miércoles, 8 de noviembre de 2017

Beato Juan Duns Escoto. 8 de noviembre


Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 13-14; 2,1-13

Querido hermano:

Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano.
Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.
Saca fuerzas de la gracia de Cristo Jesús, y lo que me oíste decir, garantizado por muchos testigos, confíalo a hombres fieles, capaces, a su vez, de enseñar a otros. Toma parte en los trabajos como buen soldado de Cristo Jesús.
Palabra de Dios.

Salmo responsorial 33 (34)

R. Bendigo al Señor en todo momento.

Bendigo al Señor en todo momento,
no cesará mi boca de alabarlo.
Mi alma se gloría en el Señor:
que lo oigan los humildes y se alegren . R.

Engrandezcan conmigo al Señor
y ensalcemos a una su nombre.
Busqué al Señor y me dio una respuesta
y me libró de todos mis temores. R.

Mírenlo a él y serán iluminados
y no tendrán más cara de frustrados.
Este pobre gritó y el Señor lo escuchó,
y lo salvó de todas sus angustias. R.

El ángel del Señor hace sus rondas
junto a los que le temen y los guarda.
Gusten y vean cuán bueno es el Señor
¡dichoso aquel que busca en él asilo! R.

Teme al Señor, pueblo de los santos,
pues nada les falta a los que le temen.
Los ricos se han quedado pobres y con hambre,
pero a los que buscan al Señor nada les falta. R.

Aleluya

Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra.
Porque has revelado los secretos del Reino a la gente sencilla.

Ustedes son la luz del mundo

+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,13-16

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así su luz a los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor.

Extracto del artículo de Alfonso Pompei, OfmConv.
Giovanni Duns Scoto e l'Immacolata Concepzione
Revista: Commentarium OFMConv, Roma, 102 (2005), 130-150
Traducción: Fr. Tomás Gálvez

El Beato Juan Duns Escoto, Doctor Sutil y Mariano, sigue siendo en la historia de la mariología el gran teólogo medieval que, oponiéndose a la opinión normalmente mantenida por sus contemporáneos, fue el primero en demostrar no sólo la posibilidad teológica de la "Concepción inmaculada de María, sino que, además, aportó razones válidas de conveniencia para defender en María la efectiva y total exención de pecado original querida por Dios en previsión de los méritos redentores de su hijo Jesús. Por tanto, históricamente hablando, fue decisivo el influjo de Escoto a favor de la progresiva concreción y difusión de esta doctrina en la Iglesia y para el triunfo dogmático de este privilegio mariano en 1854, por obra de Pío IX. Hoy todos admiten la actualidad de sus argumentos teológicos a favor del dogma de la Inmaculada Concepción.

Para los teólogos de la escuela franciscana, la Encarnación del Verbo es la "obra máxima, la obra maestra absoluta de la Santísima Trinidad" (summum opus Trinitatis). Dios la quiso por sí misma, por su intrínseca bondad suma; es decir, la quiso de manera absoluta, sin estar condicionada al probable pecado de Adán. En ese sentido -sostienen los seguidores de Escoto- Aunque Adán no hubiese pecado, el Verbo Divino se habría encarnado. La Santísima Trinidad, efectivamente, al decretar la difusión de su Amor fuera de sí mediante la creación, ha querido, ante todo, la Encarnación del Hijo, y todo el resto de la creación lo ha querido porque ha querido la Encarnación. Y -añaden los franciscanos- con el mismo e idéntico decreto con el que ha querido incondicionalmente la Encarnación del Hijo, ha querido también a Aquella que debía ser la Madre del Verbo Encarnado. Dicho con otras palabras: Dios ha querido a la criatura sumamente amada por él, María, antes y más que a cualquier otro ser creado; la ha querido en el instante mismo en que ha querido la Encarnación del Verbo; la ha querido porque ha querido al Verbo Encarnado y, por tanto, la ha querido también independientemente del probable pecado de Adán.
Pero ahora, después del pecado original y la consiguiente decadencia moral que arrastra como una avalancha a todo el género humano a través de los siglos, el Verbo Encarnado es también, de hecho, el Redentor de todos los hijos de Adán. Pero María -sostiene Escoto-, aún siendo hija de Adán y Eva pecadores, no obstante, habiendo sido elegida y querida por Dios como Madre del Verbo Encarnado, no fue redimida simplemente como los demás seres humanos, sino que, por voluntad divina, fue redimida perfectísimamente. De hecho, fue sumamente conveniente que, en cuanto Madre de Dios, desde el primer instante de su existencia en el seno materno fuese llenada de gracia santificante, es decir, fuese preservada totalmente del pecado original, en previsión de los méritos redentores del Hijo. Ahora bien, como veremos, para Escoto es sumamente conveniente que esta perfectísima redención de María en virtud de los méritos del Hijo redentor, consista en su Concepción Inmaculada, o sea, en su total preservación de la contradicción del pecado original desde el primer instante de existencia de su alma bendita.
Como se verá, pues, la divina maternidad de María no es sólo la clave del misterio de Cristo y su corolario, sino que es también la matriz de toda la existencia santísima de María desde su concepción hasta su gloriosa asunción al cielo. De hecho, esta maternidad divina, definida dogmáticamente por el Concilio de Nicea (en el 325 d.C.), implica todos los demás gloriosos títulos marianos que, a partir de tal maternidad divina, han sido concretados y desarrollados por la tradición post-nicena a través de los siglos. Como es sabido, de esta maternidad divina deriva también la presencia en Francisco y en sus hijos (teólogos y no teólogos) de ciertos títulos reservados a María y especialmente amados por la espiritualidad franciscana: señora y reina, abogada y madre espiritual de los creyentes, mediadora de las gracias merecidas para nosotros por Cristo y por su compañera en la redención, y, por tanto, "Virgen hecha Iglesia". Estas mismas consideraciones teológicas explican también la profunda contemplación y reflexión teológica del Doctor Seráfico san Buenaventura, a propósito de la excelsa santidad y pureza de María que, con las debidas diferencias, él pone en un cierto paralelismo con la santidad misma de Cristo. Escoto, a su vez, como ahora veremos, tomará impulso precisamente de esta consideración de la santidad y pureza de la Madre de Dios y de los hombres para formular sus argumentos teológicos a favor de su Inmaculada Concepción. A decir suyo, en efecto, este privilegio singular reservado a María se explica fundamentalmente como privilegiada y perfectísima redención de la Madre por parte del Hijo Redentor.

¿En qué sentido, pues, podemos afirmar que Escoto fue el primero en elaborar una doctrina favorable a la Inmaculada Concepción que, obviamente, no sin dificultades iniciales (de las que hablaremos en estas páginas), fue acogida cada vez más explícitamente por la Iglesia en base a sus argumentos? Tratándose de una cuestión histórico-teológica, la respuesta tendrá que tener en cuenta, en primer lugar, de las resistencias que se oponían a este privilegio mariano, en especial por parte de los teólogos de los siglos IX-XII, cuyas resistencias fueron también adoptadas, comúnmente, por los escolásticos del siglo XIII (hasta los tiempos de Escoto)...alabra del Señor.



CONFERENCIA DE LOS MINISTROS GENERALES DE LA PRIMERAORDEN FRANCISCANA Y DE LA TOR

JUAN DUNS ESCOTO: GENIALIDAD Y AUDACIA

A todos los franciscanos y a las franciscanas
en la clausura del VII Centenario
de la muerte del Beato Juan Duns Escoto

Estimados Hermanos y Hermanas, en ocasión de la conclusión de la celebración del VII Centenario de la muerte del Beato Juan Duns Escoto (1308-2008), después de tantas iniciativas culturales, científicas y celebraciones como se han desarrollado en todo el mundo, también nosotros los Ministros generales de la Primera Orden y de la TOR hemos retenido oportuno dirigiros esta carta. Con ella deseamos únicamente suscitar en todos los franciscanos y simpatizantes del franciscanismo el deseo de hacer memoria de la eminente personalidad  del Doctor  Sutil  y  Mariano y  de  profundizar  el  conocimiento  de  su  fecundo pensamiento filosófico-teológico. Franciscano santo y maestro audaz, original  y creador de cultura como  respuesta  a  los  desafíos  de  su  tiempo.  Como  fiel  hijo  de  S.  Francisco  logró  encarnar  el evangelio y estar atento a las realidades socio-culturales de su época, de la que nunca desertó y a las que trató de dar respuesta desde los presupuestos filosófico-teológicos de entonces.
Gracias a las investigaciones y a los serios estudios de los últimos tiempos, se han destruido los  prejuicios  de  oscuridad  que  se  tenían  del  lenguaje  escotista  y  la  idea  de  una  sutileza  de pensamiento  que  tendía  hacia  la  abstracción  última.  Como  ha  demostrado  el  P.  E.  Longpré1,  la sutileza  escotista es  exigencia  de  rigor  intelectual,  puesta  al  servicio  del  primado  de  la  caridad,  la sublime  virtud  en  la  praxis  cristiana  y  cotidiana.  Toda  la  fuerza  y  penetración  especulativa escotistas  están  al  servicio  de  una  intención  práctica:  Dios,  Jesucristo,  el  hombre,  la  iglesia,  la creación, orientar al ser humano y evitar que se descarríe en el amor: errare in amando.
Escoto está a favor de una praxis, pero no de un evangelismo impaciente y superficial, que tiene alergia a la especulación y al pensamiento profundo y meditativo. «En este tiempo –según P. Vignaux –en  el  que  muchos  creyentes  exigen  una  Iglesia  profética,  la subtilitas escotista  invita  a recordar una gran afirmación de Karl Barth, en el primer volumen de su Dogmática: “El miedo a la Escolástica  es  la  característica  de  los  falsos  profetas.  El  verdadero  profeta  acepta  someter  su mensaje a esta prueba como a las demás”»2.
Del  rico  y  fecundo  patrimonio  escotista  nos  limitamos  indicar  aquí  algunos  puntos  para intentar responder a los problemas más urgentes de nuestro tiempo.

El Dios según Escoto y el ateísmo actual

Escoto, en la elaboración de su teología natural, parte de dos principios bíblicos: «Yo soy el que  soy»  (Éx.  3,  14)  y  «Dios  es  amor»  (1Jn  4,  16),  para  llegar  a  aquel  que  es  «Verdad  infinita  y bondad infinita»3. La existencia y la esencia de Dios son clarificadas por la teología, pero al mismo tiempo  la  metafísica  las  considera  como  su  objeto  más  eminente.  Dos  saberes  se  corresponden:  el orden humano de lo divino (teología metafísica) y el orden divino de lo humano (teología revelada), como  se  expresa  al  inicio  del Primo  Principio:  «Tú,  que  conoces  la  capacidad  del  entendimiento humano respecto de ti, se lo diste a conocer respondiendo: yo soy el que soy»4.
Entre  todos  los nombres  divinos, el  más  propio  es  el  de El  que  es,  pues  ello  expresa  «un cierto océano de sustancia infinita»5, «el océano de toda perfección» 6 y «el amor por esencia»7. En el  ser  infinito  se  encuentran  tres  primacías:  el  primer  eficiente,  el  primer  fin  de  todo  y  el  más eminente  en  perfección,  que  Escoto  trata  de  evidenciar  con  su  profundas  e  incomparables  pruebas de la existencia de Dios.
Escoto  presenta  la  infinitud  como  la  característica  más  propia  y  configuradora  de  Dios.  La infinitud  es  un  modo  de  ser  de  Dios  que  le  diferencia  radicalmente  de  todos  los  demás  seres.  El Doctor  Sutil  acentúa  sobremanera  la  infinitud  de  Dios.  Es  el  concepto  más  simple  de  cualquier atributo  divino  y  el  más  perfecto  porque  el  ser  infinito  incluye  virtualmente  el  amor  infinito,  la verdad  infinita  y  todas  las  demás  perfecciones  que  son  compatibles  con  la  infinitud.  Aunque  toda perfección de Dios es infinita, sin embargo, «tiene su perfección formal en la infinitud de la esencia como en su raíz y en su fundamento»8.
La  exaltación  del  infinito  se conecta  necesariamente  con  la  exaltación  del  hombre  sobre todas las criaturas finitas, que constituye una de las expresiones más características del humanismo cristiano. La reflexión escotista pone de relieve la espiritualidad del infinito e implica la crítica del panteísmo y del materialismo, en cualquiera de sus expresiones manifiestas o confusas.
Escoto propone la necesidad intelectual de profundizar en el concepto de  experiencia. Pero no  en  una  experiencia  cualquiera  (sensible,  científica,  intelectual),  sino  en  la  experiencia  de  lo necesario,  porque  sólo  este  tipo  de  experiencia  nos  lleva  a  la  experiencia  de  la  posibilidad  del  ser absoluto.
El Dios de Escoto, manifestado en el ejercicio intelectual de la idea de la posibilidad de los seres, personaliza en cada hombre la idea de Dios. Dios es cada hombre lo que el mismo hombre le permite  que  sea  y  según  las  propias  exigencias  de  búsqueda  y  de  encuentro.  Escoto  conoce  y reconoce  el  ocultamiento  y  el  silencio  de  Dios  en  el  hombre,  pero  no  porque  Dios  se  retire,  sino porque   el   hombre   mismo   se   retrae   a   las   exigencias   del   absoluto   y   a   los   imperativos   de ahondamiento en el propio entendimiento. La comprensión de Dios depende de la voluntad que urja o no al entendimiento para que profundice en sí y en la misma realidad de la vida.
Dios  no  está  más  allá,  sino  más  acá  como  fundamento  de  todo  lo  real  en  cuanto  posible. Dios  se  hace  incomprensible  cuando  se  abdica  del  entendimiento.  El  ateísmo  no  es  efecto  de  una agudeza  del  entendimiento  ni  resultado  de  la  profunda penetración  intelectual  en  el  mundo,  sino todo  lo  contrario:  es  una  irreflexión  y  una  desatención  intelectual  a  la  realidad.  Escoto  invita  al pensar  radical,  presentando  a  Dios  no  como  realidad-objeto  de  conocimiento,  sino  como  realidad-fundamento  de  la  existencia.  Dios  es  la  solución  del  problematicismo  de  la  existencia  humana  y mundana.
El   ocultamiento   o   el   silencio   de   Dios,   responsable   o   irresponsable,   consciente   o inconsciente,  es  una  consecuencia  de  que  ya  no  osamos  pensar  a  Dios  y  que  existe  esta  falta  de planteamiento  intelectual  de  ver  a  Dios  como  problema.  Al  final  de  la  historia  de  la  metafísica parece que Dios ha llegado a ser impensable. Pablo VI, en su Carta apostólica Alma parens(14-7-1966),  dice  que  «del  tesoro  intelectual  de  J.  Duns  Escoto se  pueden  tomar  armas  para  combatir  y alejar la nube negra del ateísmo que ofusca nuestra edad».

El cristocentrismo como visión mística del universo

El  beato  J.  Duns  Escoto  hacía  teología  por  exigencias  espirituales  y  científicas,  no  por simple prurito o curiosidad intelectual. Fiel discípulo de Francisco de Asís, se fijó de modo especial en el Jesús histórico, en su nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección, que lo asume en su vida de  fe  y  de  compromiso  religioso.  Y,  desde  esa  experiencia  vivida, hace  teología  y  trata  de  ofrecer una visión de Cristo dentro del plan salvador de Dios. La vida real e histórica de Jesús de Nazaret era  su  meditación  existencial  que  impulsaba  su  pensamiento  en  marcha  hacia  la  gran  visión  del cristocentrismo  como  postulado  teológico  para  una  comprensión  armónica  y  sinfónica  del  mundo, de la vida y de la historia.
El  Doctor  Sutil,  gran  atento  a  la  realidad  y  a  la  historia,  pone  de  relieve  la  humanidad  y radical  creaturalidad  de  Jesucristo,  su  ser  hombre,  sus  limitaciones  humanas,  su  realidad  histórica, sus  progresos  y  gradualidad  en  el  conocer.  «Se  dice  que,  de  este  modo,  Cristo,  por  vía  de  la experiencia,  aprendió  muchas  cosas,  es  decir,  por  conocimientos  intuitivos,  o  sea,  de  los  objetos conocidos  en  cuanto  a  su  experiencia  y  por  los  recuerdos  dejados  por  ellos»9.  Si  el  misterio trinitario  representa  la  suprema  unidad  en  la  vida  intravida  divina,  en  el  mundo  extradivino,  la máxima  unidad  está  constituida  por  la  unión  hipostática  de  las  dos  naturalezas  entrelazadas  en Cristo,  y  calificada por  el maestro  como  «la más  grande unión después de aquella de la Santísima Trinidad»10.
Si  Dios  es  amor  infinito,  quiere  ser  amado  libremente  por  otro  que  pueda  corresponder  a esas  exigencias  de  infinito.  Para  ello  prevé  quien  puede  hacerlo,  es  decir,  Cristo,  el  Verbo,  que asume la naturaleza humana y, en ella, a todos los hombres para que puedan participar de su gloria en el cielo. Y dado que ese hombre especial resume en sí a toda la creación, ésta concluye en Dios a través de Cristo11. Haciendo de Cristo la razón de todo lo creado, Escoto se alinea perfectamente en la perspectiva de S. Pablo (Col 1, 15-17).
El Doctor Sutil acentúa que Cristo es el centro primordial y de interés de la manifestación de la gloria divina ad extra. El cristocentrismo escotista sostiene y defiende que Cristo es el arquetipo y  el  paradigma  de  toda  la  creación.  Él  es  la  obra  suprema  de  la  creación,  en  la  que  Dios  puede espejearse adecuadamente y recibir de él la glorificación y el honor que se merece. Cristo es la cima de la pirámide cósmica como síntesis conclusiva y perfeccionadora de todo lo creado.
El  cristocentrismo  escotista  ofrece  una  visión  mística  del  universo.  El  mundo  se  presenta como  un  diáfano  sacramento  de  la  divinidad,  un  gran  altar  donde  se  celebra  la liturgia  de  la eucaristía  porque  en  ambas  está  la  gran  presencia  del  Cristo.  Esa  comunión  y  vinculación  entre  la liturgia  cósmica  y  la  eucarística  las  vivió  Francisco  de  Asís  en  perfecta  armonía,  transformada  en canto.  Pero  su  hijo  escocés  logró  transcribir  ese  misterio  crístico  en  una  maravillosa  página  de teología mística. El cosmos entero es un gran trasunto transparente de la divinidad, porque todo en él  es  presencialidad  de  su  autor  y  lenguaje  evocador.  Todo  el  universo  glorifica  a  Dios  porque tiende hacia  Él,  causa  eficiente  y  final  ciertamente,  pero,  sobre  todo,  porque  está  dotado  de  un impulso intrínseco que lo encamina hacia una meta convergente, al Cristo omega.

La persona humana como ensimismamiento y alteridad

A  Escoto  no  le  satisface  la  clásica  definición  de  Boecio  sobre  la  persona  en  cuanto «sustancia individual de naturaleza racional» y prefiere la de Ricardo de San Víctor quien presenta a  la  persona  como  «existencia  incomunicable  de  naturaleza  intelectual»12.  Para  el  Doctor  Sutil  la persona  se  caracteriza  como ultima  solitudo.  «La  personalidad  exige  la ultima  solitudo,  estar  libre de  cualquier  dependencia  real  o  derivada  del  ser  con  respecto  a  otra  persona»13. Una cierta incomunicabilidad va ligada a la  existencia humana. La independencia personal es  «lo más»14 que puede lograr para sí en su estado existencial y en su estadio itinerante. De este modo, la soledad es el profundo encuentro con uno mismo. La soledad no es vacío sino plenitud.
En  la  profundidad  más  íntima,  la  persona  humana  experimenta  y  vive  el  misterio  de  cada hombre,  de  todos  los  hombres,  y,  con  ellos,  se  comunica.  Por  eso,  puede  afirmarse  que  lo verdaderamente solitario es solidario, que la soledad es solidaridad. El yo, en su profunda soledad, es  siempre  solidaridad  de  un  tú,  de  un  nosotros.  Por  eso,  Escoto  no  se  contenta  con  subrayar  la categoría  aparentemente  negativa,  como  es  la  incomunicabilidad,  sino  que  acentúa  el  otro  aspecto claramente  positivo,  consistente  en  un  dinamismo  de  trascendencia,  en  una  relación  vinculante, pues  «la  esencia  y  la  relación  constituyen  la  persona»15.  La  persona,  pues,  es  estructuralmente relacional  y  vinculante  ya  que  está  óptica  y  constitutivamente  referida  y  abierta  a  Dios,  a  los hombres y al mundo.
El hombre escotista no se encierra en el solipsismo metafísico, tentación permanente de las filosofías  idealistas,  sino  que  aparece  claramente  como  apertura  y  relación,  como  ser  indigente  y vinculante.  El  hombre  escotista  lleva  en    gran  impulso  y  dinamismo  que  se  expresa  como inacabado deseo o como razón desiderativa. Y, por ello, en actitud siempre abierta.
La persona humana necesita descubrir la propia subjetividad  y profundizar en ella. Pero no puede encerrase en la subjetividad, sino que debe abrirse a la alteridad. Pertenencia y referencia son dos  categorías  existenciales  que  presuponen  la ultima  solitudo y  la  relación  trascendental.  Escoto, con  intuición  genial,  se  adelantó  a  la  filosofía  dialógica  que  tanta  importancia  tiene  en  las antropologías actuales.

El saber para bien vivir

El pensamiento escotista está muy lejos de ser un conjunto artificioso de sutilezas atrevidas, como  le  han  acusado  sus  adversarios,  sino  que  eminentemente  es  práctico,  en  cuanto  que  trata  de conocer y clarificar el fin último del hombre y proporcionar los medios adecuados para conseguirlo. Toda  su  especulación  filosófico-teológica  desemboca  en  una  actitud  existencial  y  en  un  orden práctico: una ética de la acción. Se trata de una moral del encuentro y de la existencia comunicativa.
Escoto  parte  del  principio  teológico de  que  el  amor  divino  ha  trascendido  lo  infinito  para vincularse  con  lo  finito.  Como  contrapartida  sólo  el  amor  humano  de  la  voluntad  libre  podrá trascender  lo  finito  vinculándose  con  lo  infinito.  Se  trata,  en  definitiva,  de  una  ética  de  amor.  El Doctor Sutil pensó profundamente porque amó en profundidad, pero con un amor concreto, como él mismo  lo  define:  «Se  ha  probado  que  el  amor  es  verdaderamente  praxis»16.  Desde  esta  praxis  se comprende  y se  explica  cómo el hombre debe actuar  y vivir  en su ser  y  estar en  el mundo  y  en la sociedad.
Es  práctico  todo  acto  que  proviene  del  querer  de  la  voluntad,  pero  con  la  condición  de conformarse  a  la  recta  razón.  Ello  implica  claramente  la  conformidad  de  la  voluntad  a  una  ley, dándose, de ese modo, una identidad entre lo práctico y lo normativo17. La voluntad es una potencia indeterminada  que  se  autodetermina  por    misma.  Sin  embargo,  la  libertad  no  es  arbitraria  ni irracional. De hecho, la voluntad es el vértice del entendimiento racional. La libertad se realiza en la autodeterminación de la voluntad natural  y racionalmente orientada hacia el bien. La acción buena es aquella que corresponde a un acto de la voluntad conforme a la recta razón.
La  voluntad  escotista  es  capaz  de  determinarse  por  encima  de  cualquier  interés  y de valorarla  en  una  ética  del  desinterés.  Escoto  ofrece  una  filosofía  de  la  libertad  al  interior  de  una teología  que  admite  la  posibilidad  natural  de  amar  a  Dios  por    mismo,  y  al  margen  de  toda motivación interesadamente egoísta.
El Doctor Sutil nos ofrece la espléndida articulación de un humanismo cristiano, en donde el saber está  al servicio del bien vivir  y del buen convivir, es decir, de una sociedad justa, pacífica  y fraterna.

Conclusión

Juan  Duns  Escoto,  hijo  fiel  y  seguidor  coherente  de  S.  Francisco,  ofrece  profundos, iluminadores   y   vitales   presupuestos   doctrinales   para   una   auténtica   y   robusta   espiritualidad franciscana,  como  lo  demuestra  claramente  su  bello  y  orientador  tratado  sobre  las  virtudes teologales, que él supo encarnar en la vida cotidiana con sencillez y gran humanidad.
El Doctor Sutil y Mariano entra de lleno en la rica corriente de la espiritualidad franciscana, en la que vive, se inspira y gesta su pensamiento filosófico-teológico. Lo mismo que el fundador de la familia franciscana, el beato Juan Duns Escoto ha conseguido sincronizar armónicamente vida y pensamiento, mística y trabajo, contemplación y acción, persona y comunidad, ser y hacer.
Escoto logró, con  gran humildad  y audacia, poner la sutileza de su pensamiento al servicio de la causa de Dios, del hombre y de la vida. Su grandiosa visión de la historia de la salvación, con su  dinamismo  de  perfección  y  de  consumación  en  el  Cristo  omega,  puede  ser  el  fundamento filosófico-teológico  para  elaborar  una  mística  cósmica,  una  ecología  planetaria  y  una  teología  del futuro.
Sus  amplias  perspectivas  antropológicas  y  cristológicas  ofrecen  al  hombre  actual  nuevos horizontes de pensamiento y de acción, criterios válidos para orientarse hacia el futuro esperanzador y comportamientos fraternos hacia el humanismo integral de rostro humano y civilizado.
Filósofo y teólogo, audaz y comprometido, que piensa, razona y actúa desde la problemática concreta de su época; pero, trascendiendo su propia circunstancia cultural, es aún vigente para poder afrontar con lucidez y sin complejos la permanente problemática humana.
El  pensamiento  escotista  está  expresado  en  clave  de  esperanza.  Mira  al  pasado  para aprender,  analiza  el  presente  para  actuar,  pero  espera  en  el  futuro  para  clarificar.  Con  expresión lapidaria y fecunda dice que «en el desarrollo de la historia humana crece siempre el conocimiento de  la  verdad»18.  Es  todo  un  postulado  para  la  interpretación  de  una  filosofía  de  la  cultura  como realidad haciéndose.
Si  san  Buenaventura  ha  sido  definido  como  «el  segundo  príncipe  de  la  escolástica»,  Duns Escoto  es  considerado  como  su  perfeccionador  y  el  representante  más  cualificado  de  la  escuela franciscana19. Esperamos  que  este  VII  centenario  de  la  muerte  del Doctor  Sutil y Mariano sea  un gran  revulsivo  en  los  centros  franciscanos  de  estudio  porque  su  mensaje  es  aún  futuro.  Si  Juan Pablo II, en su discurso en la catedral de Colonia (1980) lo definió como «torre espiritual de la fe», es  para  los  franciscanos  la  invitación  a  descubrir  un  pensamiento  fecundo  en el  diálogo  con  la cultura de nuestro tiempo.

Roma, 8 de noviembre 2008
Fiesta del Beato Juan Duns Escoto

Fr. José Rodríguez Carballo, OFM,  Ministro general. Presidente de turno
Fr. Marco Tasca, OFM Conv Ministro general
Fr. Mauro Jöhri, OFMCap Ministro general
Fr. Michael Higgins, TOR Ministro general

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