miércoles, 21 de mayo de 2008

Domingo III de Cuaresma - A-

EL CORAZÓN HUMANO TIENE SED DE VIDA Y DE FELICIDAD
¡La samaritana nos representa a todos! Aquella mujer estaba desorientada. Buscaba lo que bus¬camos todos: un poco de felicidad. El corazón hu¬mano tiene sed de vida y de felicidad. Todos an¬damos desorientados en mayor o menor medida, y todos podemos pasar de pecadores a santos.
Jesús supera los prejuicios y convencionalismos de su tiempo. No le importan las malas relacio¬nes entre judíos y samaritanos; tampoco el que¬darse dialogando en público con una mujer, algo que “rebajaba” al varón en esa época. Jesús toma la iniciativa. Quiere cambiarle la vida.
Las siguientes palabras suenan a una absolución: ¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...!" Cuánta comprensión y benevolencia por parte de Jesús. No hay mala voluntad en esta mujer, no hay un rechazo frontal al don de Dios. Simplemente le falta conocer. Le falta luz. Le falta el agua verdadera. ¿No es, acaso, nuestra situación? ¡Qué vuelco daría nuestra vida si nos decidiéramos a conocer el don de Dios! ¡Qué transformación se daría en nosotros si imitá¬ramos a la samaritana! Si nos detuviéramos a escuchar, a dialogar con Jesús; si dejáramos que Jesús haga con nosotros lo que hizo con ella.
Jesús va desmontando las defensas, los caparazones, detrás de los cuales la mujer esconde la realidad de su ser. Jesús, con mucha pedagogía y mu¬chísimo amor, conduce a aquella mujer hacia su verdad y, en ese proceso, ella gradualmente va profundizando su fe: el que es primero un Profeta, más tarde será reconocido como Mesías y, finalmente, como el Salvador del mundo. Y ese descubrimiento es comunicado a los demás: “Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que hice”. Jesús es quien nos puede de¬cir todo lo que hemos hecho con nuestra vida y todo lo que podemos hacer para reencontrar el camino, satisfacer nuestros desencantos, y saciar nuestra sed de paz y felicidad. Basta que escuchemos, dialoguemos y abramos el corazón a Jesús.

Lectura del libro del Éxodo 17,3-17
En aquellos días, el pueblo, torturado por la sed, murmuró contra Moisés: « ¿Nos has hecho salir de Egipto para hacemos morir de sed a nosotros, a nuestros hijos y a nuestros ganados?». Clamó Moisés al Señor y dijo: « ¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen». Respondió el Señor a Moisés: «Preséntate al pueblo llevando contigo algunos de los ancianos de Israel; lleva también en tu mano el bastón con que golpeaste el río, y vete, que allí estaré yo ante ti, sobre la roca, en Horeb; golpearás la roca, y saldrá de ella agua para que beba el pueblo». Moisés lo hizo así a la vista de los ancianos de Israel. Y puso por nombre a aquel lugar Masá y Meribá, por la rebelión de los hijos de Israel y porque habían tentado al Señor, diciendo: « ¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?».
Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.

Salmo (94)
R. Escucharemos tu voz, Señor.

- Vengan, aclamemos al Señor, demos vítores a la Roca que nos salva; entremos a su presencia dándole gracias, aclamándolo con cantos. / R.
- Entremos, postrémonos por tierra, bendiciendo al Señor, creador nuestro. Porque él es nuestro Dios, y nosotros su pueblo, el rebaño que él guía. / R.
- Ojalá escuchen hoy su voz: «No endurezcan el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto; cuando sus padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras». / R.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 5,1-2.5-8
Hermanos: Ya que hemos recibido la justificación por la fe, esta¬mos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en la cual nos encontramos: y por él nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y esta esperanza no nos defrauda, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazo¬nes con el Espíritu Santo que se nos ha dado. En efecto, cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza para salvamos, Cristo mu¬rió por los pecadores en el tiempo señalado; en verdad, a duras penas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros. Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.

Lectura del santo evangelio según san Juan 4,5-1 5.19b-26.39a.40-42
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el pozo de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al pozo. Era alrededor del mediodía Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida. La samaritana le dice: « ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?». Porque los judíos no tienen trato con los samaritanos. Jesús le contestó:
«Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide d beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva». La mujer le dice: «Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua, y el pozo es muy hondo, ¿de dónde vas a sacar esa agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?». Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial de agua que salta hasta la vida eterna». La mujer le dice: «Señor, dame esa agua: así no tendré más sed, ni tendré que venir aquí a sacada. Veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto a Dios en este monte, pero ustedes los judíos dicen que el lugar donde se debe dar culto está en Jerusalén». Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén darán ustedes culto al Padre. Ustedes dan culto a uno que no conocen; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así. Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerla en espíritu y verdad». La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando vengar él nos lo dirá todo». Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo». En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».
Palabra del Señor. R. Gloria a ti, Señor Jesús.

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