viernes, 29 de septiembre de 2017

Los Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel

Miles y miles le servían
Lectura de la profecía de Daniel. 7,9-10.13-14

MIRÉ y vi que colocaban unos tronos. Un anciano se sentó. Su vestido era blanco como nieve, su cabellera como lana limpísima; su trono, llamas de fuego; sus ruedas, llamaradas; un río impetuoso de fuego brotaba y corría ante él.
Miles y miles lo servían, millones estaban a sus órdenes. Comenzó la sesión y se abrieron los libros.
Seguí mirando.
Y en mi visión nocturna vi venir una especie de hijo de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el anciano y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino.
Y todos los pueblos, naciones y lenguas lo sirvieron.
Su poder es un poder eterno, no cesará. Su reino no acabará.

Palabra de Dios.


o bien

Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón

Lectura del libro del Apocalipsis12, 7-12a

HUBO un combate en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el dragón, y el dragón combatió, él y sus ángeles. Y no prevaleció y no quedó lugar para ellos en el cielo.
Y fue precipitado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás, el que engaña al mundo entero; fue precipitado a la tierra y sus ángeles fueron precipitados con él.
Y oí una gran voz en el cielo que decía:
«Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo; porque fue precipitado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.
Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio que habían dado, y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.
Por eso, estén alegres, cielos, y los que habitan en ellos».
Palabra de Dios.

Salmo responsorial Sal 137, 1-2a. 2b-3. 4-5. 7c-8 (R/.: 1c)

R/.   Delante de los ángeles tañeré para ti, Señor.
        
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
porque escuchaste las palabras de mi boca;

delante de los ángeles tañeré para ti;
me postraré hacia tu santuario.   R/.
                
Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama.
Cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma.   R/.
                
Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,
al escuchar el oráculo de tu boca;
canten los caminos del Señor,

porque la gloria del Señor es grande.   R/.

Aleluya                                                                   Sal 102, 21

R/.   Aleluya, aleluya, aleluya.
V/.   Bendecid al Señor, ejércitos suyos,
        servidores que cumplís sus deseos.   R/.


Verán a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre

✠ Lectura del santo Evangelio según san Juan.1,47-51

En aquel tiempo, vio Jesús que se acercaba Natanael y dijo de él:
«Ahí tienen a un israelita de verdad, en quien no hay engaño».
Natanael le contesta:
«¿De qué me conoces?».
Jesús le responde:
«Antes de que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi».
Natanael respondió:
«Rabí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Jesús le contestó:
«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas mayores». Y le añadió:
«En verdad, en verdad les digo: verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».

Palabra del Señor.

Comentario
Lo de los ángeles está muy de moda actualmente. Forman parte de esa religiosidad difusa, de esa espiritualidad que se expande por nuestro mundo invitando a las personas a vivir todo desde su interioridad y que cree en una especie de energía que invade el universo y con la que nos conectamos cuando hacemos silencio. Es como recargar el depósito del coche. Después de eso, vamos por la vida sintiendo aquí y allá esa fuerza positiva que nos anima a seguir haciendo lo mismo que hacíamos y a asumir lo negativo de nuestras vidas.
Pero esa espiritualidad tiene poco que ver con el Evangelio. El Evangelio no va de energías ni de lucecitas en la oscuridad. No va de imágenes acarameladas de angelitos en tonos pastel. Va de un hombre que salió a los caminos y se enfrentó a las autoridades de su tiempo. Va de un hombre que tomó la vida por los cuernos, que fue sincero consigo mismo, que no temió al qué dirán, que arriesgo por todo por aquello que para él era el centro de su vida: su profunda experiencia de Dios y su Reino.
El Dios de Jesús no tenía ningún parecido con una aspirina que calma nuestros dolores. Ni siquiera su objetivo era darnos la paz. El Reino es de los arriesgados, dijo. Y el Abbá de Jesús es el Dios liberador de todas las opresiones. Su voluntad es transformar este mundo para que todos sus hijos e hijas puedan vivir en libertad y justicia. Por eso Jesús entregó su vida. Por eso nos invita a nosotros a entregarla.
Los ángeles no son lucecitas ni energías positivas. Los ángeles no son comparsas inmóviles de la corte celestial –¡como si a Dios le hiciese falta una corte de aduladores!–. Los ángeles son una forma de hablar de la voluntad de Dios que no se queda en el cielo sino que baja a la tierra. Porque Dios no habita en esa nube difusa de espiritualidad y paz interior sino en el barro de esta tierra, en sus luchas y en sus compromisos por extender la fraternidad y el reino.  Ahí podemos comenzar a hablar de los ángeles.

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