Francisco, como sol refulgente sobre el
templo real
Lectura del libro del Eclesiástico 50,1-3. 7.
Este es aquel que
en su tiempo se reparó el templo, en sus días se afianzó el santuario.
En su tiempo
cavaron la cisterna y un pozo de agua abundante.
Protegió a su
pueblo del saqueo y fortificó a la ciudad para el asedio.
Qué majestuoso
cuando salía de la tienda asomando detrás de las cortinas; como estrella
luciente entre nubes, como luna llena en día de fiesta, como sol refulgente
sobre el templo real, así brilló él en el templo de Dios.
Palabra de Dios
Salmo
responsorial Cfr. Sal. 15,1-2a. 5. 7-8. 11.
R. El
Señor es el lote de mi heredad.
Protégeme, Dios
mío, que me refugio en ti;
yo digo al Señor:
«Tú eres mi bien».
El Señor es el
lote de mi heredad y mi copa. R.
Bendeciré al Señor
que me aconseja,
hasta de noche me
instruye internamente.
Tengo siempre
presente al Señor,
con él a mi
derecha no vacilaré. R.
Me enseñarás el
sendero de la vida;
me saciarás de
gozo en tu presencia,
de alegría perpetua
a tu derecha. R.
En la cruz el mundo está crucificado para mí
y yo para el mundo
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los
Gálatas
6, 14-18.
Hermanos:
Dios me libre de
gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo
está crucificado para mí, y yo para el mundo.
Pues lo que cuenta
no es circuncisión o incircuncisión, sino criatura nueva.
La paz y la
misericordia de Dios vengan sobre todos los que se ajustan a esta norma; también
sobre Israel.
En adelante, que
nadie me venga con molestias, porque yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús.
La gracia de
nuestro Señor Jesucristo está con su espíritu, hermanos. Amén.
Palabra de Dios.
SECUENCIA
Ya estás,
Francisco, clavado
sobre la cruz
redentora.
Triunfas del mundo
y la carne
y es de Cristo tu
victoria.
El ideal de tu
vida
un mundo nuevo
jalona,
y el árbol del
evangelio
florece con nuevas
rosas.
Una cuerda a tu
cintura
ciñe tu pureza. Y
brotan
las flores por
donde pisas
con tus plantas
milagrosas.
La pobreza fue tu
dama,
la que era de
Cristo esposa.
Viuda del primer
marido,
de nuevo tú la
desposas.
Y en arras cinco
rubíes
tu cuerpo llagado
adornan.
Cinco ventanas
abiertas
por las que el
alma se asoma.
La cruz fue el
árbol de vida
que te cobijó a su
sombra.
Bajo sus ramas
abiertas
tus hijos trabajan
y oran.
Padre bueno, Padre
santo,
de esta familia
que implora
tu espíritu, que
da vida,
tus virtudes, que
dan gloria.
A los que llevan
tu nombre
dales proseguir tu
obra.
La semilla aquí
sembrada
dará en el cielo sus
rosas.
Aleluya
Aleluya, aleluya.
Francisco, pobre y
humilde, entra rico en el cielo y es honrado con himnos celestes.
Aleluya.
Has escondido estas cosas a los sabios y las
has revelado a la gente sencilla
+ Lectura
del santo Evangelio según San Mateo 11, 25-30.
En aquel tiempo,
Jesús exclamó:
-Te doy gracias,
Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos y se las has revelado a la gente sencilla.
Sí, Padre, así te
ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más
que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo se
lo quiera revelar.
Vengan a mí todos
los que están cansados y agobiados y yo los aliviaré.
Carguen con mi
yugo y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán su
descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.
Palabra del Señor.
HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO
Plaza de San
Francisco, Asís
Viernes 4 de
octubre de 2013
«Te doy gracias,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los
sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños» (Mt 11,25).
Paz y bien a
todos. Con este saludo franciscano os agradezco el haber venido aquí, a esta
plaza llena de historia y de fe, para rezar juntos.
Como tantos
peregrinos, también yo he venido para dar gracias al Padre por todo lo que ha
querido revelar a uno de estos «pequeños» de los que habla el evangelio:
Francisco, hijo de un rico comerciante de Asís. El encuentro con Jesús lo llevó
a despojarse de una vida cómoda y superficial, para abrazar «la señora pobreza»
y vivir como verdadero hijo del Padre que está en los cielos. Esta elección de
san Francisco representaba un modo radical de imitar a Cristo, de revestirse de
Aquel que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co
8,9). El amor a los pobres y la imitación de Cristo pobre son dos elementos
unidos de modo inseparable en la vida de Francisco, las dos caras de una misma
moneda.
¿Cuál es el
testimonio que nos da hoy Francisco? ¿Qué nos dice, no con las palabras –esto
es fácil– sino con la vida?
1. La primera cosa
que nos dice, la realidad fundamental que nos atestigua es ésta: ser cristianos
es una relación viva con la Persona de Jesús, es revestirse de él, es
asimilarse a él.
¿Dónde inicia el
camino de Francisco hacia Cristo? Comienza con la mirada de Jesús en la cruz.
Dejarse mirar por él en el momento en el que da la vida por nosotros y nos
atrae a sí. Francisco lo experimentó de modo particular en la iglesita de San
Damián, rezando delante del crucifijo, que hoy también yo veneraré. En aquel
crucifijo Jesús no aparece muerto, sino vivo. La sangre desciende de las
heridas de las manos, los pies y el costado, pero esa sangre expresa vida.
Jesús no tiene los ojos cerrados, sino abiertos, de par en par: una mirada que
habla al corazón. Y el Crucifijo no nos habla de derrota, de fracaso;
paradójicamente nos habla de una muerte que es vida, que genera vida, porque
nos habla de amor, porque él es el Amor de Dios encarnado, y el Amor no muere,
más aún, vence el mal y la muerte. El que se deja mirar por Jesús crucificado
es re-creado, llega a ser una «nueva criatura». De aquí comienza todo: es la
experiencia de la Gracia que transforma, el ser amados sin méritos, aun siendo
pecadores. Por eso Francisco puede decir, como san Pablo: «En cuanto a mí, Dios
me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo» (Ga
6,14).
Nos dirigimos a
ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a permanecer ante el Crucificado, a
dejarnos mirar por él, a dejarnos perdonar, recrear por su amor.
2. En el evangelio
hemos escuchado estas palabras: «Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29).
Ésta es la segunda
cosa que Francisco nos atestigua: quien sigue a Cristo, recibe la verdadera
paz, aquella que sólo él, y no el mundo, nos puede dar. Muchos asocian a san
Francisco con la paz, pero pocos profundizan. ¿Cuál es la paz que Francisco
acogió y vivió y nos transmite? La de Cristo, que pasa a través del amor más
grande, el de la Cruz. Es la paz que Jesús resucitado dio a los discípulos
cuando se apareció en medio de ellos (cf. Jn 20,19.20).
La paz franciscana
no es un sentimiento almibarado. Por favor: ¡ese san Francisco no existe! Y ni
siquiera es una especie de armonía panteísta con las energías del cosmos…
Tampoco esto es franciscano, tampoco esto es franciscano, sino una idea que
algunos han construido. La paz de san Francisco es la de Cristo, y la encuentra
el que «carga» con su «yugo», es decir su mandamiento: Amaos los unos a los
otros como yo os he amado (cf. Jn 13,34; 15,12). Y este yugo no se puede llevar
con arrogancia, con presunción, con soberbia, sino sólo se puede llevar con mansedumbre
y humildad de corazón.
Nos dirigimos a
ti, Francisco, y te pedimos: enséñanos a ser «instrumentos de la paz», de la
paz que tiene su fuente en Dios, la paz que nos ha traído el Señor Jesús.
3. Francisco
inicia el Cántico así: «Altísimo, omnipotente y buen Señor… Alabado seas… con
todas las criaturas» (FF, 1820). El amor por toda la creación, por su armonía.
El Santo de Asís da testimonio del respeto hacia todo lo que Dios ha creado y
como Él lo ha creado, sin experimentar con la creación para destruirla;
ayudarla a crecer, a ser más hermosa y más parecida a lo que Dios ha creado. Y
sobre todo san Francisco es testigo del respeto por todo, de que el hombre está
llamado a custodiar al hombre, de que el hombre está en el centro de la
creación, en el puesto en el que Dios – el Creador – lo ha querido, sin ser
instrumento de los ídolos que nos creamos. ¡La armonía y la paz! Francisco fue
hombre de armonía, un hombre de paz. Desde esta Ciudad de la paz, repito con la
fuerza y mansedumbre del amor: respetemos la creación, no seamos instrumentos
de destrucción. Respetemos todo ser humano: que cesen los conflictos armados
que ensangrientan la tierra, que callen las armas y en todas partes el odio
ceda el puesto al amor, la ofensa al perdón y la discordia a la unión.
Escuchemos el grito de los que lloran, sufren y mueren por la violencia, el
terrorismo o la guerra, en Tierra Santa, tan amada por san Francisco, en Siria,
en todo el Oriente Medio, en todo el mundo.
Nos dirigimos a
ti, Francisco, y te pedimos: Alcánzanos de Dios para nuestro mundo el don de la
armonía, la paz y el respeto por la creación.
(...) Recemos
(...) para que cada uno trabaje siempre para el bien común,
mirando más lo que une que lo que divide.
Hago mía la
oración de san Francisco por Asís, por Italia, por el mundo: «Te ruego, pues,
Señor mío Jesucristo, Padre de toda misericordia, que no te acuerdes de
nuestras ingratitudes, sino ten presente la inagotable clemencia que has
manifestado en [esta ciudad], para que sea siempre lugar y morada de los que de
veras te conocen y glorifican tu nombre, bendito y gloriosísimo, por los siglos
de los siglos. Amén» (Espejo de perfección, 124: FF, 1824).
No hay comentarios:
Publicar un comentario