Guarda este precioso depósito con la ayuda del Espíritu Santo
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 13-14; 2,1-13
Querido hermano:
Ten delante la visión que yo te di con mis palabras sensatas, y vive con fe y amor cristiano.
Guarda este tesoro con la ayuda del Espíritu Santo, que habita en nosotros.
Saca fuerzas de la gracia de Cristo Jesús, y lo que me oíste decir, garantizado por muchos testigos, confíalo a hombres fieles, capaces, a su vez, de enseñar a otros. Toma parte en los trabajos como buen soldado de Cristo Jesús.
Palabra de Dios.
Salmo responsorial 33 (34)
R. Bendigo al Señor en todo momento.
Bendigo al Señor en
todo momento,
no cesará mi boca de
alabarlo.
Mi alma se gloría en el
Señor:
que lo oigan los humildes
y se alegren . R.
Engrandezcan conmigo al
Señor
y ensalcemos a una su
nombre.
Busqué al Señor y me dio
una respuesta
y me libró de todos mis
temores. R.
Mírenlo a él y serán
iluminados
y no tendrán más cara de
frustrados.
Este pobre gritó y el
Señor lo escuchó,
y lo salvó de todas sus
angustias. R.
El ángel del Señor hace
sus rondas
junto a los que le temen
y los guarda.
Gusten y vean cuán bueno
es el Señor
¡dichoso aquel que busca
en él asilo! R.
Teme al Señor, pueblo de
los santos,
pues nada les falta a los
que le temen.
Los ricos se han quedado
pobres y con hambre,
pero a los que buscan al
Señor nada les falta. R.
Aleluya
Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra.
Porque has revelado los secretos del Reino a la gente sencilla.
Ustedes son la luz del mundo
+ Lectura del santo evangelio según san Mateo 5,13-16
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Alumbre así su luz a los hombres, para que vean sus buenas obras y den gloria a su Padre que está en el cielo.
Palabra del Señor.
Extracto del
artículo de Alfonso Pompei, OfmConv.
Giovanni Duns
Scoto e l'Immacolata Concepzione
Revista:
Commentarium OFMConv, Roma, 102 (2005), 130-150
Traducción: Fr.
Tomás Gálvez
El Beato Juan Duns
Escoto, Doctor Sutil y Mariano, sigue siendo en la historia de la mariología el
gran teólogo medieval que, oponiéndose a la opinión normalmente mantenida por
sus contemporáneos, fue el primero en demostrar no sólo la posibilidad teológica
de la "Concepción inmaculada de María, sino que, además, aportó razones
válidas de conveniencia para defender en María la efectiva y total exención de
pecado original querida por Dios en previsión de los méritos redentores de su
hijo Jesús. Por tanto, históricamente hablando, fue decisivo el influjo de
Escoto a favor de la progresiva concreción y difusión de esta doctrina en la
Iglesia y para el triunfo dogmático de este privilegio mariano en 1854, por
obra de Pío IX. Hoy todos admiten la actualidad de sus argumentos teológicos a
favor del dogma de la Inmaculada Concepción.
Para los teólogos de la
escuela franciscana, la Encarnación del Verbo es la "obra máxima, la obra
maestra absoluta de la Santísima Trinidad" (summum opus Trinitatis). Dios
la quiso por sí misma, por su intrínseca bondad suma; es decir, la quiso de
manera absoluta, sin estar condicionada al probable pecado de Adán. En ese
sentido -sostienen los seguidores de Escoto- Aunque Adán no hubiese pecado, el
Verbo Divino se habría encarnado. La Santísima Trinidad, efectivamente, al
decretar la difusión de su Amor fuera de sí mediante la creación, ha querido,
ante todo, la Encarnación del Hijo, y todo el resto de la creación lo ha
querido porque ha querido la Encarnación. Y -añaden los franciscanos- con el
mismo e idéntico decreto con el que ha querido incondicionalmente la
Encarnación del Hijo, ha querido también a Aquella que debía ser la Madre del
Verbo Encarnado. Dicho con otras palabras: Dios ha querido a la criatura
sumamente amada por él, María, antes y más que a cualquier otro ser creado; la
ha querido en el instante mismo en que ha querido la Encarnación del Verbo; la
ha querido porque ha querido al Verbo Encarnado y, por tanto, la ha querido
también independientemente del probable pecado de Adán.
Pero ahora, después del
pecado original y la consiguiente decadencia moral que arrastra como una
avalancha a todo el género humano a través de los siglos, el Verbo Encarnado es
también, de hecho, el Redentor de todos los hijos de Adán. Pero María -sostiene
Escoto-, aún siendo hija de Adán y Eva pecadores, no obstante, habiendo sido
elegida y querida por Dios como Madre del Verbo Encarnado, no fue redimida
simplemente como los demás seres humanos, sino que, por voluntad divina, fue
redimida perfectísimamente. De hecho, fue sumamente conveniente que, en cuanto
Madre de Dios, desde el primer instante de su existencia en el seno materno
fuese llenada de gracia santificante, es decir, fuese preservada totalmente del
pecado original, en previsión de los méritos redentores del Hijo. Ahora bien,
como veremos, para Escoto es sumamente conveniente que esta perfectísima
redención de María en virtud de los méritos del Hijo redentor, consista en su
Concepción Inmaculada, o sea, en su total preservación de la contradicción del
pecado original desde el primer instante de existencia de su alma bendita.
Como se verá, pues, la
divina maternidad de María no es sólo la clave del misterio de Cristo y su
corolario, sino que es también la matriz de toda la existencia santísima de
María desde su concepción hasta su gloriosa asunción al cielo. De hecho, esta
maternidad divina, definida dogmáticamente por el Concilio de Nicea (en el 325
d.C.), implica todos los demás gloriosos títulos marianos que, a partir de tal
maternidad divina, han sido concretados y desarrollados por la tradición
post-nicena a través de los siglos. Como es sabido, de esta maternidad divina
deriva también la presencia en Francisco y en sus hijos (teólogos y no
teólogos) de ciertos títulos reservados a María y especialmente amados por la
espiritualidad franciscana: señora y reina, abogada y madre espiritual de los
creyentes, mediadora de las gracias merecidas para nosotros por Cristo y por su
compañera en la redención, y, por tanto, "Virgen hecha Iglesia". Estas
mismas consideraciones teológicas explican también la profunda contemplación y
reflexión teológica del Doctor Seráfico san Buenaventura, a propósito de la
excelsa santidad y pureza de María que, con las debidas diferencias, él pone en
un cierto paralelismo con la santidad misma de Cristo. Escoto, a su vez, como
ahora veremos, tomará impulso precisamente de esta consideración de la santidad
y pureza de la Madre de Dios y de los hombres para formular sus argumentos
teológicos a favor de su Inmaculada Concepción. A decir suyo, en efecto, este
privilegio singular reservado a María se explica fundamentalmente como
privilegiada y perfectísima redención de la Madre por parte del Hijo Redentor.
¿En qué sentido, pues,
podemos afirmar que Escoto fue el primero en elaborar una doctrina favorable a
la Inmaculada Concepción que, obviamente, no sin dificultades iniciales (de las
que hablaremos en estas páginas), fue acogida cada vez más explícitamente por
la Iglesia en base a sus argumentos? Tratándose de una cuestión
histórico-teológica, la respuesta tendrá que tener en cuenta, en primer lugar,
de las resistencias que se oponían a este privilegio mariano, en especial por
parte de los teólogos de los siglos IX-XII, cuyas resistencias fueron también
adoptadas, comúnmente, por los escolásticos del siglo XIII (hasta los tiempos
de Escoto)...alabra del Señor.
CONFERENCIA
DE LOS MINISTROS GENERALES DE LA PRIMERAORDEN FRANCISCANA Y DE LA TOR
JUAN
DUNS ESCOTO: GENIALIDAD Y AUDACIA
A
todos los franciscanos y a las franciscanas
en
la clausura del VII Centenario
de
la muerte del Beato Juan Duns Escoto
Estimados Hermanos y
Hermanas, en ocasión de la conclusión de la celebración del VII Centenario de
la muerte del Beato Juan Duns Escoto (1308-2008), después de tantas iniciativas
culturales, científicas y celebraciones como se han desarrollado en todo el
mundo, también nosotros los Ministros generales de la Primera Orden y de la TOR
hemos retenido oportuno dirigiros esta carta. Con ella deseamos únicamente
suscitar en todos los franciscanos y simpatizantes del franciscanismo el deseo
de hacer memoria de la eminente personalidad
del Doctor Sutil y
Mariano y de profundizar
el conocimiento de
su fecundo pensamiento
filosófico-teológico. Franciscano santo y maestro audaz, original y creador de cultura como respuesta
a los desafíos
de su tiempo.
Como fiel hijo
de S. Francisco
logró encarnar el evangelio y estar atento a las realidades
socio-culturales de su época, de la que nunca desertó y a las que trató de dar
respuesta desde los presupuestos filosófico-teológicos de entonces.
Gracias a las
investigaciones y a los serios estudios de los últimos tiempos, se han
destruido los prejuicios de
oscuridad que se
tenían del lenguaje
escotista y la
idea de una sutileza de pensamiento que tendía hacia
la abstracción última.
Como ha demostrado
el P. E.
Longpré1, la sutileza escotista es
exigencia de rigor
intelectual, puesta al
servicio del primado
de la caridad,
la sublime virtud en la praxis
cristiana y cotidiana.
Toda la fuerza
y penetración especulativa escotistas están
al servicio de
una intención práctica:
Dios, Jesucristo, el
hombre, la iglesia,
la creación, orientar al ser humano y evitar que se descarríe en el
amor: errare in amando.
Escoto está a favor de
una praxis, pero no de un evangelismo impaciente y superficial, que tiene
alergia a la especulación y al pensamiento profundo y meditativo. «En este
tiempo –según P. Vignaux –en el que
muchos creyentes exigen
una Iglesia profética,
la subtilitas escotista
invita a recordar una gran
afirmación de Karl Barth, en el primer volumen de su Dogmática: “El miedo a la Escolástica es
la característica de los falsos
profetas. El verdadero
profeta acepta someter
su mensaje a esta prueba como a las demás”»2.
Del rico
y fecundo patrimonio
escotista nos limitamos
indicar aquí algunos
puntos para intentar responder a
los problemas más urgentes de nuestro tiempo.
El
Dios según Escoto y el ateísmo actual
Escoto, en la elaboración
de su teología natural, parte de dos principios bíblicos: «Yo soy el que soy»
(Éx. 3, 14)
y «Dios es
amor» (1Jn 4,
16), para llegar
a aquel que
es «Verdad infinita
y bondad infinita»3. La existencia y la esencia de Dios son clarificadas
por la teología, pero al mismo tiempo
la metafísica las
considera como su
objeto más eminente.
Dos saberes se
corresponden: el orden humano de
lo divino (teología metafísica) y el orden divino de lo humano (teología
revelada), como se expresa
al inicio del Primo
Principio: «Tú, que
conoces la capacidad
del entendimiento humano respecto
de ti, se lo diste a conocer respondiendo: yo soy el que soy»4.
Entre todos
los nombres divinos, el más
propio es el de
El que
es, pues ello
expresa «un cierto océano de
sustancia infinita»5, «el océano de toda perfección» 6 y «el amor por
esencia»7. En el ser infinito
se encuentran tres
primacías: el primer
eficiente, el primer
fin de todo
y el más eminente
en perfección, que
Escoto trata de
evidenciar con su
profundas e incomparables
pruebas de la existencia de Dios.
Escoto presenta
la infinitud como
la característica más propia y
configuradora de Dios.
La infinitud es un
modo de ser de Dios
que le diferencia
radicalmente de todos
los demás seres.
El Doctor Sutil acentúa
sobremanera la infinitud
de Dios. Es
el concepto más
simple de cualquier atributo divino
y el más
perfecto porque el
ser infinito incluye
virtualmente el amor
infinito, la verdad infinita
y todas las
demás perfecciones que
son compatibles con la infinitud.
Aunque toda perfección de Dios es
infinita, sin embargo, «tiene su perfección formal en la infinitud de la
esencia como en su raíz y en su fundamento»8.
La exaltación
del infinito se conecta
necesariamente con la
exaltación del hombre
sobre todas las criaturas finitas, que constituye una de las expresiones
más características del humanismo cristiano. La reflexión escotista pone de
relieve la espiritualidad del infinito e implica la crítica del panteísmo y del
materialismo, en cualquiera de sus expresiones manifiestas o confusas.
Escoto propone la
necesidad intelectual de profundizar en el concepto de experiencia. Pero no en
una experiencia cualquiera
(sensible, científica, intelectual),
sino en la
experiencia de lo necesario,
porque sólo este
tipo de experiencia
nos lleva a
la experiencia de
la posibilidad del
ser absoluto.
El Dios de Escoto,
manifestado en el ejercicio intelectual de la idea de la posibilidad de los
seres, personaliza en cada hombre la idea de Dios. Dios es cada hombre lo que
el mismo hombre le permite que sea
y según las
propias exigencias de
búsqueda y de
encuentro. Escoto conoce
y reconoce el ocultamiento
y el silencio
de Dios en
el hombre, pero
no porque Dios
se retire, sino porque
el hombre mismo
se retrae a
las exigencias del
absoluto y a
los imperativos de ahondamiento en el propio entendimiento.
La comprensión de Dios depende de la voluntad que urja o no al entendimiento
para que profundice en sí y en la misma realidad de la vida.
Dios no
está más allá,
sino más acá
como fundamento de
todo lo real
en cuanto posible. Dios
se hace incomprensible cuando
se abdica del
entendimiento. El ateísmo
no es efecto
de una agudeza del
entendimiento ni resultado
de la profunda penetración intelectual
en el mundo,
sino todo lo contrario:
es una irreflexión
y una desatención
intelectual a la
realidad. Escoto invita
al pensar radical, presentando
a Dios no
como realidad-objeto de
conocimiento, sino como
realidad-fundamento de la
existencia. Dios es
la solución del
problematicismo de la
existencia humana y mundana.
El ocultamiento o
el silencio de
Dios, responsable o
irresponsable, consciente o inconsciente, es
una consecuencia de
que ya no
osamos pensar a
Dios y que
existe esta falta
de planteamiento intelectual de
ver a Dios
como problema. Al
final de la
historia de la
metafísica parece que Dios ha llegado a ser impensable. Pablo VI, en su Carta
apostólica Alma parens(14-7-1966),
dice que «del
tesoro intelectual de J. Duns
Escoto se pueden tomar
armas para combatir
y alejar la nube negra del ateísmo que ofusca nuestra edad».
El
cristocentrismo como visión mística del universo
El beato
J. Duns Escoto
hacía teología por
exigencias espirituales y
científicas, no por simple prurito o curiosidad intelectual.
Fiel discípulo de Francisco de Asís, se fijó de modo especial en el Jesús
histórico, en su nacimiento, vida, pasión, muerte y resurrección, que lo asume
en su vida de fe y
de compromiso religioso. Y,
desde esa experiencia
vivida, hace teología y
trata de ofrecer una visión de Cristo dentro del plan
salvador de Dios. La vida real e histórica de Jesús de Nazaret era su
meditación existencial que
impulsaba su pensamiento
en marcha hacia
la gran visión
del cristocentrismo como postulado
teológico para una
comprensión armónica y
sinfónica del mundo, de la vida y de la historia.
El Doctor
Sutil, gran atento
a la realidad
y a la historia, pone
de relieve la humanidad y radical
creaturalidad de Jesucristo,
su ser hombre,
sus limitaciones humanas,
su realidad histórica, sus progresos
y gradualidad en
el conocer. «Se
dice que, de
este modo, Cristo,
por vía de la
experiencia, aprendió muchas
cosas, es decir,
por conocimientos intuitivos,
o sea, de
los objetos conocidos en
cuanto a su
experiencia y por
los recuerdos dejados
por ellos»9. Si el misterio trinitario representa
la suprema unidad
en la vida intravida
divina, en el
mundo extradivino, la máxima
unidad está constituida
por la unión
hipostática de las
dos naturalezas entrelazadas
en Cristo, y calificada por el maestro
como «la más grande unión después de aquella de la Santísima
Trinidad»10.
Si Dios
es amor infinito,
quiere ser amado
libremente por otro
que pueda corresponder
a esas exigencias de
infinito. Para ello
prevé quien puede
hacerlo, es decir,
Cristo, el Verbo,
que asume la naturaleza humana y, en ella, a todos los hombres para que
puedan participar de su gloria en el cielo. Y dado que ese hombre especial
resume en sí a toda la creación, ésta concluye en Dios a través de Cristo11.
Haciendo de Cristo la razón de todo lo creado, Escoto se alinea perfectamente
en la perspectiva de S. Pablo (Col 1, 15-17).
El Doctor Sutil acentúa
que Cristo es el centro primordial y de interés de la manifestación de la
gloria divina ad extra. El cristocentrismo escotista sostiene y defiende que
Cristo es el arquetipo y el paradigma
de toda la
creación. Él es
la obra suprema
de la creación,
en la que
Dios puede espejearse
adecuadamente y recibir de él la glorificación y el honor que se merece. Cristo
es la cima de la pirámide cósmica como síntesis conclusiva y perfeccionadora de
todo lo creado.
El cristocentrismo escotista
ofrece una visión
mística del universo.
El mundo se
presenta como un diáfano
sacramento de la
divinidad, un gran
altar donde se
celebra la liturgia de la
eucaristía porque en
ambas está la
gran presencia del
Cristo. Esa comunión
y vinculación entre
la liturgia cósmica y
la eucarística las
vivió Francisco de
Asís en perfecta
armonía, transformada en canto.
Pero su hijo escocés logró
transcribir ese misterio
crístico en una
maravillosa página de teología mística. El cosmos entero es un
gran trasunto transparente de la divinidad, porque todo en él es
presencialidad de su
autor y lenguaje
evocador. Todo el
universo glorifica a
Dios porque tiende hacia Él,
causa eficiente y
final ciertamente, pero,
sobre todo, porque
está dotado de un
impulso intrínseco que lo encamina hacia una meta convergente, al Cristo omega.
La
persona humana como ensimismamiento y alteridad
A Escoto
no le satisface
la clásica definición
de Boecio sobre
la persona en
cuanto «sustancia individual de naturaleza racional» y prefiere la de
Ricardo de San Víctor quien presenta a
la persona como
«existencia incomunicable de
naturaleza intelectual»12. Para
el Doctor Sutil
la persona se caracteriza
como ultima solitudo. «La
personalidad exige la ultima
solitudo, estar libre de
cualquier dependencia real
o derivada del
ser con respecto
a otra persona»13. Una cierta incomunicabilidad va
ligada a la existencia humana. La
independencia personal es «lo más»14 que
puede lograr para sí en su estado existencial y en su estadio itinerante. De
este modo, la soledad es el profundo encuentro con uno mismo. La soledad no es
vacío sino plenitud.
En la
profundidad más íntima,
la persona humana
experimenta y vive
el misterio de
cada hombre, de todos
los hombres, y,
con ellos, se
comunica. Por eso,
puede afirmarse que lo
verdaderamente solitario es solidario, que la soledad es solidaridad. El yo, en
su profunda soledad, es siempre solidaridad
de un tú,
de un nosotros.
Por eso, Escoto
no se contenta
con subrayar la categoría
aparentemente negativa, como
es la incomunicabilidad, sino
que acentúa el
otro aspecto claramente positivo,
consistente en un
dinamismo de trascendencia, en
una relación vinculante, pues «la
esencia y la
relación constituyen la
persona»15. La persona,
pues, es estructuralmente relacional y
vinculante ya que
está óptica y
constitutivamente referida y
abierta a Dios,
a los hombres y al mundo.
El hombre escotista no se
encierra en el solipsismo metafísico, tentación permanente de las
filosofías idealistas, sino
que aparece claramente
como apertura y
relación, como ser
indigente y vinculante. El
hombre escotista lleva
en sí gran
impulso y dinamismo
que se expresa
como inacabado deseo o como razón desiderativa. Y, por ello, en actitud
siempre abierta.
La persona humana
necesita descubrir la propia subjetividad
y profundizar en ella. Pero no puede encerrase en la subjetividad, sino
que debe abrirse a la alteridad. Pertenencia y referencia son dos categorías
existenciales que presuponen
la ultima solitudo y la
relación trascendental. Escoto, con
intuición genial, se
adelantó a la
filosofía dialógica que
tanta importancia tiene
en las antropologías actuales.
El
saber para bien vivir
El pensamiento escotista
está muy lejos de ser un conjunto artificioso de sutilezas atrevidas, como le
han acusado sus
adversarios, sino que
eminentemente es práctico,
en cuanto que
trata de conocer y clarificar el
fin último del hombre y proporcionar los medios adecuados para conseguirlo.
Toda su
especulación
filosófico-teológica
desemboca en una
actitud existencial y
en un orden práctico: una ética de la acción. Se
trata de una moral del encuentro y de la existencia comunicativa.
Escoto parte
del principio teológico de
que el amor
divino ha trascendido
lo infinito para vincularse con
lo finito. Como
contrapartida sólo el
amor humano de
la voluntad libre
podrá trascender lo finito
vinculándose con lo
infinito. Se trata,
en definitiva, de
una ética de
amor. El Doctor Sutil pensó
profundamente porque amó en profundidad, pero con un amor concreto, como él
mismo lo
define: «Se ha
probado que el
amor es verdaderamente praxis»16.
Desde esta praxis
se comprende y se explica
cómo el hombre debe actuar y
vivir en su ser y
estar en el mundo y en
la sociedad.
Es práctico
todo acto que
proviene del querer
de la voluntad,
pero con la
condición de conformarse a
la recta razón.
Ello implica claramente
la conformidad de la voluntad
a una ley, dándose, de ese modo, una identidad
entre lo práctico y lo normativo17. La voluntad es una potencia
indeterminada que se
autodetermina por sí
misma. Sin embargo,
la libertad no
es arbitraria ni irracional. De hecho, la voluntad es el
vértice del entendimiento racional. La libertad se realiza en la
autodeterminación de la voluntad natural
y racionalmente orientada hacia el bien. La acción buena es aquella que
corresponde a un acto de la voluntad conforme a la recta razón.
La voluntad
escotista es capaz
de determinarse por
encima de cualquier
interés y de valorarla en
una ética del
desinterés. Escoto ofrece
una filosofía de
la libertad al
interior de una teología
que admite la
posibilidad natural de
amar a Dios
por sí mismo,
y al margen
de toda motivación
interesadamente egoísta.
El Doctor Sutil nos
ofrece la espléndida articulación de un humanismo cristiano, en donde el saber
está al servicio del bien vivir y del buen convivir, es decir, de una sociedad
justa, pacífica y fraterna.
Conclusión
Juan Duns
Escoto, hijo fiel y seguidor
coherente de S.
Francisco, ofrece profundos, iluminadores y
vitales presupuestos doctrinales
para una auténtica
y robusta espiritualidad franciscana, como
lo demuestra claramente
su bello y
orientador tratado sobre
las virtudes teologales, que él supo
encarnar en la vida cotidiana con sencillez y gran humanidad.
El Doctor Sutil y Mariano
entra de lleno en la rica corriente de la espiritualidad franciscana, en la que
vive, se inspira y gesta su pensamiento filosófico-teológico. Lo mismo que el
fundador de la familia franciscana, el beato Juan Duns Escoto ha conseguido
sincronizar armónicamente vida y pensamiento, mística y trabajo, contemplación
y acción, persona y comunidad, ser y hacer.
Escoto logró, con gran humildad
y audacia, poner la sutileza de su pensamiento al servicio de la causa
de Dios, del hombre y de la vida. Su grandiosa visión de la historia de la
salvación, con su dinamismo de
perfección y de
consumación en el
Cristo omega, puede
ser el fundamento filosófico-teológico para
elaborar una mística
cósmica, una ecología
planetaria y una
teología del futuro.
Sus amplias
perspectivas antropológicas y
cristológicas ofrecen al
hombre actual nuevos horizontes de pensamiento y de acción,
criterios válidos para orientarse hacia el futuro esperanzador y
comportamientos fraternos hacia el humanismo integral de rostro humano y
civilizado.
Filósofo y teólogo, audaz
y comprometido, que piensa, razona y actúa desde la problemática concreta de su
época; pero, trascendiendo su propia circunstancia cultural, es aún vigente
para poder afrontar con lucidez y sin complejos la permanente problemática
humana.
El pensamiento
escotista está expresado
en clave de
esperanza. Mira al
pasado para aprender, analiza
el presente para
actuar, pero espera
en el futuro
para clarificar. Con
expresión lapidaria y fecunda dice que «en el desarrollo de la historia
humana crece siempre el conocimiento de
la verdad»18. Es
todo un postulado
para la interpretación de
una filosofía de la cultura
como realidad haciéndose.
Si san
Buenaventura ha sido definido
como «el segundo
príncipe de la
escolástica», Duns Escoto es
considerado como su
perfeccionador y el
representante más cualificado
de la escuela franciscana19. Esperamos que
este VII centenario
de la muerte
del Doctor Sutil y Mariano sea un gran
revulsivo en los
centros franciscanos de
estudio porque su
mensaje es aún
futuro. Si Juan Pablo II, en su discurso en la catedral
de Colonia (1980) lo definió como «torre espiritual de la fe», es para
los franciscanos la
invitación a descubrir
un pensamiento fecundo
en el diálogo con la
cultura de nuestro tiempo.
Roma, 8 de noviembre 2008
Fiesta del Beato Juan
Duns Escoto
Fr. José Rodríguez
Carballo, OFM, Ministro
general. Presidente de turno
Fr. Marco Tasca, OFM Conv
Ministro general
Fr. Mauro Jöhri, OFMCap Ministro
general
Fr. Michael Higgins, TOR Ministro
general
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