Credo
Porque confiamos en la Palabra de Dios, proclamamos el credo de nuestra
fe.
Creo en Dios Padre, Todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su único Hijo,
Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo,
nació de Santa María Virgen,
padeció bajo el poder de Poncio Pilato,
fue crucificado, muerto y sepultado,
descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó entre los muertos,
subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre,
Todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y a muertos. Creo en el Espíritu
Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los
pecados, la resurrección de la carne y la vida perdurable. Amén.
Oración de los fieles
Oremos al Señor, nuestro Dios, que eligió a María con vocación singular,
bendita entre todas las mujeres.
– Por la Iglesia, precursora de Cristo, como Juan Bautista, para que
prepare los caminos del Señor allí donde apenas ha llegado el anuncio de su
venida. Roguemos al Señor.
– Por todas aquellas mujeres que dedican su vida y su tiempo a diversas
tareas eclesiales. Roguemos al Señor.
– Por las mujeres que en diversos países sufren discriminación injusta
por razón de su sexo. Roguemos al Señor.
– Por los enfermos y cuantos sufren cualquier mal, llamados a encontrar
en María el consuelo y la gracia que necesitan. Roguemos al Señor.
-
Otras intenciones …
– Por nosotros, elegidos en la persona de Cristo, llamados a ser santos
e intachables ante Dios por el amor. Roguemos al Señor.
Te pedimos, Señor, que la concepción inmaculada de María, que hoy
celebramos, sea fuente de bendición para todos. Por Jesucristo nuestro Señor.
Padre Nuestro.
3 Ave Marías.
Gloria..
Señor Jesucristo,
que dijiste a tus apóstoles:
'La paz os dejo, mi paz os doy',
no tengas en cuenta nuestros pecados,
sino la fe de tu Iglesia y, conforme a tu palabra,
concédele la paz y la unidad.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
El pueblo responde:
- Amén.
La paz del Señor esté
siempre con vosotros.
El pueblo:
- Y con tu espíritu.
Daos fraternalmente
la paz.
Oración final
SEÑOR Dios nuestro, que la escucha de tu palabra
y el cumplimiento de tu voluntad en nuestra vida diaria
repare en nosotros las heridas de aquel primer pecado
del que preservaste de modo singular
la Concepción inmaculada de la santísima Virgen María.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Bendición solemne
— Dios, que en su providencia amorosa
quiso salvar al género humano por el fruto bendito del seno de la Virgen
María,
os colme de sus bendiciones.
R./ Amén.
— Que os acompañe siempre la protección de la Virgen,
por quien habéis recibido al Autor de la vida.
R./ Amén.
— Y a todos ustedes, reunidos hoy para celebrar con devoción esta fiesta
de María,
el Señor os conceda la alegría del Espíritu y los bienes de su reino.
R./ Amén.
— Y la bendición de Dios todopoderoso
del Padre, del Hijo † y del Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros y permanezca para siempre.
R./ Amén.
La Inmaculada Concepción
de María es el dogma de fe que declara que por una gracia singular de Dios,
María fue preservada de todo pecado, desde su concepción.
Como demostraremos, esta
doctrina es de origen apostólico, aunque el dogma fue proclamado por el Papa
Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.
"...declaramos, proclamamos y definimos
que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada
inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su
concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a
los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios
y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los
fieles..."
(Pío IX, Bula Ineffabilis
Deus, 8 de diciembre de 1854)
La Concepción: Es el
momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres. La concepción es el
momento en que comienza la vida humana.
Cuando hablamos del dogma
de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la concepción de Jesús quién,
claro está, también fue concebido sin pecado. El dogma declara que María quedó
preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en
el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la "llena de
gracia" desde su concepción.
La Encíclica
"Fulgens corona", publicada por el Papa Pío XII en 1953 para
conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada
Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la Santísima Virgen
María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada
en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la
serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve
que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva
hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta
servidumbre»
Fundamento
Bíblico
La Biblia no menciona
explícitamente el dogma de la Inmaculada Concepción, como tampoco menciona
explícitamente muchas otras doctrinas que la Iglesia recibió de los Apóstoles.
La palabra "Trinidad", por ejemplo, no aparece en la Biblia. Pero la
Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta
correctamente a la luz de la Tradición Apostólica.
El primer pasaje que
contiene la promesa de la redención (Genesis 3:15) menciona a la Madre del
Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios declara la enemistad entre
la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer (María) aplastará la
cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia santificante que el
hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que María se mantuvo en
estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad entre ella y la
serpiente. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una promesa directa de
que vendrá un redentor. Junto a El se
manifestará su obra maestra: La preservación perfecta de todo pecado de su
Madre Virginal.
En Lucas 1:28 el ángel
Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena
de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español "Llena de
gracia" no hace justicia al texto griego original que es
"kecharitomene" y significa una singular abundancia de gracia, un
estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no
"prueba" la Inmaculada Concepción de María ciertamente lo sugiere.
El Apocalipsis narra
sobre la «mujer vestida de sol» (Ap 12,1).
Ella representa la santidad de la Iglesia, que se realiza plenamente en
la Santísima Virgen, en virtud de una gracia singular. Ella es toda esplendor
porque no hay en ella mancha alguna de pecado. Lleva el reflejo del esplendor
divino, y aparece como signo grandioso de la relación esponsal de Dios con su pueblo.
Los Padres de
la Iglesia y la Inmaculada
Los Padres se referían a
la Virgen María como la Segunda Eva (cf. I Cor. 15:22), pues ella desató el nudo
causado por la primera Eva.
Justín (Dialog. cum
Tryphone, 100),
Ireneo (Contra Haereses,
III, xxii, 4),
Tertuliano (De carne
Christi, xvii),
Julius Firm cus Maternus (De
errore profan. relig xxvi),
Cyrilo of Jerusalem
(Catecheses, xii, 29),
Epiphanius (Hæres.,
lxxviii, 18),
Theodotus of Ancyra (Or.
in S. Deip n. 11), and
Sedulius (Carmen
paschale, II, 28).
También se refieren a la
Virgen Santísima como la absolutamente pura San Agustín y otros. La iglesia Oriental ha llamado a María
Santísima la "toda santa".
En el siglo IX se
introdujo en Occidente la fiesta de la Concepción de María, primero en Nápoles
y luego en Inglaterra.
Hacia el año 1128, un
monje de Canterbury llamado Eadmero escribe el primer tratado sobre la
Inmaculada Concepción donde rechaza la objeción de San Agustín contra el
privilegio de la Inmaculada Concepción, fundada en la doctrina de la
transmisión del pecado original en la generación humana.
La castaña, escribe
Eadmero, «es concebida, alimentada y formada bajo las espinas, pero que a pesar
de eso queda al resguardo de sus pinchazos». Incluso bajo las espinas de una
generación que de por sí debería transmitir el pecado original, María
permaneció libre de toda mancha, por voluntad explícita de Dios que «lo pudo,
evidentemente, y lo quiso. Así pues, si lo quiso, lo hizo».
Los grandes teólogos del
siglo XIII presentaban las mismas dificultades de San Agustín: la redención
obrada por Cristo no sería universal si la condición de pecado no fuese común a
todos los seres humanos. Si María no hubiera contraído la culpa original, no
hubiera podido ser rescatada. En efecto, la redención consiste en librar a
quien se encuentra en estado de pecado.
El franciscano Juan Duns
Escoto, al principio del siglo XIV, inspirado en algunos teólogos del siglo XII
y por el mismo San Francisco (siglo XIII, devoto de la Inmaculada), brindó la
clave para superar las objeciones contra la doctrina de la Inmaculada Concepción
de María. El sostuvo que Cristo, el mediador perfecto, realizó precisamente en
María el acto de mediación más excelso: Cristo la redimió preservándola del
pecado original. Se trata una redención aún más admirable: No por liberación
del pecado, sino por preservación del pecado.
Escoto preparó el camino
para la definición dogmática. Dicen que su inspiración le vino al pasar por
frente de una estatua de la Virgen y decirle: "Dignare me laudare te:
Virgo Sacrata" (Oh Virgen sacrosanta
dadme las palabras propias para hablar bien de Ti).
1. ¿A Dios le convenía
que su Madre naciera sin mancha del pecado original? - Sí, a Dios le convenía
que su Madre naciera sin ninguna mancha. Esto es lo más honroso, para Él.
2. ¿Dios podía hacer que
su Madre naciera sin mancha de pecado original? -
Sí, Dios lo puede todo, y
por tanto podía hacer que su Madre naciera sin mancha: Inmaculada.
3. ¿Lo que a Dios le
conviene hacer lo hace? ¿O no lo hace? Todos respondieron: Lo que a Dios le
conviene hacer, lo que Dios ve que es mejor hacerlo, lo hace.
Entonces Scotto exclamó:
Luego
1. Para Dios era mejor
que su Madre fuera Inmaculada: o sea sin mancha del pecado original.
2. Dios podía hacer que
su Madre naciera Inmaculada: sin mancha
3. Por lo tanto: Dios
hizo que María naciera sin mancha del pecado original. Porque Dios cuando sabe
que algo es mejor hacerlo, lo hace.
Méritos:
María es libre de pecado por los méritos de Cristo Salvador. Es por El que ella
es preservada del pecado. Ella, por ser una de nuestra raza humana, aunque no
tenía pecado, necesitaba salvación, que solo viene de Cristo. Pero Ella
singularmente recibe por adelantado los méritos salvíficos de Cristo. La causa
de este don: El poder y omnipotencia de Dios.
Razón:
La maternidad divina. Dios quiso prepararse un lugar puro donde su hijo se
encarnara.
Frutos:
1-María fue inmune de los
movimientos de la concupiscencia. Concupiscencia: los deseos irregulares del
apetito sensitivo que se dirigen al mal.
2-María estuvo inmune de
todo pecado personal durante el tiempo de su vida. Esta es la grandeza de
María, que siendo libre, nunca ofendió a Dios, nunca optó por nada que la
manchara o que le hiciera perder la gracia que había recibido.
El dogma de la Inmaculada
Concepción de María no ofusca, sino que más bien pone mejor de relieve los
efectos de la gracia redentora de Cristo en la naturaleza humana. Todas las
virtudes y las gracias de María Santísima las recibe de Su Hijo. La Madre de
Cristo debía ser perfectamente santa desde su concepción. Ella desde el principio
recibió la gracia y la fuerza para evitar el influjo del pecado y responder con
todo su ser a la voluntad de Dios. A María, primera redimida por Cristo, que
tuvo el privilegio de no quedar sometida ni siquiera por un instante al poder
del mal y del pecado, miran los cristianos como al modelo perfecto y a la
imagen de la santidad que están llamados a alcanzar, con la ayuda de la gracia
del Señor, en su vida.
En torno a las ideas de
Escoto se suscitó una gran controversia. Después de que el Papa Sixto IV
aprobara, en 1477, la misa de la Concepción, esa doctrina fue cada vez más
aceptada en las escuelas teológicas.
El Papa Sixto IV, en
1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta de la Concepción
Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.
Fue valioso también el
aporte del mundo universitario. Las universidades de París, Maguncia y Colonia y,
en España, la de Valencia (1530), Granada, Alcalá (1617), Salamanca (1618) y
otras proclamaron a María Inmaculada como Patrona. Sus doctores, al recibir el
grado, hacían voto y juramento de enseñar y defender la doctrina de la
Inmaculada Concepción de María.
La Inmaculada Concepción
de la Santísima Virgen María tiene un llamado para nosotros:
1-Nos llama a la
purificación. Ser puros para que Jesús resida en nosotros.
2-Nos llama a la
consagración al Corazón Inmaculado de María, lugar seguro para alcanzar
conocimiento perfecto de Cristo y camino seguro para ser llenos del Espíritu
Santo.
"Con la Inmaculada
Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención, que tuvo lugar con la
sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona está llamada a realizarse en
plenitud hasta la perfección de la santidad" Juan Pablo II, 5-XII-2003.
Respuesta a los
argumentos contra la Inmaculada Concepción de María.
1- Argumento: La
Inmaculada Concepción contradice la
enseñanza de San Pablo: "todos han pecado y están lejos de la presencia
salvadora de Dios" (Romanos 3:23).
Respuesta
católica: Si fuéramos a tomar las palabras de San Pablo
"todos han pecado" en un sentido literal absoluto, Jesús también
quedaría incluido entre los pecadores. Sabemos que esta no es la intención de
S. Pablo ya que después menciona que Jesús "no conoció pecado" (2Cor
5,21; Cf. Hebreos 4:15; 1 Pedro 2:22).
El dogma de la Inmaculada
Concepción de María no contradice la enseñanza Paulina en Rm 3:23 sobre la
realidad pecadora de la humanidad en general, la cual estaba encerrada en el
pecado y lejos de Dios hasta la venida del Salvador. San Pablo enseña que
Cristo nos libera del pecado y nos une a Dios (Cf. Efesios 2:5). Esta es la enseñanza del Catecismo de la
Iglesia católica, el pecado original «afecta a la naturaleza humana», que se
encuentra así «en un estado caído». Por eso, el pecado se transmite «por
propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza
humana privada de la santidad y de la justicia originales». Pero Jesús tiene la
potestad para preservar a su Madre del pecado aplicando a ella los méritos de
su redención.
San Pablo declara que,
como consecuencia de la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno
solo atrajo sobre todos los hombres la condenación» (Rom 5,12.18). El
paralelismo entre Adán y Cristo se completa con el de Eva y María: La mujer
tuvo un papel importante en la caída y lo tiene también en la redención.
San Ireneo,
Padre de la Iglesia del siglo II, presenta a María como la nueva Eva que, con
su fe y su obediencia, contrapesa la incredulidad y la desobediencia de Eva.
Ese papel en la economía de la salvación exige la ausencia de pecado. Era
conveniente que, al igual que Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no
conociera el pecado y fuera así más apta para cooperar en la redención.
El pecado que mancha a
toda la humanidad no puede entrar en el Redentor y su colaboradora. Con una
diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la gracia que en
su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente santa en virtud
de la gracia recibida por los méritos del Salvador. Entonces, lo que Pablo
declara en forma general para toda la humanidad no incluye a Jesús y a María.
2- Argumento: Según
algunos, María reconoce que ella era pecadora y que necesitó ser rescatada por
la gracia de Dios (Lucas 1: 28, 47).
Respuesta
católica: Que María se declarara pecadora es falso. Que ella se
declarara salvada por Dios es cierto. En Lc 1:48 ella reconoce que fue salvada.
¿De qué? Del dominio del pecado, por gracia de Dios. Pero para eso no tuvo que
llegar a pecar. Dios la salvó preservándola del pecado.
El dogma de la Inmaculada
Concepción de María no niega que ella fue salvada por Jesús. En María las
gracias de Cristo se aplicaron ya desde el momento de su concepción. El hecho
de que Jesús no hubiese aún nacido no presenta obstáculo pues las gracias de
Jesús no tienen barreras de tiempo y se aplicaron anticipadamente en su Madre.
Para Dios nada es imposible.
¿Cómo sabemos que La
Virgen María fue concebida sin pecado? La fe católica reconoce que la
revelación Bíblica necesita ser interpretada a la luz de la Tradición recibida
de los Apóstoles y según el desarrollo dogmático que, por el Espíritu Santo, ha
ocurrido en la Iglesia. De esta manera lo que está ya en la Biblia en forma de
semilla se llega a entender cada vez mejor.
Juan Pablo II sobre La
Inmaculada Concepción
1. En la reflexión
doctrinal de la Iglesia de oriente, la expresión llena de gracia, como hemos
visto en las anteriores catequesis, fue interpretada, ya desde el siglo VI, en
el sentido de una santidad singular que reina en María durante toda su
existencia. Ella inaugura así la nueva creación.
Además del relato lucano
de la Anunciación, la Tradición y el Magisterio han considerado el así llamado
Protoevangelio (Gn 3, 15) como una fuente escriturística de la verdad de la
Inmaculada Concepción de María. Ese texto, a partir de la antigua versión
latina: «Ella te aplastara la cabeza», ha inspirado muchas representaciones de
la Inmaculada que aplasta la serpiente bajo sus pies.
Ya hemos recordado con
anterioridad que esta traducción no corresponde al texto hebraico, en el que
quien pisa la cabeza de la serpiente no es la mujer, sino su linaje, su descendiente.
Ese texto por consiguiente, no atribuye a María sino a su Hijo la victoria
sobre Satanás. Sin embargo, dado que la concepción bíblica establece una
profunda solidaridad entre el progenitor y la descendencia, es coherente con el
sentido original del pasaje la representación de la Inmaculada que aplasta a la
serpiente, no por virtud propia sino de la gracia del Hijo.
2. En el mismo texto
bíblico, además se proclama la enemistad entre la mujer y su linaje, por una
parte, y la serpiente y su descendencia, por otra. Se trata de una hostilidad
expresamente establecida por Dios, que cobra un relieve singular si
consideramos la cuestión de la santidad personal de la Virgen. Para ser la
enemiga irreconciliable de la serpiente y de su linaje, María debía estar
exenta de todo dominio del pecado. Y esto desde el primer momento de su existencia.
A este respecto, la
encíclica Fulgens corona, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar
el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta
así: «Si en un momento determinado la santísima Virgen María hubiera quedado
privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la
mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya –al menos
durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera– la enemistad eterna de
la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la
Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre» (MS 45 [1953], 579).
La absoluta enemistad
puesta por Dios entre la mujer y el demonio exige, por tanto, en María la
Inmaculada Concepción, es decir, una ausencia total de pecado, ya desde el
inicio de su vida. El Hijo de María obtuvo la victoria definitiva sobre Satanás
e hizo beneficiaria anticipadamente a su Madre, preservándola del pecado. Como
consecuencia, el Hijo le concedió el poder de resistir al demonio, realizando
así en el misterio de la Inmaculada Concepción el más notable efecto de su obra
redentora.
3. El apelativo llena de
gracia y el Protoevangelio, al atraer nuestra atención hacia la santidad
especial de María y hacia el hecho de que fue completamente librada del influjo
de Satanás, nos hacen intuir en el privilegio único concedido a María por el
Señor el inicio de un nuevo orden, que es fruto de la amistad con Dios y que
implica, en consecuencia, una enemistad profunda entre la serpiente y los
hombres.
Como testimonio bíblico
en favor de la Inmaculada Concepción de María, se suele citar también el
capitulo 12 del Apocalipsis, en el que se habla de la «mujer vestida de sol»
(Ap 12, 1). La exégesis actual concuerda en ver en esa mujer a la comunidad del
pueblo de Dios, que da a luz con dolor al Mesías resucitado. Pero, además de la
interpretación colectiva, el texto sugiere también una individual cuando
afirma: «La mujer dio a luz un hijo varón, el que ha de regir a todas las
naciones con cetro de hierro» (Ap 12, 5). Así, haciendo referencia al parto, se
admite cierta identificación de la mujer vestida de sol con María, la mujer que
dio a luz al Mesías. La mujercomunidad está descrita con los rasgos de la
mujerMadre de Jesús.
Caracterizada por su
maternidad, la mujer «está encinta, y grita con los dolores del parto y con el
tormento de dar a luz» (Ap 12, 2). Esta observación remite a la Madre de Jesús
al pie de la cruz (cf. Jn 19, 25), donde participa, con el alma traspasada por
la espada (cf. Lc 2, 35), en los dolores del parto de la comunidad de los
discípulos. A pesar de sus sufrimientos, está vestida de sol, es decir, lleva
el reflejo del esplendor divino, y aparece como signo grandioso de la relación
esponsal de Dios con su pueblo.
Estas imágenes, aunque no
indican directamente el privilegio de la Inmaculada Concepción, pueden
interpretarse como expresión de la solicitud amorosa del Padre que llena a
María con la gracia de Cristo y el esplendor del Espíritu.
Por último, el Apocalipsis
invita a reconocer más particularmente la dimensión eclesial de la personalidad
de María: la mujer vestida de sol representa la santidad de la Iglesia, que se
realiza plenamente en la santísima Virgen, en virtud de una gracia singular.
4. A esas afirmaciones
escriturísticas, en las que se basan la Tradición y el Magisterio para
fundamentar la doctrina de la Inmaculada Concepción, parecerían oponerse los
textos bíblicos que afirman la universalidad del pecado.
El Antiguo Testamento
habla de un contagio del pecado que afecta a «todo nacido de mujer» (Sal 50, 7;
Jb 14, 2). En el Nuevo Testamento, san Pablo declara que, como consecuencia de
la culpa de Adán, «todos pecaron» y que «el delito de uno solo atrajo sobre
todos los hombres la condenación» (Rm 5, 12. 18). Por consiguiente, como
recuerda el Catecismo de la Iglesia católica, el pecado original «afecta a la
naturaleza humana», que se encuentra así «en un estado caído». Por eso, el
pecado se transmite «por propagación a toda la humanidad, es decir, por la
transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia
originales» (n. 404). San Pablo admite una excepción de esa ley universal:
Cristo, que «no conoció pecado» (2 Co 5, 21) y así pudo hacer que sobreabundara
la gracia «donde abundo el pecado» (Rm 5, 20).
Estas afirmaciones no
llevan necesariamente a concluir que María forma parte de la humanidad
pecadora. El paralelismo que san Pablo establece entre Adán y Cristo se
completa con el que establece entre Eva y María: el papel de la mujer, notable
en el drama del pecado, lo es también en la redención de la humanidad.
San Ireneo presenta a
María como la nueva Eva que, con su fe y su obediencia, contrapesa la
incredulidad y la desobediencia de Eva. Ese papel en la economía de la
salvación exige la ausencia de pecado. Era conveniente que, al igual que
Cristo, nuevo Adán, también María, nueva Eva, no conociera el pecado y fuera
así más apta para cooperar en la redención.
El pecado, que como torrente
arrastra a la humanidad, se detiene ante el Redentor y su fiel colaboradora.
Con una diferencia sustancial: Cristo es totalmente santo en virtud de la
gracia que en su humanidad brota de la persona divina; y María es totalmente
santa en virtud de la gracia recibida por los méritos del Salvador.
Llena de
Gracia, el nombre más bello de María.
Benedicto XVI, 2006
Queridos hermanos y
hermanas:
Celebramos hoy una de las
fiestas de la bienaventurada Virgen más bellas y populares: la Inmaculada
Concepción. María no sólo no cometió pecado alguno, sino que quedó preservada
incluso de esa común herencia del género humano que es la culpa original, a
causa de la misión a la que Dios la había destinado desde siempre: ser la Madre
del Redentor.
Todo esto queda contenido
en la verdad de fe de la Inmaculada Concepción. El fundamento bíblico de este
dogma se encuentra en las palabras que el Ángel dirigió a la muchacha de
Nazaret: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lucas 1, 28).
«Llena de gracia», en el original griego «kecharitoméne», es el nombre más
bello de María, nombre que le dio el mismo Dios para indicar que desde siempre
y para siempre es la amada, la elegida, la escogida para acoger el don más
precioso, Jesús, «el amor encarnado de Dios» (encíclica «Deus caritas est»,
12).
Podemos preguntarnos:
¿por qué entre todas las mujeres, Dios ha escogido precisamente a María de
Nazaret? La respuesta se esconde en el misterio insondable de la divina
voluntad. Sin embargo, hay un motivo que el Evangelio destaca: su humildad. Lo
subraya Dante Alighieri en el último canto del «Paraíso»: «Virgen Madre, hija
de tu hijo, humilde y alta más que otra criatura, término fijo del consejo
eterno» (Paraíso XXXIII, 1-3). La Virgen misma en el «Magnificat», su cántico
de alabanza, dice esto: «Engrandece mi alma al Señor… porque ha puesto los ojos
en la humildad de su esclava» (Lucas 1, 46.48). Sí, Dios se sintió prendado por
la humildad de María, que encontró gracia a sus ojos (Cf. Lucas 1, 30). Se
convirtió, de este modo, en la Madre de Dios, imagen y modelo de la Iglesia,
elegida entre los pueblos para recibir la bendición del Señor y difundirla
entre toda la familia humana.
Esta «bendición» es el
mismo Jesucristo. Él es la fuente de la «gracia», de la que María quedó llena
desde el primer instante de su existencia. Acogió con fe a Jesús y con amor lo
entregó al mundo. Ésta es también nuestra vocación y nuestra misión, la
vocación y la misión de la Iglesia: acoger a Cristo en nuestra vida y
entregarlo al mundo «para que el mundo se salve por él» (Juan 3, 17).
Queridos hermanos y
hermanas: la fiesta de la Inmaculada ilumina como un faro el período de
Adviento, que es un tiempo de vigilante y confiada espera del Salvador.
Mientras salimos al encuentro de Dios, que viene, miremos a María que «brilla
como signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios en camino»
(«Lumen gentium», 68). Con esta conciencia os invito a uniros a mí cuando, en
la tarde, renueve en la plaza de España el tradicional homenaje a esta dulce
Madre por la gracia y de la gracia. A ella nos dirigimos ahora con la oración
que recuerda el anuncio del ángel.
ORACIONES
Oración a la Inmaculada
Virgen María
Santísima Virgen, yo creo
y confieso vuestra Santa e
Inmaculada Concepción
pura y sin mancha.
¡Oh Purísima Virgen!,
por vuestra pureza
virginal,
vuestra Inmaculada
Concepción y
vuestra gloriosa cualidad
de Madre de Dios,
alcanzadme de vuestro
amado Hijo la humildad,
la caridad, una gran
pureza de corazón,
de cuerpo y de espíritu,
una santa perseverancia
en el bien,
el don de oración,
una buena vida y una
santa muerte.
Amén"