Cada 17 de noviembre la Iglesia celebra a Santa Isabel de Hungría, una joven madre que aprovechó su condición de nobleza para ayudar a Cristo en los más pobres. Al morir, se apareció y dijo que iba para la gloria y que había muerto para la tierra.
Lecturas en La Solemnidad de Santa Isabel de Hungría
El sol brilla en el cielo del Señor, la mujer bella en su casa bien
arreglada
Lectura
del libro del Eclesiástico 26:1-3,15-18, 24
Feliz el marido de mujer buena, el número de sus días se duplicará.
Mujer varonil da contento
a su marido, que acaba en paz la suma de sus años.
Mujer buena es buena
herencia, asignada a los que temen al Señor:
Gracia de gracias la
mujer pudorosa, no hay medida para pesar a la dueña de sí misma.
Sol que sale por las
alturas del Señor es la belleza de la mujer buena en una casa en orden.
Lámpara que brilla en
sagrado candelero es la hermosura de un rostro sobre un cuerpo esbelto.
Columnas de oro sobre
bases de plata, son piernas esbeltas sobre pies firmes.
O también:
Tiene puesta su esperanza en el Señor y persevera en sus plegarias y
oraciones noche y día
Lectura
de la primera carta del apóstol san Pablo a Timoteo 5:3-10
Querido hermano:
Honra a las viudas, a las
que son verdaderamente viudas. Si una viuda tiene hijos o nietos, que aprendan
éstos primero a practicar los deberes de piedad para con los de su propia familia
y a corresponder a sus progenitores, porque esto es agradable a Dios.
Pero la que de verdad es
viuda y ha quedado enteramente sola, tiene puesta su esperanza en el Señor y
persevera en sus plegarias y oraciones noche y día. La que, en cambio, está
entregada a los placeres aunque viva, está muerta.
Todo esto incúlcalo
también, para que sean irreprensibles. Si alguien no tiene cuidado de los
suyos, principalmente de sus familiares, ha renegado de la fe y es peor que un
infiel.
Que la viuda que sea
inscrita en el catálogo de las viudas no tenga menos de sesenta años, haya
estado casada una sola vez, y tenga el testimonio de sus buenas obras: haber
educado bien a los hijos, practicado la hospitalidad, lavado los pies de los
santos, socorrido a los atribulados, y haberse ejercitado en toda clase de
buenas obras.
Salmo responsorial Sal.31:4-5,
8-9, 20, 24-25
R. Oh Dios, tú eres mi roca y mi baluarte.
Tú eres mi roca y mi
baluarte,
por tu nombre, dirígeme y
guíame.
Sácame de la red que me
han tendido,
porque tú eres mi amparo.
R.
¡Exulte yo y en tu amor
me regocije!
Tú que has visto mi
miseria,
y has conocido las
angustias de mi alma,
y has puesto mis pies en
campo abierto. R.
¡Qué bondad tan grande,
Señor!
Reservas para tus fieles,
y concedes a los que a ti
se acogen,
a la vista de todos. R.
Amen al Señor, todos sus
amigos;
a los fieles protege el
Señor,
¡Valor, que nuestro
corazón se afirme,
ustedes todos que esperan
en el Señor! R.
Aleluya Sir.
26, 21-22
Aleluya, aleluya
El sol brilla en el cielo del Señor; la mujer bella, en su casa bien
arreglada. Aleluya.
Cada vez que lo hicieron a unos de estos hermanos míos más pequeños,
a mí me lo hicieron
+ Lectura
del Santo evangelio según san Mateo 25:31-40
En aquel tiempo dijo
Jesús a sus discípulos:
«Cuando el Hijo del
hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará
en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él
separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las
cabras.
Pondrá las ovejas a su
derecha, y las cabras a su izquierda.
Entonces dirá el Rey a
los de su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, reciban la herencia del
Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre, y me
dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron;
estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron
a verme."
Entonces los justos le
responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o
sediento, y te dimos de beber?
¿Cuándo te vimos
forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos?
¿Cuándo te vimos enfermo
o en la cárcel, y fuimos a verte?"
Y el Rey les dirá:
"En verdad les digo que cuanto hicieron a unos de estos hermanos míos más
pequeños, a mí me lo hicieron."
Palabra
del Señor.
Santa Isabel de Hungría. La que acabó de morir para la tierra.
Hija del rey de Hungría,
nació en 1207 y fue dada en matrimonio a Luis Landgrave de Turingia. Por ello,
desde muy temprana edad sus padres la enviaron al castillo de Wartburg para que
se educase en la corte de Turingia con el que sería su esposo. Allí tuvo que
soportar incomprensiones por su bondad.
Su prometido, cada vez
que pasaba por la ciudad, le compraba algo a la Santa y se lo entregaba muy
respetuosamente. Más adelante el joven
heredó la “dignidad” de Landgrave y se casó con Santa Isabel. Dios les concedió
tres hijos.
Luis no ponía impedimento
para las obras de caridad de la Santa, pero por las noches, cuando ella se
levantaba a orar, su esposo le agarraba la mano con miedo a que tantos
sacrificios le hagan daño y le suplicaba que volviera a descansar.
Por un tiempo, el hambre
se hizo sentir en esas tierras y Santa Isabel se gastó su dinero ayudando a los
pobres y el grano que estaba reservado para su casa. Esto le valió grandes
críticas. Como el castillo quedaba sobre una colina, construyó un hospital al
pie del monte para dar de comer a los inválidos con sus propias manos, y pagaba
la educación de los niños pobres, especialmente de los huérfanos.
Luis murió en una de las
cruzadas, víctima de la peste, y Santa Isabel sufrió mucho. Luego su cuñado se
apoderó del gobierno y ella tuvo que mudarse. Más adelante, cuando sus hijos
tenían todo lo necesario, tomaría el hábito de la tercera orden de San
Francisco.
Su sacerdote confesor la
sometió a grandes sacrificios como el despedir a sus criados que más quería.
Hilaba o cargaba lana, ayudaba a los enfermos, vivía austeramente y trabajaba
sin descanso. Partió a la Casa del Padre al anochecer al 17 de noviembre de
1231.
Se dice que el mismo día
de su muerte, un hermano lego se había destrozado un brazo en un accidente y
sufría en cama con los dolores. En eso se le apareció Santa Isabel con vestidos
radiantes y el hermano le preguntó el porqué estaba tan hermosamente vestida. A
lo que ella respondió: “es que voy para la gloria. Acabo de morir para la tierra. Estire su brazo ya que ha quedado
curado”.
Dos días después del
entierro llegó un monje cisterciense al sepulcro de Santa Isabel y se arrodilló
para pedirle a la Santa que intercediera para curarse de un terrible dolor de corazón. De un
momento a otro quedó completamente curado de su enfermedad.
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