El tiempo en que la madre dé a luz
Lectura de la profecía de Miqueas 5,1-4
Así habla el Señor: Y tú,
Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti sacaré el que ha de
ser jefe de Israel: su origen es antiguo, de tiempo inmemorial.
Por eso el Señor los
abandonará hasta que la madre dé a luz y el resto de los hermanos vuelva a los
israelitas.
De pie pastoreará con la
autoridad del Señor, en nombre de la majestad del Señor, su Dios; y habitarán
tranquilos, cuando su autoridad se extienda hasta los confines de la tierra.
La paz vendrá así: Si Asiria
se atreve a invadir nuestro país y pisar nuestros palacios, le enfrentaremos
siete pastores, ocho capitanes.
Palabra de Dios.
Salmo
responsorial Sal 12
R. Yo
desbordo de alegría en el Señor
Yo confío en tu misericordia: que mi corazón se alegre porque me
salvaste. R.
¡Cantaré al Señor porque me ha favorecido!. R.
Aleluya
Aleluya, aleluya.
Eres dichosa, santa virgen María, y digna de toda alabanza; de ti nació
el sol de justicia, Cristo, nuestro Dios.
Aleluya
La criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo
Lectura
del santo evangelio según san Mateo 1,
18-23
Este fue el origen de
Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su pueblo de todos sus pecados». Todo esto
sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el profeta:
La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: Dios-con-nosotros."
Palabra
del Señor.
NATIVIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
Al nacer María, la linda
hija de dos israelitas estériles, llegó al mundo la "luz", aquella
que se había ocultado en el jardín de las Delicias.
Traía la niña un mensaje de
"redención" que no guardaría oculto en su alma. Ella lo había de
depositar en Aquel a quien después le diera la vida.
La Iglesia quiso destacar en la lista de sus
conmemoraciones la festividad del nacimiento de María. Y fue instituida la
fiesta para recordar a los cristianos la singular predestinación de la Madre
del Salvador. María anunció al mundo un nuevo gozo y en la liturgia del día, en
el himnario de maitines, se exclama: "Nace María, salud de los creyentes,
y su nacimiento es verdaderamente salvación de los que nacen".
El día 8 de septiembre el santoral nos habla
de la entrada de la Virgen en el mundo y en nosotros se despierta una gran
curiosidad, razonable, al fin y al cabo, por saber detalles de su nacimiento.
En los evangelios
En los evangelios
Los evangelistas, de quien María fue su guía,
nada dicen en concreto de la Natividad. Cristo absorbió toda su preocupación.
Dando a conocer al Hijo, de rechazo, dieron a conocer a la Madre. Sólo nos
cuentan pasajes y divagaciones de este día glorioso los evangelios apócrifos,
sobre todo el Protoevangelio de Santiago, uno de los libros de más difusión en
los primeros siglos del cristianismo. Más tarde hacen estudios acerca de este
punto: San Epifanio, San Juan Damasceno, San Germán de Constantinopla, San
Anselmo, San Eutimio, patriarca de Constantinopla, y todos los teólogos
medievales, así como los santos y mariólogos de los siglos más cercanos.
Pero los evangelios canónicos guardan
"silencio". "Silencio" alrededor de Ella. Dios ha comenzado
la obra, Él la terminará. Ese será en todo momento el "sello" de la
Virgen. La Madre de la "palabra eterna" nació en el
"silencio".
Según la Tradición
Según la Tradición
No obstante, algo se sabe por lo que la
tradición nos va conservando.
¿Quiénes fueron sus padres? —Nació de Joaquín
y Ana, dos israelitas ancianos. Fue de sangre real y de estirpe sacerdotal, así
lo repite la antífona de la misa de la Natividad.
Ana era hija del sacerdote Mathan y de María.
Tenía dos hermanas: María, que se caso en Belén y dio a luz a Salomé, y Sobe,
que engendró a Isabel, la madre del Bautista.
Algunas narraciones afirman que los padres de
María eran ricos y poderosos, como correspondería al linaje de los hijos de David.
Según narra el Protoevangelio, Joaquín era rico y pagaba duplicados los
impuestos de la ley. Mas esta afirmación de su desahogo económico no parece
probable teniendo en cuenta que aquella estirpe regia se había sumergido en una
existencia obscura y no quedaban del solar de Belén, patria de David, ni restos
de grandeza. Sus habitantes se habían diseminado por la Judea y la Galilea, en
donde buscaron medios propios de vida. David, muerto desde hacia nueve siglos,
había dejado muchos hijos que se repartieron todo. Su gloria era casi únicamente
la promesa del Mesías.
Según consta en los evangelios canónicos,
María perteneció a la estirpe de David y tenía como antepasados a Leví y Aarón.
Conforme a la bendición que Jacob hizo a Judá, la "flor" saldría de esta
familia reducida, pero regia, pues Joaquín venía de Barpanther. descendiente de
Natham.
No puede apoyarse la opinión de los escritores
apócrifos que afirman que los padres de la Virgen no eran sólo ricos, sino
opulentos y hasta aseguran que sus ascendientes rigieron toda la Palestina.
Eran pobres, porque de lo contrario no hubieran consentido que su hija se
casase con un artesano. Después de casada, María no tuvo medios de fortuna;
vivió del trabajo de su esposo, que era carpintero. Tampoco encontraron
albergue en Belén la noche de su llegada, con ocasión del empadronamiento,
porque no tenían amigos ni siquiera medianamente acomodados a los que acudir,
cosa que hubiesen aceptado dados los momentos especiales por los que Ella
pasaba.
Joaquín y Ana fueron los padres de María, y la
genealogía, basada en registros públicos conservados en Jerusalén, que San
Lucas inserta en su evangelio (3, 23-38), parece ser la de María, así como la
que ofrece San Mateo (1, 1-17) corresponde a San José, como cabeza de familia.
Dice San Juan Evangelista que la Virgen tuvo
una hermana, que permaneció junto a Ella en la cruz. Se llamaba María y era
esposa de Cleofás. Otros autores hablan de que no era hermana carnal sino
política, o porque Cleofás era hermano de San José, o porque ella misma era
hermana de San José. Además, resulta raro que las dos llevaran el mismo nombre.
Algunos autores estudian los nombres de
Joaquín y Ana y aseguran que no eran los verdaderos, sino que fueron
simbólicos. Mas la tradición afirma que eran sus verdaderos nombres y que Ana
quiere decir "gracia" y Joaquín "preparación del Señor".
Se distinguieron los padres de la Virgen por
su piedad y santidad de vida. Dada su misión, convenía que floreciesen en toda
clase de virtudes y así lo fue en realidad. La conducta integra de estos
esposos destacaría, aún más, en aquellos momentos en que Israel era un centro
de corrupción y escándalo. El reinado de Herodes llevó un sello de depravación
y falta de piedad hasta en los ambientes judíos.
El matrimonio vivía feliz, con una sola pena,
la de carecer de hijos, bendición de un hogar israelita. Cuenta la tradición
que Joaquín fue rechazado del templo cuando presentaba su ofrenda y sólo a
causa de su esterilidad. El judío Rubén se enfrentó con él y le dijo: "Tú
no tienes derecho a presentarte el primero en el templo con tus ofrendas,
puesto que no has producido retoño de Israel". Consultó Joaquín los
"anales de las doce tribus" y se cercioró de que desde Abraham todos
los justos de Israel habían tenido sucesión. Se retiró al desierto con el
corazón oprimido y allí le consoló un ángel con la divina promesa de una hija
maravillosa.
También Santa Ana vivía triste; todo cuanto se
presentaba a sus ojos con fecundidad le hacía pensar en su ultraje; hasta que
un día el ángel del Señor le dijo: "Ana, Ana; el Señor ha escuchado tus
ruegos; concebirás y darás a luz y en todo el mundo se hablará de tu
descendencia". Ana respondió: "Por la vida de mi Dios y Señor, lo que
yo tuviere, sea un hijo o una hija, lo entregaré en ofrenda al Señor mí Dios".
Estas versiones parecen verosímiles, dice San
Juan Damasceno, "porque no iba a faltarle a la Virgen una prerrogativa de
la que disfrutaron muchos santos antes de su nacimiento, entre ellos el mismo
precursor San Juan Bautista".
Así quedaba palpable el que María había sido
engendrada por la gracia celestial, que ayudaba a la naturaleza impotente, y
con un milagro se iniciaban todos los que más tarde iban a sucederle.
¿Cómo fue concebida? —Natural y prodigiosamente.
Esto último por haber sido concebida de hombre anciano y de mujer estéril.
Fue concebida como lo hubieran sido los hijos
en el estado de inocencia, esto es, sin movimiento de la concupiscencia, y
nació como hubieran nacido los hijos en dicho estado, es decir, sin que su
madre sintiera los dolores del parto, los cuales, aunque naturales en sí,
fueron pena del pecado. Dios, en el estado felicísimo en que crió a nuestros
primeros padres, eximió a Eva de tales dolores, exención que perdió para si y
para todos sus descendientes al infringir la Ley divina.
Por lo que respecta a los padres de la Virgen,
estaba muerta en ellos la voluptuosidad y usaron del matrimonio movidos de amor
de Dios y no de la concupiscencia, y agrega en su libro Santa Brígida: "porque
mejor hubieran querido morir que usar del matrimonio con amor carnal".
San Bernardo, en su Tratado de María, centra
bien el problema y afirma: "Hay que rechazar el que la Virgen fue
engendrada con un ósculo de paz —como quieren asegurar algunos— y no por cópula
conyugal. Nadie diga esto porque sería inaudito".
María era hija de Adán. —Convenía que trajera,
por generación, origen de Adán para que pudiera decirse que el Hijo de Dios era
de condición humana.
Si María hubiera nacido de madre virgen, podría
decirse que la suya no era carne humana, sino cosa diferente, y sería difícil
probar la Humanidad de Jesús.
Santa Ana no fue virgen. Su concepción tuvo
lugar por generación seminal. Se realizó mediante el concurso de hombre y
mujer.
¿Y la sombra fecundante del Espíritu Santo?
—Vino después a Ella, pero no con Ella.
En el origen del mundo, según dice el Génesis
(1, 2). "El espíritu de Dios se movía en las aguas, las fecundaba y
proporcionaba las simientes". Lenguaje solemne que refleja la grandeza de
la obra que iba a cumplirse: la Creación. Esa sombra fecundante, ese espíritu
de Dios actuará de nuevo. Sólo espera escuchar un "sí", el de la Niña
que ahora nace, y comenzará otra gran obra: la Redención.
Su nacimiento
Su nacimiento
¿Cómo nació? —El nacimiento de María fue proporcionado
a su concepción. Nació de una manera natural, en cuanto a lo substancial del
nacimiento, y de una manera prodigiosa, en cuanto a ciertas circunstancias.
María quedó sujeta en su nacimiento a la ley
natural. El momento quiere expresarlo Santo Tomás de Aquino en la Mística
Ciudad de Dios (II n. 325) con estas palabras: "Santa Ana, postrada en
oración, pidió al Señor la asistiese con su gracia y protección para el buen
suceso de su parto. Sintió luego un movimiento en el vientre, que es el natural
de las criaturas para salir a la luz. Y la dichosa niña María al mismo tiempo
fue arrebatada por providencia y virtud divina, en un éxtasis altísimo, en el
cual, absorta, abstraída de todas las operaciones sensitivas, nació al mundo
sin percibirlo por el sentido, como pudiera conocerlo por ellos si, junto con
el uso de razón que tenía, los dejaran obrar naturalmente en aquella hora. Pero
el poder del muy alto lo dispuso de esta forma para que la Princesa del cielo
no sintiese la naturaleza de aquel suceso del parto".
La bienaventurada Virgen no proporcionó dolor
alguno a Santa Ana en el momento de nacer. No puede imaginarse que aquel
nacimiento que había de llenar de alegría y gozo a todo el mundo empezase con
el dolor de una madre. Y así, en este caso de la venida de esta Niña Redentora,
Dios derogó la pena impuesta a la mujer.
El gran amante de María, San Bernardo, quiere
convencernos de esta posibilidad recordando que si algunos santos nacieron sin
causar dolor a su madre, ¿cómo no es de creer que esta gracia se le otorgase a
la Santísima Virgen? (Trat. de la Virgen 2).
Reconstruyendo la escena del nacimiento saltan
hasta nosotros estos momentos de inmensa alegría. ¡Qué gozo tomar entre los
brazos el cuerpecito de María! Debió ser inefable encontrarse con Ella hecha
carne. Los ancianos padres llorarían de dicha. Esta Niña, que se parece
físicamente a las otras, que aparentemente es incapaz de hablar y casi de abrir
los ojos, que sólo sonríe dulcemente, es la madre del Mesías, del Salvador del
mundo. Lo que aquellos ancianos saben es que es la hija de la promesa", y
Ana sobre todo se siente orgullosa de recoger aquel fruto que también la hace
grande a ella a los ojos de su Señor.
Su nacimiento, el más grande de la historia de
todos los siglos, se ha realizado con la sencillez y ternura que acompañara su
vida.
Su cuerpo fue perfecto. —Fue creada con la
perfección natural, con aquélla con la que pudieron nacer los hijos inocentes
de Adán. Por lo tanto nació con la perfección de sus órganos.
Santo Tomás dice que "a nadie le parecerá
peregrino que se afirme que si Ella no empezó a hablar inmediatamente después
de nacer y a usar de todos sus órganos corporales, manifestándose como una
criatura que gozaba del uso perfecto de todas las potencias, fue porque era
providencia divina que apareciese ante los hombres, al menos por entonces, como
criatura ordinaria".
Un cuerpo proporcionado en sus miembros debía
acompañar a un alma perfectísima. Aquella Niña era hermosa. Sus facciones
proporcionadas y su cuerpo bello. Si Jesús, según canta el salmista, "fue
el más hermoso de los hijos de los hombres", ¿por qué no admitir lo mismo
en favor de su Madre? De la extraordinaria belleza de Jesús es lógico deducir
la extraordinaria belleza de María. "No hay duda —dice H. San Víctor— de
que el fuego del amor divino, allá donde Ella intervenía, se manifestase en
todo su exterior de modo que, poseyendo una pureza angelical, angelical era
también su rostro".
Su alma fue perfecta. —Desde que nació tuvo
uso de razón y plena libertad.
Si Dios no ha negado a la Santísima Virgen
gracia alguna de las que ha concedido a las criaturas, no puede negarse que
María tuvo uso de razón y libre albedrío desde el instante de su concepción.
Dotada de tal facultad adquirió inmediatamente el conocimiento de Dios, y por
tanto, con un simple deseo de su albedrío se lanzó con todo el afecto de su
corazón hacia Él, cumpliendo un acto perfectísimo de amor. De este modo,
mediante su acción personal, se dispuso a su propia santificación.
El Evangelio nos habla de este uso de razón en
el Bautista. Y si a él se lo dio, ¿le negaría Dios algo que le era debido a su
dignidad? ¿Permitiría que su Madre fuese inconsciente de lo que el Altísimo
obra en Ella? ¿No es lógico que desde el primer instante se ofreciese a Dios
como corredentora?
Plenitud de gracias en el instante de su
concepción. —Dios al crearla olvida la medida.
Si la Santísima Virgen tuvo el uso de razón y
la libertad desde el momento de su concepción, es lógico que tuviera ciencia y,
lo que es todavía mejor, que en ocasiones tuviera visión beatífica.
Hay muchas opiniones sobre esta visión
beatífica, pero coinciden los teólogos en que le fue concedida varias veces: al
nacer, en la Encarnación, y en la Resurrección de Jesús.
En cuanto a la ciencia infusa per se, le fue
dada de una manera habitual y permanente. Así se explica que desde que nació y
durante toda su infancia tuvo uso de razón acerca de las cosas divinas; que su
alma desde su creación no interrumpiese sus actos de amor de Dios, y que aún durante
el sueño tuviese altísima contemplación.
También tuvo ciencia infusa per accidens, que
es perfeccionamiento de la anterior, ya que la tuvo Adán desde su nacimiento y
habitualmente. Recibió, infusas, desde su concepción, las virtudes morales
naturales, las cuales necesitan para su perfeccionamiento de las virtudes
intelectuales naturales.
De la ciencia adquirida dicen los teólogos
que, teniendo uso de razón desde el momento de su concepción pasiva, sus
facultades sensibles se pondrían al unísono con las facultades intelectuales y
desde que nació empezó a adquirir ciencia con su propio trabajo.
Desde su concepción hasta la de su Hijo no
cometió tampoco pecado mortal ni venial. Para algunos autores no fue confirmada
en gracia, es decir, hecha impecable, hasta que tomó carne en sus entrañas el
Verbo divino, y para otros desde su concepción fue confirmada en el bien y en
la gracia.
La Santísima Virgen no tuvo imperfección
voluntaria desde su nacimiento, ya que ésta tiene parentesco con el pecado
venial, y jamás lo cometió.
Y en cuanto a las imperfecciones morales
involuntarias, debidas a la irreflexión o la ignorancia, si no tuvo "fomes
peccati", tampoco puede decirse que las tuvo.
Fue exenta del pecado original desde el primer
instante de su concepción y recibió, por consiguiente, la gracia santificante.
La "gracia" actuó en su alma y la
preparó para la divina Maternidad.
Ni los ángeles ni los santos recibieron en su
concepción más gracias. Jamás amó Dios a nadie como a Ella, y como El da tanta
bondad como amor tiene a una persona, a María le dio más que a ninguna.
La Virgen María recibió, en su concepción, más
gracia que la gracia final que recibiera cualquier ángel o cualquier santo.
Algunos mariólogos divagan sobre este punto, pero considerando que la gracia
está en razón directa de la unión con Dios, de las relaciones que se tienen con
El, verdadera fuente, ¿cabe unión más íntima y estrecha que la de Dios y María?
Recibió en su primera santificación todas las
virtudes infusas y dones del Espíritu Santo: la fe, la esperanza y la caridad,
así lo dice el concilio Tridentino, y lo mismo sucede con las "virtudes
morales".
Lugar de nacimiento
Lugar de nacimiento
¿Dónde nació María?. —La opinión más común es
que Joaquín Y Ana vivían en Jerusalén. Su patria anterior fue Séforis (la
actual Saffuriye), siete kilómetros al norte de la solitaria Nazaret. Su casa
distaba como unos treinta metros de la piscina Betesda, tan frecuentada por
Jesús y en la que curó al paralítico. No es cierto que naciera la Virgen en
Nazaret, donde luego estuvo. Los Padres antiguos llamaban a María "Virgo
ierosolymitana".
Ciertamente "no fue su cuna de madera de
cedro, ni de entarimado de ciprés, ni trono de oro sobre columnas de plata como
se habla de la esposa del Cantar de los Cantares. Su cuna fue sencilla, pero
digna y mecida por un verdadero amor.
Santa Ana esperaba el momento con ansiedad. El
nacimiento de un niño en Palestina era un acontecimiento feliz, pero
interrumpía por poco tiempo las labores domésticas de la madre. Asistían en
este trance a la madre unas mujeres especializadas, como sucede todavía hoy.
Ritos de su nacimiento
Se desconoce cuándo pasó la Virgen a vivir a Nazaret.
Tal vez a la muerte de sus padres, bien en sus desposorios con San José o con ocasión de algún acontecimiento familiar.
Lo cierto es que en Jerusalén, cabeza del pueblo israelita y centro codiciado del mundo romano, fue engendrada María, y nació en la pequeña casa próxima a la piscina. Así lo refiere la tradición y así lo apoya San Juan Damasceno, el mayor admirador de María.
Ritos de su nacimiento
Cuando la Virgen naciera se la atendería como
ordenaba la Ley. El Talmud dice que lo que más le gusta a los niños es un baño
de agua caliente. Según Feldman, en un estudio sobre las costumbres
palestinianas, después del baño se frotaba a la criatura con sal y se la
envolvía en unos lienzos. La sal se empleaba por sus propiedades antisépticas,
aunque esto no se reseña en el Talmud. Así la sal hacía que la piel se le
pusiera más espesa y sólida. Algunos autores antiguos hablan de un masaje con bicarbonato
y sosa que hacían espuma, pero no parecen confirmarlo las costumbres hebreas.
Inmediatamente de estar limpio el niño venía un masaje con aceite y la
asistenta de la madre le daba a la criatura unos masajes en la cabeza con el
fin de que tuviera buena forma. También usaban una hierba llamada "anibe
yenuka", con la que se limpiaba la boca del infante. Las vendas eran
indispensables para enderezar el cuerpo delicado del recién nacido.
Cuenta E. W. Heaton en su historia, la
costumbre israelita de que las mujeres amamantasen a sus hijos, aunque en
ocasiones, y si la familia era rica, les ponían una nodriza, que entraba a formar
parte del círculo familiar.
No lo dicen expresamente los Evangelios, pero
Santa Ana sería atendida por las mujeres de su familia y la Niña María bañada,
espolvoreada con sal, recubierta de aceite y envuelta en vendas. Estamos
seguros que así se la presentaron a su madre, que lloraría de gozo.
¡Una escena indescriptible! Unos momentos
imborrables en la vida de la humanidad.
Representación artística
Representación artística
A falta de representación histórica los
artistas han interpretado a su modo el nacimiento. La expresión plástica más
antigua aparece en el siglo XI. Es una miniatura que data del año 1025 en un
códice griego de la Biblioteca Vaticana. Aparece Santa Ana recostada en un
lecho y San Joaquín con su Hija en brazos. Durante la Edad Media fue devoción
de los pintores representar este momento histórico; así lo hicieron Giotto, en
una capilla de Padua, y algunos artistas en los mosaicos de Santa María in
Trastevere, de Roma. Los pintores del Renacimiento de todos los países le
dedican tablas a la Natividad de María. Una de las más hermosas es la de
Filippo Lippi, que adornó el fondo de su Madona y el Niño con el nacimiento de
María, cuadro que se encuentra hoy en la galería Pitti, de Florencia.
Un Templo en su honor
Un Templo en su honor
Para enaltecer el lugar de la Natividad de la
Virgen se levantó en Jerusalén un templo llamado Santa María de la Natividad,
que cambió más tarde su nombre por el de Santa Ana. En 1856 el sultán se lo
cedió a Francia y fue restaurado por Napoleón III y encomendado a los padres
misioneros de Argel. El papa León XIII concedió el privilegio de decir todos
los días dos misas votivas en aquel santo lugar, en honor de la Inmaculada
Concepción y de la Natividad de María.
Su Fiesta
La Iglesia honró siempre con magnificencia la
Natividad de la Virgen. En la liturgia ocupaba lugar destacado.
La razón por la cual su fiesta fue fijada para
el 8 de septiembre se ignora. Su origen, como el de todas las fiestas mayores
marianas, se encuentra en Oriente, probablemente en Palestina.
El Protoevangelio de Santiago, de fines del
siglo II, da algunos detalles.
San Agustín habla en sus escritos de que no
existía en su tiempo una fiesta litúrgica particular dedicada a este acontecimiento.
Poco después, en el concilio de Efeso (431) y en el de Calcedonia (451), se
hace una referencia. El martirologio jeronimiano lo inserta en sus páginas y
traduce, claramente, la profunda razón teológica de esta celebración.
Muchos sermones patrísticos orientales exaltan
el nacimiento de María y también los más grandes poetas litúrgicos bizantinos.
Por San Andrés de Creta la fiesta del Nacimiento es una verdadera tradición.
En Roma penetró la fiesta hacia la mitad del
siglo VII, junto con la de la Purificación, Anunciación y Asunción de María,
por obra de los monjes orientales que en tal época emigraban en masa de las
regiones caídas bajo el yugo mahometano.
Sergio I (687-701) estableció que la fecha de
conmemoración fuese distinta y se celebrara una solemne procesión desde la
Curia Senatus a Santa María la Mayor, de Roma.
En la misa propia se leía al principio la
historia de la Visitación, sustituida en seguida por la genealogía que ahora
figura. La lección varió con San Pío V.
Por lo que se refiere a la difusión de la
fiesta fue lenta y desigual. Durante el cónclave, después de la muerte de
Gregorio IX, los cardenales insistieron con el nuevo Papa para que instituyese
la octava de la fiesta, cosa que realizó después Inocencio IV, con la
aprobación del concilio de Lyón. Gregorio XI instituyó una vigilia con ayuno,
pero cayó pronto en desuso.
En el ciclo mariológico la Natividad de María
no es fiesta de precepto. La Iglesia nos invita a meditar este suceso para
traer cada año un frescor marial y el buen olor del "capullo en la casa
del rey David".
Conclusión
Conclusión
Dios realizó una obra maestra con su Madre;
"la llenó de gracia", hizo que penetrase en Ella todo lo divino: en
su alma por todas sus facultades, en su cuerpo en todos sus miembros y sentidos.
La plenitud fue el acento vigoroso con el que Ella empezó a existir y la
santidad se hizo en su vida temporal de fidelidad y de entrega a Dios y a los
hombres.
Para María somos todavía niños que aspiran a
la vida de la gracia. Y esta vida de Dios puede aumentar en nuestra alma hasta
el último instante de la vida. Si nos dejamos formar, hará de nosotros nuevos
Cristos, será otra vez "Madre de los hombres".
CARMEN ENRÍQUEZ DE SALAMANCA
Poesía a la Natividad de María
(Lope de Vega)
(Lope de Vega)
Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Canten hoy, pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.
Digan, Señora, de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.
Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Y nosotros, que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también,
el corazón y las manos.
que llegue pronto Belén,
preparemos también,
el corazón y las manos.
Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.
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