miércoles, 30 de julio de 2008

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario - A-


Dense prisa y coman

Lectura del libro de Isaías 55, 1-3
Así dice el Señor:
«Todos los que tengan sed, vengan a beber agua, también los que no tienen dinero: Vengan, compren trigo, coman gratuitamente vino y leche sin pagar nada. ¿Por qué gastan dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no deja satisfecho? Escúchenme atentos, y comerán bien, saborearán platos sustanciosos. Inclinen el oído, vengan a mí: escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza eterna, la promesa que aseguré a David. 
                                                                              Palabra de Dios. 


Salmo 144

R.- Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores.

El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos; es cariñoso con todas sus criaturas. R.-
Los ojos de todos te están aguardando, tú les das la comida a su tiempo; abres tú la mano, y sacias de favores a todo viviente. R.-
El Señor es justo en todos sus caminos, es bondadoso en todas sus acciones; cerca está el Señor de los que lo invocan, de los que le invocan sinceramente. R.-

Ninguna criatura podrá apartarnos del amor de Dios 
manifestado en Cristo 

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8,35.37-39
Hermanos:
¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo esto salimos vencedores fácilmente gracias a Aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor Nuestro. 
                                                                             Palabra de Dios.

 Comieron todos hasta quedar satisfechos

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 14, 13- 21
En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan, el Bautista, se marchó de allí en una barca, a un sitio tranquilo y apartado. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Al desembarcar vio Jesús la muchedumbre, sintió compasión de ellos y curó a los enfermos. Como se hizo tarde se acercaron los discípulos a decirle:
“Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a los poblados y compren algo de comer”.
Jesús les replico:
“No hace falta que vayan, denles ustedes de comer”.
Ellos le replicaron:
“No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces”.
Les dijo:
“Tráiganmelos”.
Mandó a la gente que se recostara en la hierba y tomando los cinco panes y los dos peces alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos; los discípulos se los dieron a la gente. Comieron todos hasta quedar satisfechos y recogieron doce canastos llenos de sobras. Comieron unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños. 
                                                                         Palabra del Señor. 

"El día en que el hombre se libere del egoísmo, 
sobrarán alimentos."

El milagro del compartir

“¡Denles ustedes de comer!", es la orden clara y precisa. Jesús nos hace responsables del hambre del prójimo y nos manda repartir los cinco panes y dos peces, es decir, aquello que, sin duda, es muy poco, pero que se multiplicará por el milagro: el milagro del compartir.
Los panes, en la época de Jesús, eran tortas planas de poco espesor. Para la comida de un adulto se calculaban al menos tres. Por ello, cinco panes y dos peces era muy poco, nada, dadas las circunstancias. Pero era todo lo que tenían. Jesús bendijo ese desprendimiento, la actitud de compartir lo poco que tenían. Con hombres así, con cristianos de esta calidad, es posible el milagro. Porque Dios actúa y pone su parte cuando los hombres ponemos la nuestra. No importa que nuestros medios sean pobres; lo que importa es que sean dados con generosidad: Jesús hará lo demás.
Con cuanta facilidad decimos: "Para arreglar esto hace falta un milagro". Es verdad, hace falta un milagro, hace falta que Dios nos llene de compasión, de solidaridad, de generosidad y amor. A semejanza de Jesús, hace falta que "se conmuevan nuestras entrañas". Entonces, para que otro sufra menos bastaría que ofreciéramos un poco de lo que tenemos; lo mucho que, en tantos casos, nos sobra; y lo muchísimo que, más de una vez, derrochamos.
El día en que el hombre se libere del egoísmo, sobrarán alimentos, medicamentos, escuelas, hospitales y un trabajo digno para todos los hombres. Se realizará la liberación de los oprimidos del cuerpo y del alma.
No es posible seguir a Jesús de verdad sin compartir con los demás lo que se tiene y lo que se es. No vale un seguimiento egoísta, individualista, cerrado, preocupado par uno mismo. No valen las excusas. Todos podemos compartir "algo", por poquito que sea.

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