sábado, 1 de noviembre de 2008

Conmemoración de los fieles difuntos - 2 de noviembre


Yo sé que mi Redentor vive 

Lectura del libro de Job 19,1.23-27

En aquellos días Job tomó la palabra y dijo: "¡Ah, si se escribieran mis palabras y se las grabara en el bronce; si con un punzón de hierro y plomo fueran esculpidas en la roca para siempre! Porque yo sé que mi Redentor vive y que él, el último, se alzará sobre el polvo. Y después que me arranquen esta piel, yo, con mi propia carne veré a Dios. Sí, yo mismo lo veré, lo contemplarán mis ojos, no los de un extraño. Esta es la firme esperanza que tengo”. Palabra de Dios. 

Salmo responsorial (24)

R. A ti, Señor, levanto mi alma.

- Acuérdate, Señor, que son eternos tu amor y tu ternura. Señor, acuérdate de mí con ese mismo amor y esa ternura. R.
- Alivia mi angustiado corazón y haz que lleguen mis penas a su fin. Contempla mi miseria y mis trabajos y perdóname todas mis ofensas. R.
- Protégeme, Señor, mi vida salva, que jamás quede yo decepcionado de haberte entregado mi confianza; la rectitud e inocencia me defiendan, pues en ti tengo puesta mi esperanza. R.

El tiene el poder de poner todas las cosas bajo su dominio

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 3,20-21
Hermanos: 
Nosotros somos ciudadanos del cielo, y esperamos ardientemente que venga de allí como Salvador el Señor Jesucristo. El transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio. Palabra de Dios

Aclamación antes del Evangelio Jn 6,40

Aleluya, aleluya. El que cree en mí tiene la vida eterna, dice el Señor, y yo lo resucitaré en el último día. R. Aleluya.

Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios.

+ Lectura del santo evangelio según san Marcos 15,33-39;16,1-6

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: «Eloi, Eloi, lamá sabactani», que significa: «Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?». Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: «Está llamando a Elías». Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña, le dio de beber, diciendo: «Vamos a ver si Elías viene a bajarlo». Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró. El velo del Templo se rasgo en dos, de arriba abajo. Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él exclamó: “¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!”. Pasado el sábado, María Magdalena, María, la madre de Santiago, y Salomé compraron perfumes para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana, cuando salía el sol, fueron al sepulcro. Y decían entre ellas: «¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?». Pero al mirar, vieron que la piedra había sido corrida; era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro, vieron a un joven sentado a la derecha, vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero el les dijo: «No teman. Ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el Crucificado. Ha resucitado, no esta aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto».
Palabra del Señor. 

Volver a la casa del Padre.

Hoy celebramos nuestra fe en la vida eterna en recuerdo de nuestros seres queridos difuntos y como preparación a nuestro propio regreso a la Casa del Padre. Todos hemos de morir. La vida del cristiano es un confiado caminar hacia la Casa del Padre, y la muerte es la puerta. Junto a ella, está esperando Dios Padre para introducirnos en la eterna fiesta de su inmenso corazón.
La fe nos ayudará a superar el instintivo temor a la muerte. Un famoso autor lo ilustra de esta forma: «Supongamos a un feto acurrucado bajo el amante corazón de su madre. Imaginen que alguien le hablara y le dijera: "No puedes quedarte aquí mucho tiempo. Dentro de pocos meses, tendrás una vida nueva. En niño puede objetar tercamente: "No quiero dejar este sitio, aquí estoy bien, me aman y soy feliz. No quiero saber nada de esa nueva vida. ¡Fuera de aquí!. Pero la criatura nace. Muere respecto de su vida fetal. Pero se encuentra que lo rodean brazos fuertes y amorosos. Alza la vista y ve un bello rostro lleno de ternura: el de su madre. Siente que es bien recibido, cuidado y querido. Entonces se dice: "¡Que tonto he sido! ¡Este lugar, al que vine a parar es maravilloso!.
Cuando al finalizar nuestra misión en la vida, debemos partir, nos ocurre algo parecido. "¡No quiero morir!", gritamos, "Tengo mis seres queridos. Amo este mundo, el alba y el atardecer, la luna y las estrellas. Me gusta sentir la vida a mi alrededor. ¡No quiero morir". Pero, al llegarle su hora, muere. ¿Qué sucederá entonces? ¿Acaso Dios, el Padre de Jesús, se va a olvidar de su criatura? ¿No debemos suponer, mas bien, que ese hombre sentirá que lo reciben brazos cariñosos? ¿Sus ojos no encontrarán una faz fuerte y hermosa, más dulce aun que aquel primer rostro materno que vio hace tanto tiempo? Sí, no tengamos dudas: ni siquiera se puede pensar aquello que Dios preparó para los que lo aman.
Nuestra patria definitiva es el cielo. Los que partieron ya están en la Casa del Padre. Los que peregrinamos aún en este mundo nos apoyamos en Jesús, Camino, Verdad y Vida. Junto a él, celebramos con ánimo pascual la esperanza cristiana.

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