viernes, 12 de julio de 2019

Domingo XV del Tiempo Ordinario - C


Lectura del libro del Deuteronomio. 30, 10-14

Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Escucha la voz del Señor, tu Dios, guardando sus preceptos y mandamientos, lo que está escrito en el libro de esta ley; conviértete al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma.
Porque este mandamiento que yo te prescribo hoy no es superior a tus fuerzas, ni inalcanzable; no está en el cielo, para que digas:
“¿Quién de nosotros subirá al cielo para traerlo y nos lo enseñará, para que lo cumplamos?; ni está más allá del mar, para que digas: “¿Quién de nosotros cruzará el mar para traerlo y nos lo enseñará, para que lo cumplamos?”.
Pues, la palabra está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Para que la cumplas».
Palabra de Dios

Salmo Responsorial. Sal 68,14.17.30-31.33-34.36ab.37

R/. Humildes, busquen al Señor, y revivirá su corazón.

Mi oración se dirige a ti,
Dios mío, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí. R/.

Yo soy un pobre malherido;
Dios mío, tu salvación me levante.
Alabaré el nombre de Dios con cantos,
proclamaré su grandeza con acción de gracias. R/.

Mírenlo, los humildes, y alégrense;
busquen al Señor, y revivirá su corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos. R/.

El Señor salvará a Sión,
reconstruirá las ciudades de Judá.
La estirpe de sus siervos la heredará,
los que aman su nombre vivirán en ella. R/.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 1,15-20

Cristo Jesús es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda criatura;
porque por medio de él fueron creadas todas las cosas:
las del cielo y las de la tierra,
visibles e invisibles.
Tronos, Dominaciones,
Principados, Potestades;
todo fue creado por él y para él.
Él es anterior a todo,
y todo se mantiene en él.
Él es también la cabeza del cuerpo: es decir de la Iglesia.
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
y así es el primero en todo.
Porque en él quiso Dios que residiera toda la plenitud.
Y por él quiso reconciliar todos los seres:
los del cielo y los de la tierra,
restableciendo la paz con su sangre derramada en la cruz.
Palabra de Dios

Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,25-37

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:
«Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?».
Él le dijo:
«¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?».
El contestó:
«“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas” y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”».
Él le dijo:
«Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida eterna».
Pero el maestro de la ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:
«¿Y quién es mi prójimo?».
Jesús dijo:
«Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos que lo asaltaron, lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, se desvió y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo se desvió y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje, llegó adonde estaba él y, al verlo, sintió compasión, se le acercó, le vendó las heridas, después de haberlas limpiado con aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al encargado, le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».
Él contestó:
«El que practicó la misericordia con él».
Jesús le dijo:
«Vete y haz tú lo mismo».
Palabra del Señor

Reflexión

El buen samaritano


      Ha pasado ya al acervo de nuestro idioma. No sabemos siquiera si existió el “samaritano” de la parábola. Pero hoy se llama “buen samaritano” a cualquier persona de buen corazón que ayuda a sus hermanos sin pedir nada a cambio. No hay mejor cosa que encontrarse un buen samaritano cuando uno anda por los caminos de la vida perdido, sin rumbo y quizá herido y derrotado. Hasta es posible que nos sorprenda su generosidad sin límite, el cariño gratuito que recibimos, tan acostumbrados como estamos a pagar por todo lo que recibimos.
      Pero la parábola de Jesús va más allá. Porque el samaritano no es sólo uno que se paró a atender a aquel hombre abandonado y herido a la vera del camino. En su parábola, Jesús pone en relación al samaritano con otros personajes bien conocidos del pueblo judío: un sacerdote y un levita. Los dos son representantes de la religión oficial judía. Los dos ofician en el templo y son mediadores entre Dios y los hombres. Sacerdotes y levitas se supone que tienen un acceso a Dios del que carecen el resto de los creyentes –lo mismo que hoy muchos cristianos piensan todavía de sacerdotes y religiosos–. El samaritano, desde la perspectiva judía, pertenecía prácticamente al extremo opuesto de la escala religiosa. Era un pueblo que había mezclado la religión judía con otras creencias extrañas. Era traidor a la fe auténtica, un pueblo impuro. Los judíos trataban de evitar todo contacto con los samaritanos. El contacto con un samaritano hacía que el judío se volviese impuro.
      Por eso, tiene mucho más peso el hecho de que Jesús contraponga en la parábola a los representantes oficiales de la religión, un sacerdote y un levita, con un samaritano, pecador e impuro. Y, lo que es peor, que sea precisamente el samaritano el que sale bien parado, el que se comporta como Dios quiere, el que es capaz de acercarse al prójimo desamparado y abandonado. Dicho de otra manera, el que se hace prójimo-próximo-cercano de su hermano necesitado.
      En realidad, Jesús está replanteando nuestra relación con Dios. Mucho más importante que el culto oficial y litúrgico del templo, es la cercanía al hermano necesitado. Mucho más valioso que ofrecer sacrificios y oraciones, es adorar a Dios en el hermano o hermana que sufren por la razón que sea. Jesús no es sacerdote sino profeta. Jesús se aleja del templo y nos invita a vivir nuestra relación con Dios en el encuentro diario, habitual, a pie de calle, con nuestros hermanos y hermanas. Ahí es donde se juega nuestra relación con Dios. Sólo si somos capaces de amar así, podremos decir que amamos a Dios. Porque, como dice Juan, el que dice que ama a Dios y no ama a su hermano, es un mentiroso. Ni más ni menos.

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