miércoles, 9 de agosto de 2017

Santa Clara de Asís - 11 de agosto

Me casaré contigo en matrimonio perpetuo

Lectura del Profeta Oseas 2,14b. 15b. 19-20.
Esto dice el Señor:
Yo la cortejaré, me la llevaré al desierto, le hablaré al corazón. Y me responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que la saqué de Egipto.
Me casaré contigo en matrimonio perpetuo; me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión; me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor.
                                                                     Palabra de Dios

Salmo responsorial Sal 44, 11-12. 14-15. 16.

R/. Llega el Esposo; salgan a recibir a Cristo, el Señor.

Escucha, hija, mira: inclina el oído; olvida tu pueblo y la casa paterna: prendado está el rey de tu belleza, póstrate ante él, que él es tu señor. R.
Ya entra la princesa bellísima, vestida de perlas y brocado; la llevan ante el rey, con séquito de vírgenes; la siguen sus compañeras. R.
Las traen entre alegría y algazara, van entrando en el palacio real. R.

La vida de Jesús se transparenta en nuestro cuerpo

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 4, 6-10. 16-18.

El Dios que dijo: «Brille la luz del seno de las tinieblas», la ha encendido en nuestros corazones, haciendo resplandecer el conocimiento de la gloria de Dios, reflejada en el rostro del Mesías.
Pero este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que esa fuerza tan extraordinaria es de Dios y no viene de nosotros.
Nos aprietan por todos lados, pero no nos aplastan; estamos apurados, pero no desesperados; acosados, pero no abandonados; nos derriban, pero no nos rematan; paseamos continuamente en nuestro cuerpo el suplicio de Jesús, para que también la vida de Jesús se transparente en nuestro cuerpo.
Por esta razón no nos acobardamos; no, aunque nuestro exterior va decayendo, lo interior se renueva de día en día; porque nuestras penalidades momentáneas y ligeras nos producen una riqueza eterna, una gloria que las sobrepasa desmesuradamente; y nosotros no ponemos la mira en lo que se ve, sino en lo que no se ve, porque lo que se ve es transitorio y lo que no se ve es eterno.
                                                                    Palabra de Dios

Aleluya Jn. 15, 6.
Aleluya, aleluya. El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante. Aleluya.

Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor

Lectura del santo Evangelio según San Juan 15, 4-10.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
–Permanezcan en mí y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco ustedes, si no permanecen en mí.
Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no pueden hacer nada.
Al que no permanece en mí, lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pedirán lo que desean, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que den fruto abundante; así serán discípulos míos.

Como el Padre me ha amado, así les he amado yo; permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.                                                                            Palabra de Señor.

EL ÉXODO Y EL AMOR

Moisés tenía en esa profunda experiencia en el Horeb una gran intimidad con su Señor. Después, el gran amor de Dios por los suyos y por la humanidad entera tendrá su cumplimiento con la venida del Espíritu Santo.
Ese mismo Espíritu suscitaba en Clara un deseo punzante de ver a su Amado. Pero, ¡qué es todo esto en comparación con el día en que lo vea cara a cara, en una eternidad de comunión!

- Con el fin de comulgar mejor con el Amor, Clara se puso a seguir a Cristo pobre, no queriendo tener nada propio. Esta elección motivó su perseverancia, por la que obtuvo finalmente el Privilegio de la pobreza. Este favor le permitió permanecer en un amor absoluto a Dios. 

Durante su vida Clara tuvo cuidado de no apropiarse jamás de nada, sea lo que fuere, para que nada obstaculizara su unión con el Amado.


- Clara hace una regla de oro para vivir juntas, para ser una comunidad en camino que enseña la única ruta hacia el Padre. 

- Los oasis del desierto, esas zonas solitarias, guardan unos refugios insospechados de felicidad. Para Clara, corresponden a esas fuentes frescas que le procuraban la liturgia, el rumiar la Palabra escuchada, el pensamiento constante de la Pasión y de la gloriosa Resurrección de Jesús. 
- Como el maná en el Arca en tiempos de Moisés (Ex 16,33s), la Eucaristía despertaba las cualidades de escucha de Clara y guardaba su espíritu y su corazón muy cerca del Corazón de Dios. Oraba con un corazón sencillo, pues no permitía que las cosas temporales la distrajeran del Amado. Por eso, aparecía iluminada y su rostro irradiaba una claridad que le hacía ver cada cosa en su propio sitio. Por eso, no es de extrañar que fuera la lámpara que brilla y que ilumina para sus hermanas, para el mundo y para la Iglesia.

- Clara invita a una fidelidad sin fallo al servicio de la Iglesia. Ésta, en su función de nuevo Israel, conducirá la humanidad a la alegría del retorno al Padre. Por su enseñanza, la Iglesia transformará los desiertos (las rupturas) en tierras fértiles (las conversiones) que alimentan los sacramentos.

- Llegar a ser espejo del Amor era la obsesión del espíritu de Clara. Ella tendía a este ideal con todas sus fuerzas. De ahí la petición a su hermana y a ella misma de imitar a Cristo obediente para ser moldeadas por Él. 

- Alimentado por la Palabra, cada uno puede entrar en el descanso del Amor, en ese espacio interior del corazón donde se oye el silencio de Dios. Es el descanso del séptimo día, momento en el que la permanencia del amor fraternal caritativo permite a cada uno encontrar su «máximo» de ser. Es el descanso del Sábado, donde entran los que han salido del Egipto de las pasiones. Únicamente allí se encuentra la quietud del alma.

- Es sorprendente comprobar cómo Clara estaba siempre alegre y animaba a sus hermanas a vivir esa peregrinación en la alegría. 

- La contemplación favorece la peregrinación del alma con Dios. Contemplar es convertirse en otro, la más profunda personalidad se ordena según un orden nuevo. Por eso Clara no para de contemplar la infancia de Cristo, su vida oculta, su pasión y su vida entregada por todos los seres creados a imagen de Jesús. Cristo transforma a los que ponen en Él una mirada de amor.

- Esa fue toda la vida de Clara. Siguió únicamente a Dios y fue de transformación en transformación, no de manera visible, sino por un cambio profundo de sus pensamientos, de sus sentimientos, de sus deseos. Así llegó a un abandono tranquilo, a esa confianza inquebrantable, esa serenidad, esa alegría indecible, ese gran silencio de las soledades, sola con su Dios. Incluso gravemente enferma, no quería en modo alguno descuidar sus oraciones, porque ahí encontraba ese aire vivificante que rejuvenecía su ser profundo.

Echando entonces una última mirada, bañada en lágrimas, sobre sus hermanas, Clara las invita a que alaben a Dios y le den gracias por todos los beneficios con que las ha colmado; luego las bendice a todas. La bendición es un grito de gratitud al amor de Dios por todos. El ser bendecido es como una revelación de Dios y debe convertirse en fuente de irradiación. Acordaos de la admirable fórmula que el Señor le dio a Moisés y que Francisco y Clara han hecho suya: «Que el Señor os bendiga y os guarde, os muestre su rostro y tenga misericordia de vosotros, vuelva su mirada sobre vosotros y os conceda la paz» (Nm 6,24-26).
Llegada al término de su peregrinación en la tierra, Clara anima a su alma para que deje este mundo poniendo toda su confianza en Aquel que la creó, amó, guardó y santificó. Está segura de ello, es su Creador quien ha trazado para ella ese largo camino hasta Él. Por eso, bendice a su Salvador por la vida que le ha dado para poder devolvérsela, tal como lo hizo Moisés por mandato de Dios.
Moisés, el servidor de Dios, había vivido momentos de gran intimidad con su Señor. Hablaba con su Creador y el rostro de Moisés llegó a reflejar la gloria del Altísimo.
A Clara, fiel sierva del Señor, le esperaba una dicha mayor. Cuando ya entreveía el alba eterna, Clara veía venir hacia ella al Rey de la gloria, acompañado de su Madre, a la que igualmente había amado mucho. Al día siguiente recibía de mano del esposo la palma que la introducía definitivamente en la bienaventuranza eterna. Allí goza del Rostro del Amado, contemplando el Amor en su belleza.
Como una sinfonía acabó su obra. Se termina triunfalmente con un himno de alegría al Padre, al Hijo y al Espíritu.

* * *
Hacerse peregrino y extranjero en esta tierra, en una búsqueda incansable del Rostro de Dios que se ha revelado, es la obra de toda la vida.

Para los que buscan al Padre, la peregrinación termina en la adoración «en espíritu y en verdad» (Jn 4,24). Los peregrinos abandonan su ser en el Otro, contemplando en su corazón la infinita grandeza de Dios.

Extraído de: [Deslauriers, Laurence, OSC, El Éxodo de Santa Clara de Asís, en Selecciones de Franciscanismo, vol. XXV, n. 74 (1996) 297-312].

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