miércoles, 16 de julio de 2008

Domingo XVI del Tiempo Ordinario - A-


Fuera de ti, no hay otro dios que cuide de todo

Lectura del libro de la Sabiduría 12, 13. 16-19

Fuera de ti, no hay otro dios que cuide de todo, ante quien tengas que justificar tu sentencia. Tu poder es principio de justicia, y tu soberanía universal te hace perdonarlos a todos. Tú demuestras tu fuerza a los que dudan de tu gran poder, y confundes el atrevimiento de los que no lo conocen. Tú, poderoso soberano, juzgas con bondad y nos gobiernas con gran misericordia, porque puedes hacer cuanto quieres. Obrando así, enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser compasivo, y diste a tus hijos la dulce esperanza porque, después del pecado, das lugar al arrepentimiento.                                                                       Palabra de Dios. 


SALMO 85


R.- Tú, Señor, eres bueno y clemente.


Tú, Señor, eres bueno y clemente, rico en misericordia con los que te invocan. Señor, escucha mi oración, atiende a la voz de mi súplica. R.-
Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor; bendecirán tu nombre: "Grande eres tú, y haces maravillas, tú eres el único Dios”. R.-
Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad y leal, mírame, ten compasión de mí. R.-

El Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 8, 26-27
Hermanos:
El Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no se pueden expresar con palabras. Por su parte Dios, que examina los corazones sabe cuál es el deseo de ese Espíritu, que intercede por los creyentes según la voluntad de Dios. Palabra de Dios. R. Te alabamos, Señor.

Los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre

Lectura del santo evangelio según san Mateo              13, 24-43

En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente:
“El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras la gente dormía, su enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los trabajadores a decirle al amo: "Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?" Él les dijo: "Un enemigo lo ha hecho." Los trabajadores le preguntaron: "¿Quieres que vayamos a arrancarla? Pero él les respondió: "No, porque, al arrancar la cizaña, podrían arrancar también el trigo. Déjenlos crecer juntos hasta la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los que han de recogerla: "Arranquen primero la cizaña y átenla en manojos para quemarla, y el trigo almacénenlo en mi granero."
Les propuso esta otra parábola:
“El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que uno siembra en su huerta; aunque es la más pequeña de las semillas, cuando crece es más alta que las hortalizas; se hace un arbusto más alto que las hortalizas, y vienen los pájaros a anidar en sus ramas.
Les dijo otra parábola:
“El reino de los cielos se parece a la levadura; una mujer la amasa con tres medidas de harina, y basta para que todo fermente.
Jesús expuso todo esto a la gente en parábolas y sin parábolas no les exponía nada. Así se cumplió el oráculo del profeta: "Abriré mi boca diciendo parábolas, anunciaré lo secreto desde la fundación del mundo".
Luego dejó a la gente y se fue a casa. Los discípulos se le acercaron a decirle:
“Acláranos la parábola de la cizaña en el campo”.
Él les contestó:
“El que siembra la buena semilla es el Hijo del Hombre; el campo es el mundo; la buena semilla son los ciudadanos del Reino; la cizaña son los partidarios del Maligno; el enemigo que la siembra es el diablo; la cosecha es el fin del tiempo, y los que recogen la cosecha los ángeles. Así como se arranca la cizaña y se quema, así será al fin del tiempo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y arrancarán de su Reino a todos los corruptores y malvados y los arrojarán al horno encendido; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga.
                                                                            Palabra del Señor. 

Infierno es la pérdida de Dios

Durante siglos, los predicadores al hablar del infierno utilizaron, literal y materialmente, las imágenes y símbolos con que se expresa la Biblia y alimentaron la fantasía, en lugar de ofrecer el recto conocimiento y valoración de un tema que no podemos pasar de largo.

El infierno no es “eso” que aparecía en las estampitas y en las pinturas de famosos pintores. No es un lugar al que es arrojado el “pecador”, donde hay fuego y diablos con enormes garfios que se dedican a asar a los condenados. El infierno no es un lugar, es una “situación”, es el estado que se fabrica el hombre cuando, por propia y libre elección, rechaza el amor y se abraza a su egoísmo, cuando queda “petrificado” en su decisión de pensar sólo en sí y en sus cosas, prescindiendo, desentendiéndose de los demás y de Dios.

¿Qué dicen las Escrituras y la tradición cristiana acerca de esta situación? Afirmamos que si el hombre se endurece y empecina en su mal, sin arrepentirse, sin aceptar la misericordia de Dios, y muere de ese modo, entra en un estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados.

¡Infierno es la pérdida de Dios!: Recogemos en la otra vida lo que hemos sembrado en ésta. El hombre, eligiendo libremente el mal, empecinándose en él, rechazando el perdón, la misericordia, el amor de Dios, excluyendo a Dios del horizonte de su vida, se “impone” el infierno.

Dios nos ha creado por amor para comunicarnos su misma felicidad. No es Dios quien condena, ni quien castiga, ni quien predestina al infierno. Somos nosotros quienes podemos elegir el mal, apartarnos de Dios. Por eso, la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia, recalcan la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con su destino eterno. La misericordia de Dios es infinita. Dios confía en nosotros y nos espera.

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