jueves, 20 de septiembre de 2018

Domingo XXV del Tiempo Ordinario - B


LECTURA DEL LIBRO DE LA SABIDURÍA 2, 12. 17-20
Se dijeron los impíos:
«Acechemos al justo, que nos resulta fastidioso: se opone a nuestro modo de actuar, nos reprocha las faltas contra la ley y nos reprende contra la educación recibida.
Veamos si es verdad lo que dice, comprobando cómo es su muerte
Si es el justo es hijo de Dios, él lo auxiliará y lo librará de las manos de sus enemigos.
Lo someteremos a ultrajes y torturas, para conocer su temple y comprobar su resistencia.
Lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues, según, dice Dios lo salvará».
Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 53, 3-4. 5. 6 y 8

R. EL SEÑOR SOSTIENE MI VIDA.

Oh Dios, sálvame por tu  nombre,
sal por mí con tu poder.
Oh Dios, escucha mi súplica,
atiende a mis palabras. R.

Porque unos insolentes se  alzan contra mí,
y hombres violentos me  persiguen a muerte,
sin tener presente a Dios. R.

Dios es mi auxilio,
el Señor sostiene mi vida.
Te ofreceré un sacrificio  voluntario,
dando gracias a tu nombre, que  es bueno. R.

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO 3, 16-4, 3

Queridos hermanos:
Donde hay envidia y rivalidad, hay turbulencias y todo tipo de malas acciones.
En cambio, la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar intachable, y además es apacible, comprensiva, conciliadora, llena de misericordia y buenos frutos, imparcial y sincera.
El fruto de la justicia se siembra en la paz para quienes trabajan por la paz.
¿De dónde proceden los conflictos y las luchas que se dan entre vosotros? ¿No es precisamente de esos deseos de placer que pugnan dentro de vosotros? Ambicionáis y no tenéis; asesináis y envidiáis y no podéis conseguir nada, lucháis y os hacéis la guerra, y no obtenéis porque no pedís.
Pedís y no recibís, porque pedís mal, con la intención de satisfacer vuestras pasiones.
Palabra de Dios

ALELUYA Cf. 2 Tes 2, 14
Dios nos llamó por medio del Evangelio para que sea nuestra la gloria de nuestro Señor Jesucristo.

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.
Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará».
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les preguntó
«¿De qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido quién era el más importante.
Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
Palabra del Señor

Homilía

En el Evangelio de hoy (Mc. 9, 30-37) vemos cómo Jesús seguía tratando de explicar a sus discípulos su pasión y muerte, la cual era ya inminente. Nos cuenta el Evangelista que iba Jesús atravesando Galilea con ellos, pero que no quería que nadie lo supiera pues iba enseñándoles justamente sobre lo que iba a ocurrir pocos días después.
Por cierto, el Señor cada vez que hablaba de su muerte, también hablaba de su resurrección. Pero los discípulos no querían entender. Probablemente se quedaban con el anuncio de la primera parte -e igual que nosotros hacemos- atemorizados por el sufrimiento y la muerte, ni se daban cuenta del triunfo final: la resurrección.
De tal forma huían los Apóstoles del tema que Jesús quería tratar con ellos que, según nos cuenta este Evangelio, se pusieron a hablar -sin que Jesús les oyera- sobre quién de ellos era el más importante.
¡Cuán lejos puede llevarnos esa mentalidad de mundo que nos hace huir de la cruz que Jesús nos ofrece!
Miremos a los Apóstoles, los más allegados al Señor: ante un asunto tan serio y delicado, tan necesario de comprender y de aceptar, ellos usan la evasión y llegan al extremo de cambiar el tema por discutir sobre quién sería el primero, cuando ya Jesús no estuviera.
Caminando al lado de Jesús, a Quien ya no tendrían con ellos por mucho más tiempo, hacen todo lo contrario a lo que El les enseñó: dan entrada al orgullo, a las rivalidades y las envidias. Con esos pensamientos y ocultas conversaciones, hubieran podido llegar a cualquier desorden y a toda clase de obras malas.
Es precisamente lo que nos advierte el Apóstol Santiago en la Segunda Lectura (St. 3, 16 - 4, 3), la cual vale la pena detallar, porque con frecuencia caemos en estos desórdenes de que nos habla Santiago.
Comienza por precavernos acerca de las “envidias y rivalidades”, porque éstas son señal “de desorden y de toda clase de obras malas”. Y … ¿nos damos cuenta de que, como la envidia es un pecado medio escondido nos sentimos con derecho a acunar en nuestro corazón tales sentimientos, sin darnos cuenta de lo que nos alerta el Apóstol: esos “desórdenes y obras malas” que son consecuencia de las rivalidades y de la envidia.
El que acune en su corazón lo que nos vende el Demonio, termina siendo instrumento del Mal, del mismo Demonio. El Apóstol Santiago lo sabe, lo ha visto y nos alerta de las consecuencias de la envidia. “Ustedes codician lo que no pueden tener y acaban asesinando. Ambicionan algo que no pueden alcanzar, y entonces combaten y hacen la guerra”.
Y ¿dónde comenzaron esos conflictos? Bien lo dice Santiago: “las malas pasiones que siempre están en guerra dentro de ustedes”. Así comienza todo: en nuestro interior.
En cambio –nos dice Santiago- “los que tienen la Sabiduría que viene de Dios son puros, ante todo”. Vale la pena destacar la Sabiduría que viene de Dios y la pureza de corazón.
¿Qué es tener la Sabiduría Divina? Es tener el pensar de Dios, la forma de ver las cosas que tiene Dios, la manera de analizar las circunstancias de nuestra vida según Dios. Es ver las cosas como Dios las ve, no con nuestra miopía espiritual, tan contaminada por el mundo y tan de acuerdo a nuestros pensamientos humanos que suelen estar tan desviados de la visión eterna. Y que, por supuesto, están tan desviados de las paradojas que nos propone el Evangelio de hoy y el del domingo anterior:
Tomar nuestra cruz de cada día. Perder la vida para ganar la Vida. Ser último para llegar a ser primero. Ser pequeños, sencillos y confiados como son los niños. Los Sabios, según Dios –no según el mundo- son también “puros”. Y ¿qué es pureza de corazón? Es no anidar en nuestro corazón pensamientos y sentimientos contrarios a la Sabiduría Divina. Es tener rectitud de intención: lo que hago lo hago porque así debe ser, porque así Dios lo quiere … no por ser popular y aceptado, no por ser reconocido y quedar bien. Es también tener lo que se ha dado por llamar “honestidad mental”.
Los que así se comportan son, entonces, “amantes de la paz, comprensivos, dóciles, están llenos de misericordia y buenos frutos, son imparciales y sinceros”.
Volviendo al Evangelio: porque la envidia, las rivalidades y los deseos de primacía son tan peligrosos, Jesús tiene que detener de inmediato la inconveniente discusión que traían los Apóstoles por el camino.
Y lo hace, valiéndose el Señor de su Omnisciencia, mediante la cual Dios conoce nuestros más íntimos pensamientos y sentimientos, además de nuestras más escondidas palabras. Es así como, haciéndose el inocente, le pregunta a los discípulos: “¿De qué discutían por el camino?”. Por supuesto, se quedaron atónitos sin poder responder. Luego de este silencio, llamó a los doce Apóstoles y les dijo: “Si alguno quiere ser el primero que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Es lo que precisamente el Señor les venía anunciando de su pasión y muerte. El, Dios mismo, el Ser Supremo, el verdaderamente más importante y primero de todos, se rebajaría a la condición de servidor de todos, para darnos el mayor servicio que nadie podía darnos: dar su vida misma, con un sufrimiento indescriptible, por el rescate de cada uno de nosotros.
Ahora bien, ¿por qué matan a Jesús, sin realmente tener culpa? Muchas son las explicaciones y motivos que pueden aludirse, basándonos en la Biblia. Una de éstas explicaciones la trae el Libro de la Sabiduría (Sb. 2, 12.17-20), que leemos en la Primera Lectura:
“Los malvados dijeron entre sí: ‘Tendamos una trampa al justo, porque nos molesta y se opone a lo que hacemos; nos echa en cara nuestras violaciones a la ley, nos reprende las faltas contra los principios en que fuimos educados ... Sometámoslo a la humillación y a la tortura ... Condenémosle a una muerte ignominiosa’”.
La conducta del Justo (Jesucristo, Hijo de Dios) y de todos los que tratan de ser justos, siempre resulta una amenaza para los que no desean ser justos. La conducta de los buenos es como el espejo de la maldad de los malos. Estos reaccionan maniobrando contra los buenos, calumniando o criticando, para tratar de quitarlos del medio.
El Salmo 53 es especialmente elocuente y de gran consuelo y fortaleza: “El Señor es Quien me ayuda”, repetimos en el responsorio. Al ser atacados, perseguidos, al recibir cualquier trato injusto, debemos saber que es Dios mismo Quien está a nuestro lado para defendernos … aunque no lo veamos y a veces ni nos demos cuenta de su presencia que nos acompaña y fortalece, aunque nos parezca que no está y que nos hacen trizas y parecen ganar la lucha. Recordemos que la lucha tiene un final, el mismo de la Pasión de Cristo: es la gloria de nuestra resurrección.
Otras estrofas del Salmo 53 nos dicen: “Gente violenta y arrogante contra mí se ha levantado. Andan queriendo matarme.” Pero … “El Señor es Quien me ayuda … El es Quien me mantiene vivo”
Esto fue así muy especialmente para Jesús, pero lo es también para todo el que trata de seguirlo a El. De allí que El nos recuerde: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y que me siga” (Mc. 8, 34).
Los Apóstoles terminaron entendiendo lo que antes no entendían, al punto que dieron su vida por Cristo y por el Evangelio. Y nosotros ... ¿ya hemos comprendido estas palabras?

domingo, 9 de septiembre de 2018

Domingo XXIII del Tiempo Ordinario - B


LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 35, 4-7a


Decid a los inquietos:
«Sed fuertes, no temáis.
¡He aquí vuestro Dios! Llega el desquite, la retribución de Dios.
Viene en persona y os salvará.
Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, los oídos de los sordos se abrirán; entonces saltará el cojo como un ciervo y cantará la lengua del mudo, porque han brotado aguas en el desierto y corrientes en la estepa.
El páramo se convertirá en estanque, el suelo sediento en manantial».
Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL. Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc- 10

R. ALABA, ALMA MÍA, AL SEÑOR

El Señor mantiene su fidelidad  perpetuamente,
hace justicia a los oprimidos,
da pan a los hambrientos.
El Señor liberta a los  cautivos. R.

El Señor abre los ojos al  ciego,
el Señor endereza a los que ya se doblan,
el Señor ama a los justos,
el Señor guarda a los  peregrinos. R.

Sustenta al huérfano y a la viuda
y trastorna el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
tu Dios, Sión, de edad en edad. R.

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SANTIAGO 2, 1-5

Hermanos míos, no mezcléis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con la aceptación de personas.
Suponed que en vuestra asamblea entra un hombre con sortija de oro y traje lujoso, y entra también un pobre con un traje mugriento; si vosotros atendéis al que lleva el traje de lujo y le decís: «Tú siéntate aquí cómodamente», y al pobre le decís: «Tú quédate ahí de pie» o «siéntate en el suelo, a mis pies», ¿no estás haciendo discriminaciones entre vosotros y convirtiéndoos en jueces de criterios inicuos?
Escuchad, mis queridos hermanos: ¿acaso no eligió Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que lo aman?
Palabra de Dios

ALELUYA Cf. Mt 4, 23

Jesús proclamaba el evangelio del reino, y curaba toda dolencia del pueblo.

+ LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 7, 31-37

En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.
Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo:
«Effetá», (esto es: «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba correctamente.
Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.
Y en el colmo del asombro decían:
«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
 Palabra del Señor

Sordera y mudez

La muchedumbre se admira de los milagros de Jesús. Ya Isaías profetizó las maravillas que haría el Mesías (lecturas primera y tercera). Santiago exalta las atenciones hechas a los pobres (segunda lectura). Frente a las miserias y los derrotismos humanos, el Corazón de Jesucristo es siempre la garantía de nuestra vida y la prueba permanente de que el Padre nos ama.
–Isaías 35,4-7: Los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mudo cantará. En los días mesiánicos la cercanía bienhechora de Dios se manifestará en la rehabilitación de los indigentes: abriendo los oídos a los sordos y devolviendo la palabra a los mudos. Esto se realiza espiritualmente en el rito del Bautismo. San Jerónimo enseña:
«La causa de la seguridad y de la constancia es que Cristo vendrá, al que el Padre entregó todo juicio (Jn 5,22), y dará a cada uno según sus obras... Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y los sordos oirán. Entonces el cojo saltará como un ciervo y quedará suelta la lengua de los mudos. Lo cual, aunque se cumplió en la grandeza de los signos cuando el Señor hablaba a los discípulos de Juan, que le fueron enviados (Lc 7,22), también se cumple entre las gentes cuando los que antes eran ciegos y con su lengua lanzaban piedras, miran la Luz de la Verdad. Y los que, con sus oídos sordos, no podían oír las palabras de la Escritura, se alegran ahora ante los mandatos de Dios. Cuando, los que antes eran cojos y no andaban por camino recto, saltan como los ciervos, imitando a sus doctores, y se suelta la lengua de los mudos, cuya boca había cerrado Satanás, para que no pudieran confesar al solo Señor.
«Por tanto, se abrirán los ojos, oirán los oídos, saltarán los cojos y se soltará la lengua de los mudos, porque han brotado con fuerza las aguas del bautismo y los torrentes y ríos en la soledad, es decir, las abundantes gracias espirituales» (Comentario sobre el profeta Isaías 35,3-6).
–Con el Salmo 145 alabamos al Señor que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos, libera a los cautivos, abre los ojos al ciego, endereza a los que ya se doblan, ama a los justos, guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda... Con gran gozo espiritual gritamos: «El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión (Iglesia, alma cristiana), de edad en edad».
–Santiago 2,1-5: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos herederos del Reino? La verdadera humildad religiosa, basada en la conciencia de la propia indigencia, constituye para el auténtico creyente el mejor aval de su esperanzado optimismo ante el Padre y de su amor real a todos los hermanos.
Se puede afirmar que el tema de la pobreza bíblica atraviesa todo el Nuevo Testamento. Es como el fondo de la predicación evangélica. Recordemos la escena en la sinagoga de Nazaret, cuando el Señor leyó el pasaje de Isaías: «... me ha enviado para evangelizar a los pobres...» (Lc 4,18). San Agustín escribe a San Jerónimo:
«Pienso que en cuanto a la acepción de personas, no se ha de considerar pecado leve pensar que se tiene la fe de nuestro Señor Jesucristo y aplicar a los honores eclesiásticos aquella diferencia entre sentarse y quedarse de pie. ¿Quién puede comprender que se elija a un rico para una sede de honor en la iglesia en detrimento de un pobre más instruido y más santo? Pues, si se trata de las asambleas corrientes, ¿quién no peca –si es que se peca– juzgando dentro de sí mismo que uno es tanto mejor cuanto es considerado más rico? Eso parece indicar el pasaje de Santiago 2,4» (Carta 132,18).
–Marcos 7,31-37: Hace oír a los sordos y hablar a los mudos. La apertura humilde a la voz del Padre y el derecho a la oración o al diálogo filial con Él son, en nosotros, dones divinos, recibidos de Dios a través de su Hijo Redentor y Mediador. San Gregorio Magno dice:
«Oímos las palabras de Dios si las cumplimos; y entonces las hablamos rectamente a los prójimos, cuando primero las hubiéremos cumplido nosotros. Cosa que confirma bien el Evangelista San Marcos cuando narra el milagro obrado por Cristo, diciendo: “presentáronle un hombre sordomudo, suplicándole que pusiera sobre él su mano” e indica el orden de esta curación cuando añade: “le metió los dedos en las orejas y con la saliva le tocó la lengua” (Mc 7,32-33). ¿Qué se significa por los dedos del Redentor, sino los dones del Espíritu Santo?... Pero, ¿qué significa el tocar con saliva la lengua de él? La lengua de nuestro Redentor es para nosotros la sabiduría de la palabra de Dios que hemos recibido. En efecto, la saliva fluye de la cabeza a la boca; y así, aquella sabiduría que es Él mismo, al tocar nuestra lengua, en seguida la dispone para predicar» (Homilías sobre Ezequiel 1,10).

  CELEBRAMOS LA NAVIDAD EN NUESTRA INSTITUCIÓN EDUCATIVA   I.                      DATOS INFORMATIVOS:   1.1. INSTITUCION EDUCATI...