lunes, 13 de noviembre de 2017

Domingo XXXIII del tiempo ordinario - A

Trabaja con la destreza de sus manos

Lectura del libro de los Proverbios 31,10-13.19-20.30-31

Una mujer hacendosa, ¿quién la hallará? Vale mucho más que las perlas. Su marido se fía de ella, y no le faltan riquezas. Le trae ganancias y no pérdidas todos los días de su vida. Adquiere lana y lino, los trabaja con la destreza de sus manos. Extiende la mano hacia el huso, y sostiene con la palma la rueca. Abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre. Engañosa es la gracia, fugaz la hermosura, la que teme al Señor merece alabanza. Cantadle por el éxito de su trabajo, que sus obras la alaben en la plaza.
Palabra de Dios

Salmo responsorial Sal 127,1-2.3.4-5

R/. Dichoso el que teme al Señor

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R/.

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa; tus hijos,
como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R/.

Ésta es la bendición del hombre que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sión,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R/.

Que el día del Señor no les sorprenda como un ladrón

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 5,1-6

En lo referente al tiempo y a las circunstancias no necesitáis, hermanos, que os escriba. Sabéis perfectamente que el día del Señor llegará como un ladrón en la noche. Cuando estén diciendo: «Paz y seguridad», entonces, de improviso, les sobrevendrá la ruina, como los dolores de parto a la que está encinta, y no podrán escapar. Pero vosotros, hermanos, no vivís en tinieblas, para que ese día no os sorprenda como un ladrón, porque todos sois hijos de la luz e hijos del día; no lo sois de la noche ni de las tinieblas. Así, pues, no durmamos como los demás, sino estemos vigilantes y despejados.
Palabra de Dios

Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 25,14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus empleados y los dejó encargados de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos de plata, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó. El que recibió cinco talentos fue en seguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió uno hizo un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo volvió el señor de aquellos empleados y se puso a ajustar las cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: "Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo: "Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos." Su señor le dijo: "Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; pasa al banquete de tu señor." Finalmente, se acercó el que había recibido un talento y dijo: "Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo." El señor le respondió: "Eres un empleado negligente y holgazán. ¿Con que sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese empleado inútil echadle fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes."»

Palabra del Señor

Comentario

1. ¿Nacemos iguales?

1.1 Lo primero que puede llamar nuestra atención en el texto del evangelio de hoy es la diferencia entre los distintos puntos de partida de los criados. Para nosotros es una especie de axioma aquello de la Declaración Universal de los Derechos Humanos: "todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos..." (Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, 10 de diciembre de 1948). No suena mal, pero ¿es cierto? ¿Diremos que son iguales los derechos del niño que nace en un país en deuda que los derechos del que nace el país al que todos le deben dinero? ¿Son iguales las posibilidades del que nace enfermo y del que nace en su plena salud?

1.2 Sin embargo, tampoco es sostenible la afirmación contraria. Decir que nacemos distintos o que iniciamos el camino ya destinados a una u otra forma de vida, o a una u otra clase social o grupo humano, es hacerse solidario con los argumentos típicos de todas las formas de opresión e injusticia institucionalizada. Y sin embargo, la igualdad de ningún modo es evidente. ¿Qué decir, desde el Evangelio?

1.3 Hay que distinguir el ámbito de la ley y el ámbito de la percepción interior. La ley humana no puede declarar gratuitamente la superioridad de unos seres humanos sobre otros, aunque ciertamente debe reconocer que las desigualdades en que de hecho se hallan engendran imperativos morales y reclamos de justicia que apuntan a favorecer a los más pequeños, desprotegidos, lastimados o desvalidos. Mas Jesús no alude a este ámbito; no legisla sobre lo que debe ser reconocido por los estados. Su palabra apunta al otro espacio, es decir, a ese cúmulo de sensaciones y percepciones que cada uno de nosotros lleva dentro.

1.4 Y en esa percepción nos sentimos decididamente diferentes de los demás seres humanos. Casi en cada aspecto de nuestra personalidad y de nuestra historia nos descubrimos mejor o peor dispuestos para enfrentar la vida. A ese ser humano, que se descubre distinto, le habla Cristo en esta parábola.

2. Adónde miran nuestros ojos

2.1 Si atendemos bien, notaremos que la diferencia entre los tres hombres de la parábola no estaba tanto en lo que recibieron sino en los ojos con que acogieron lo que recibieron. Tanto el que recibió cinco como el que recibió dos talentos miraron lo que habían recibido; el que recibió un talento miró no lo que tenía sino lo que no tenía. Además no miró a lo que él podía hacer sino a lo que le podían hacer. Su problema no está en la cantidad, sino en la calidad, y no en la calidad de lo que recibe sino en la calidad del corazón y los ojos que reciben.

2.2 Es interesante la observación sobre los intereses. Ya en tiempos de Jesús existía la práctica de prestar dinero reclamando un "tókos", literalmente: una "usura". Este siervo hizo completamente improductivo el dinero. Hay en esto quizá una alegoría. Dejar el dinero "en el banco", literalmente: "a los prestamistas", es entregar el propio talento a otros para que ellos, los prestamistas, hagan lo que uno no puede hacer. El mensaje sería: "lo mínimo que puedes hacer con tu talento es ofrecerlo a otros para que no quede infecundo; si no puedes ser administrador de lo tuyo, por lo menos encuentra quién lo administre para que no se pierda".

3. Los otros talentos

3.1 La primera lectura nos ayuda a situar todo este tema en una perspectiva amplia. La imagen de los talentos, que en su sentido primero son dinero en nuestras manos, nos puede hacer pensar sólo en lo que tenemos y no tanto en lo que somos, o en lo que recibimos. En la primera lectura se resaltan otros talentos que se acercan más a lo que hoy llamamos valores: una mujer hacendosa, que inspira confianza, diligente, generosa. Y sobre todo aquel mensaje que nos invita a mirar hacia adentro, hacia ese espacio donde nacen los valores: " Son engañosos los encantos y vana la hermosura; merece alabanza la mujer que teme al Señor" (Prov 31,30).


3.2 Nuestros grandes valores y grandes talentos están muy adentro, aunque su fruto es bien visible y claro. Jesús dijo en una ocasión a los suyos: "dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen" (Mt 13,16). Se refería a las señales de la gracia y a la predicación de la Buena Nueva. Esas señales y esa noticia estan hoy aquí con nosotros, especialmente por la riqueza incomparable de la Eucaristía. Son también talentos que Dios nos concede y que quiere que den su fruto, un fruto "que permanezca" (Jn 15,16).

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