir que Dios haga su labor en nuestra alma.  De lo contrario nos queda la otra opción -el castigo- porque Dios también es infinitamente Justo.
¿Qué vamos a escoger?  ¿A ser árboles frondosos que florecen?  ¿O árboles secos que se queman?
En el Salmo 91 hemos rezado:  El justo crecerá como la palmera, se alzará como cedro del Líbano; plantado en la casa del Señor.  En la vejez seguirá dando frutos y estará lozano y frondoso; para proclamar que el Señor es justo.  Y por todo esto hemos recitado:  Es bueno dar gracias al Señor.

sábado, 2 de junio de 2018

SOLEMNIDAD DE CORPUS CHRISTI


LECTURA DEL LIBRO DE ÉXODO 24,3-8

En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos; y el pueblo contestó a una: «Haremos todo lo que dice el Señor.»
Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocaustos, y vacas como sacrificio de comunión. Tomó la mitad de la sangre, y la puso en vasijas, y la otra mitad la derramó sobre el altar. Después, tomó el documento de la alianza y se lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: «Haremos todo lo que manda el Señor y lo obedeceremos.»
Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: «Ésta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos mandatos.» Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL (115)

R/. ALZARÉ LA COPA DE LA SALVACIÓN, INVOCANDO EL NOMBRE DEL SEÑOR

¿Cómo pagaré al Señor
todo el bien que me ha  hecho?
Alzaré la copa de la  salvación,
invocando su nombre. R/.

Mucho le cuesta al Señor
la muerte de sus fieles.
Señor, yo soy tu siervo,  hijo de tu esclava;
rompiste mis cadenas. R/.

Te ofreceré un sacrificio de  alabanza,
invocando tu nombre, Señor.
Cumpliré al Señor mis votos
en presencia de todo el  pueblo. R/.

LECTURA DE LA CARTA A LOS HEBREOS 9,11-15

Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos. Su tabernáculo es más grande y más perfecto: no hecho por manos de hombre, es decir, no de este mundo creado. No usa sangre de machos cabríos ni de becerros, sino la suya propia; y así ha entrado en el santuario una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna. Si la sangre de machos cabríos y de toros y el rociar con las cenizas de una becerra tienen poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios vivo. Por esa razón, es mediador de una alianza nueva: en ella ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna. Palabra de Dios

ALELUYA Jn 6, 51-52
Yo soy el pan vivo bajado del cielo, dice el Señor; quien coma de este pan vivirá para siempre.

+ LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 14,12-16.22-26

El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?»
Él envió a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pregunta: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?" Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con divanes. Preparadnos allí la cena.»
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»
Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos. Palabra del Señor

JESÚS SE PARTE Y SE REPARTE POR NOSOTROS

Por José María Martín OSA

1.- La Antigua Alianza de Dios con el pueblo no elimina la culpa. El fragmento del Libro del Éxodo cuenta la aceptación de la Alianza por parte del pueblo: “Haremos todo lo que dice el Señor”. El pacto de la Alianza será sellado con la sangre de las vacas derramada sobre el altar y sobre el pueblo. Pero el pueblo fue enseguida infiel al adorar el becerro de oro. Posteriormente, la liturgia judía del día de la expiación expresaba de una manera grandiosa la conciencia de culpa del hombre y el anhelo por descargarla y alcanzar la reconciliación con Dios. El Sumo Sacerdote atravesaba el velo del templo, penetraba él sólo en el "recinto santísimo" y ofrecía en sacrificio la sangre de animales para expiar sus faltas y las del pueblo. Después salía para tener que recomenzar otro año el mismo ritmo. La culpa del hombre no era totalmente suprimida.

2.- La Nueva y definitiva Alianza. Jesús es a la vez sacerdote, víctima y altar. Jesús, nos dice la Carta a los Hebreos, ha penetrado en el santuario del cielo una vez por todas, para llegar a la presencia de Dios. Lo ha hecho con el sacrificio de su pasión, es decir, en virtud de su propia sangre. La eficacia de este acto permanece para siempre. La esperanza de los hombres de alcanzar el perdón de sus pecados y lograr la comunión con Dios queda cumplida real y definitivamente en el misterio de la muerte y exaltación de Jesucristo, el Hijo de Dios. La liberación conseguida en virtud de la sangre de Cristo se mantiene inagotable. La sangre de Cristo sella una alianza nueva para siempre. Cristo es mediador de una nueva alianza. En efecto, Jesús es el enviado de Dios a los hombres (apóstol) y tiende un puente (pontífice) para hacer posible la unión entre ambos. Jesús manifiesta la última voluntad (testamento) de Dios para con los hombres, y la cumple ofreciéndose a sí mismo en la cruz.
3.- Jesús se entrega por nosotros. Según nos lo presenta Marcos, la última cena de Jesús fue una cena de Pascua. En la cena, primeramente, todo discurre con normalidad, como era costumbre. Jesús, como presidente ("padre de la familia o de la casa"), pronuncia la bendición sobre el pan. Después, Jesús parte el pan y acontece lo sorprendente. Mientras que lo normal era que el "padre de la casa" no dijera nada al entregar el pan bendecido y partido, Jesús dice: "Tomad, esto es mi cuerpo". Y como los discípulos ya sabían que, hablando del "cuerpo", uno se refería al hombre entero, comprendieron perfectamente que Jesús, su Señor, se les quería entregar en ese pan.
4.- Pan bendecido y partido. Cuando Cristo bendijo el pan, lo partió, y al partirlo nos recordó que su cuerpo también se rompería por nosotros. Ahora el signo se potencia. No sólo en el pan; presencia y alimento, sino el pan partido, que significa entrega y pasión. Tendríamos que asumir las mismas actitudes del que se dejó partir. Entonces, “cada vez que partís el pan y bebéis la copa” me hacéis presente, comulgáis mi espíritu, revivís mi vida, anunciáis mi muerte, profetizáis mi vuelta, anticipáis mi Reino. Al mundo egoísta se le ofrece este signo de altruismo supremo. Un gesto que debe repetirse. Si cada vez que comemos de este pan recordamos su muerte por amor, también nos comprometemos a partirnos amando, a gastarnos dividiéndonos y a vivir muriendo. Es Pan compartido y comido tiene una nueva dimensión: la solidaridad y la común-unión, la urgencia del compartir y del convivir, la necesidad de poner en común los bienes, las capacidades, los sentimientos y las personas.
5.- “Tu compromiso mejora el mundo”. Este es el lema de la Campaña de Día de Caridad de Cáritas. Celebramos el Día de Caridad coincidiendo con el Día del Corpus Christi, la celebración de la Eucaristía. Es un día especial para nosotros, porque celebramos que nuestro compromiso nos hace salir de nosotros mismos, de nuestra vida acomodada, tranquila y de la zona de confort para acudir al encuentro de los demás. Queremos echar una mano a los “descartados” por los poderes de este mundo. Este fue el mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de los Pobres:
“Benditas las manos que se abren para acoger a los pobres y ayudarlos: son manos que traen esperanza. Benditas las manos que vencen las barreras de la cultura, la religión y la nacionalidad derramando el aceite del consuelo en las llagas de la humanidad. Benditas las manos que se abren sin pedir nada a cambio, sin peros ni condiciones: son manos que hacen descender sobre los hermanos la bendición de Dios”.
Sigamos estas palabras del Papa Francisco y sintámonos llamados a ese compromiso que nace del Amor de Dios, de la predilección por los pobres y necesitados. Juntos lograremos que la solidaridad sea un compromiso de vida, un compromiso que lleve al cambio y la mejora de tantas personas y familias rotas y necesitadas.

  CELEBRAMOS LA NAVIDAD EN NUESTRA INSTITUCIÓN EDUCATIVA   I.                      DATOS INFORMATIVOS:   1.1. INSTITUCION EDUCATI...