jueves, 24 de agosto de 2017

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO - A

LECTURA DEL LIBRO DE ISAÍAS 22, 19-23

Así dice el Señor a Sobná, mayordomo de palacio:
«Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo.
Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elquías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén y para el pueblo de Judá.
Pongo sobre sus hombros la llave del palacio de David: abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie la abrirá.
Lo clavaré como una estaca en un lugar seguro, será un trono de gloria para la estirpe de su padre».
                                                                     Palabra de Dios.

SALMO RESPONSORIAL  Sal 137, 1-2a. 2bc-3. 6 y 8bc

R. SEÑOR, TU MISERICORDIA ES ETERNA, NO ABANDONES LA OBRA DE TUS MANOS.

Te doy gracias, Señor, de  todo corazón;
porque escuchaste las  palabras de mi boca;
delante de los ángeles  tañeré para ti,
me postraré hacia tu  santuario. R.

Daré gracias a tu nombre:
por tu misericordia y tu  lealtad,
porque tu promesa supera tu  fama.
Cuando te invoqué, me  escuchaste,
acreciste el valor en mi  alma. R.

El Señor es sublime, se fija  en el humilde,
y de lejos conoce al  soberbio.
Señor, tu misericordia es  eterna,
no abandones la obra de tus  manos. R.

LECTURA DE LA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS ROMANOS 11, 33-36

¡Qué abismo de riqueza, de sabiduría y de conocimiento, el de Dios! ¡Qué insondables sus decisiones y qué irrastreables sus caminos!
En efecto, ¿quién conoció la mente del Señor? O ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado primero, para tener derecho a la recompensa?
Porque de él, por él y para él existe todo. A él la gloria por los siglos. Amén.
                                                                   Palabra de Dios.

ALELUYA Mt 16, 18

Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.

+ LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO 16, 13- 20

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos:
«¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?».
Ellos contestaron:
«Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas».
Él les preguntó:
«Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?».
Simón Pedro tomó la palabra y dijo:
«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Jesús le respondió:
«¡ Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos.
Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará.
Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos».
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
                                                               Palabra del Señor.

NI SIQUIERA EL DEMONIO

Final del formulario
“Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.  Palabras de Jesús al que antes se llamaba Simón y que ahora llama “piedra” -o más bien “roca”.  Es San Pedro, el primer Papa.
¿Cómo fue este nombramiento?  Sucedió que un día Jesús interroga sus discípulos sobre quién creía la gente que era El, pero más que todo le interesaba saber quién creían ellos que El era.  Enseguida, Simón (Pedro),  salta de primero –como siempre- sin titubeos y responde con claridad:  “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt. 16, 13-20).
Hay que ubicarse en ese momento para podernos percatar lo que significaba esta declaración de Pedro.  Los Apóstoles habían presenciado el gran poder de Jesús a través de los milagros, pero en ningún momento Jesús les había dicho quién era El.  Y ahora les pide que sean ellos quienes lo identifiquen.  De allí el impacto de la declaración de Pedro.
Por eso es que el Señor le dice enseguida: “Dichoso tú, Simón, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre que está en los Cielos”.
Unos llegan a la Verdad como Pedro, porque Dios se la revela directamente.  Otros razonan.  Y no es que no se pueda razonar.  Pero para razonar hay que estar en una búsqueda sincera de la Verdad, no en una búsqueda de argumentos para contradecir la “verdadera” Verdad y poder seguir en lo que ahora ha dado por llamarse “la propia verdad”, que suele ser un error.
Continuemos con el relato.  Para entonces sonaba demasiado espectacular la frase de Jesús: “sobre esta Roca edificaré mi Iglesia”.  Al lado de Jesús sólo estaban los Apóstoles y otros cuantos seguidores.  Ninguno pudo medir el alcance de las palabras del Señor.  Pero el Señor sí.
Jesús habla de SU Iglesia como cosa que El iba a construir.  Y si es El Quien la iba a construir, será una obra divina y no humana.  Como humanas son todas las demás iglesias y religiones fundadas por hombres que no son Dios.  Y promete, además, que nadie -ni siquiera el Demonio- podrá destruir su obra.  ¡Y mira que han tratado de destruirla –desde dentro y desde fuera! Pero sigue bien en pie, a pesar de todo… 
Además da a Pedro un poder inmenso.  “Lo que ates en la tierra, quedará atado en el Cielo”, que equivale a decir: lo que decidas en la tierra, será decidido así en el Cielo.  Las decisiones que tomes, serán ratificadas por Mí.  Aprobación previa de parte mía en el Cielo a todo lo que decidas en la tierra sobre mi Iglesia.  No podía ser de otra manera: tal peso sobre Pedro y sobre todos los Papas después de él, tenía que contar con una asistencia especial.
Así ha querido Jesús edificar su Iglesia: con la presencia constante de su Espíritu Santo hasta el final, y dándole a Pedro -y a todos sus sucesores, los Papas- el poder de decidir aquí lo que El ratificará allá.
En un mundo tan racional como el nuestro, esto parece difícil de comprender y de aceptar.  Pero así es. Cristo fundó su Iglesia así.  Y prometió estar con ella hasta el final.  “Yo estoy con ustedes todos los días hasta que se termine este mundo” (Mt. 28, 20).
La Iglesia Católica es la única Iglesia fundada por Dios mismo, pues viene de Jesucristo hasta nuestros días: viene directamente desde San Pedro, como el primer Papa, hasta nuestro Papa actual. 


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